sábado, 1 de agosto de 2015

El final. (Un libro que se pule.)

¿Por qué la tesis es tan obvia y durante doscientos años la callaron tanto liberales como conservadores, revolucionarios, contras y académicos sin más–si esta categoría existe en verdad? Todos abonaron al discurso oficial: Agustín de Iturbide ve una coyuntura, se vuelve loco, la fuerza de la historia viene al rescate.
Hice un libro. Hay que complementarlo. El título es falso. Las dos primeras páginas las escribió alguien más. Aquí está su versión original.
A darle tantito para convertirla en lo debido. 
Al final de cada capítulo... Del primero, por ejemplo:
Este trabajo tiene un propósito específico y a la vez aprovecha para otras cosas. Una de ellas es apreciar el poder colonial que se resiste al cambio, someramente como todo aquí. La segunda está relacionada con el presente por los escenarios originarios: el hoy estado de Guerrero y en particular su zona centro.
Muy mal pagará la independencia a esas regiones. Treinta años después serán plataforma y sostén en el inicio del próximo gran evento de nuestra historia como nación: la Reforma. Seguirán considerándoselos primitivos, recónditos puntos con los cuales no vale la pena tratar, así se hallen relativamente cerca del corazón nacional y sus tierras tengan afortunadas condiciones para la agricultura y la ganadería, guarden ricos depósitos minerales y cuenten con una larga costa marina.
Los motivos del maltrato son muchos, empezando por una población mayoritariamente indígena que estalla rebelión tras rebelión en defensa de sus propiedades e identidades. Por cerca de una década Vicente Guerrero, el incuestionable gran personaje de la región, se mantuvo al margen del escenario político nacional y no alimentó la red de intereses locales de las que empezaron a sacar partido el Juan Álvarez cuya insurrección abre las puertas a la Reforma, y otros.
Álvarez trabajaba esmeradamente esa red con un toque que lo distinguía de sus iguales. Siguiendo los pasos de don Vicente, sus relaciones eran muy estrechas no sólo con los grupos de poder regionales, sino con los pueblos.
A él se debe la consolidación estatal de las figuras que por un siglo en todo el país compartirán el dominio con los grandes intereses económicos mexicanos y extranjeros. Ellos triunfarán en la Revolución, destruirán cualquier proyecto favorable a las mayorías y, reciclados por el neolibealismo, en 2015 gozan todavía de extraordinaria fuerza.
Al Juan Álvarez prohombre de la patria le debemos cuando menos en parte a los Figueroa de la Guerra Sucia durante sus varias etapas, los Aburto y demás, que facilitan la solución que nuestro Estado encuentra para controlar estas tierras: el ejército.
Por lo demás, el deterioro de Guerrero comparando 1821 con 2015 es terrible. Resume Luis Hernández Navarro: “En la entidad, el mapa de la escasez y las necesidades materiales coincide con el de los territorios indios (...) Los nahuas, mixtecos, tlapanecos y amuzgos viven en muy difíciles condiciones. El 60 por ciento de la población indígena es analfabeta. Su índice de escolaridad es de apenas 2.7 años. Poco menos de la mitad de mayores de 15 años carece de ingresos.
“Más del 90 por ciento no tiene drenaje, y sólo el 50 por ciento cuenta con electricidad (...)
“La diáspora criminal precipitó que las regiones indígenas del estado se convirtieran en zona de refugio natural del crimen organizado. De esta manera, además de padecer la violencia contrainsurgente, la de la delincuencia tradicional y la de la pobreza, los indígenas guerrerenses comenzaron a sufrir la del crimen organizado."
Y el Estado no para de producir sangre: Aguas Blancas, El Charco, la noche de Iguala.
En una entrevista de 2002 Abel Barrera, defensor de derechos humanos en la zona, resume la coacción y los excesos personales del ejército en La Montaña:
“Los guachos son los militares que llegan al pueblo, que madrean a la gente (...) y que últimamente han violado a varias indígenas” cuyo pretexto desató sin reserva la persecución al Ejército Popular Revolucionario, el Ejército Revolucionario Popular Independiente y sus desprendimientos. La región quedó entonces salpicada por retenes militares. Continúa Abel:
-Es desgraciadamente una historia llena de sangre (...) para los mixtecos, para los nahuas y los tlapanecos (...) Me hace recordar Barrio Nuevo de San José, cómo matan a un campesino y a su hijo, allá en el municipio de Tlacoachistlahuaca. Después de esconderlos, llegan sus mujeres a buscarlos y todavía las violan, y hasta la fecha esa gente esta ahí en esa comunidad.
“En Barranca Bejuco, municipio de Acatepec, llegan los soldados para investigar dónde están los encapuchados, maltratan a los niños y violan a una mujer (...) Este ejército que caminando por las veredas y las carreteras, como de Metlatonoc, embosca a la misma policía porque dice que esos son encapuchados.”
En las ciudades y con el desbordamiento de los carteles el panorama es similar. En la propia Iguala, el primero de marzo del 2010, cerca de las 10:30 de la noche seis jóvenes son “secuestrados por militares afuera de un club nocturno”, según prueban “grabaciones de cámaras de seguridad”. Jamás volvió a saberse de ellos.    
Los treinta y ocho cuerpos en fosas comunes y los del río San Juan, que la PGR dice alcanzan a cuarenta y tres y pueden ser menos o más, exhiben el nivel de violencia de la zona.
Incluso así, lo sucedido en esa ciudad a partir de las ocho pm en que José Martínez Díaz y los suyos persiguen a los normalistas de tres autobuses por la avenida central y en dirección al centro, rebasa todo precedente. Lo hace aunque no se produjeran las muertes y desapariciones.

La mínima mesura queda a un lado, con obvia conciencia de que el Centro de Monitoreo registra los actos y en consecuencia todos los niveles gubernamentales y policiacos y las fuerzas militares están informados.