miércoles, 8 de junio de 2016

La Cooperativa de Cine Marginal

Forman legión los que viven de la memoria deformándola. 
El buscador de Google muestra muchas publicaciones sobre la Cooperativa de Cine Marginal, una experiencia a comienzos de los años 1970. 
Dicen tontería y media, sé perfectamente, pues estuve en ella del primer al último día.
Ya basta. Le robaré tiempo al tiempo para resumir su historia.
Hay un parteaguas entre la breve, torpe inicial etapa y lo importante. Éramos una veintena y discutíamos el primer producto del trabajo colectivo. Los Carlos, como les decíamos, quienes terminarían en un proyecto acusado de ser financiado por la CIA, despotricaron contra aquél Comunicado No.1: Está pésimamente producido y debemos revisar sus contenidos políticos. 
Paco I. Taibo II dirigió el generalizado rechazo a una postura del vanguardismo más ramplón.
-Acompañamos al movimiento, no lo diseccionamos. Nuestra tarea es difundir. Tomemos los proyectores a la mano y a correr de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo, si nos da nuestra todavía modesta capacidad, mostrando la insurreción que inicia.
Para entonces formábamos formal parte de la Insurgencia Obrera que en noviembre de 1971 constituyeron el Sindicato de Trabajadores Electricistas de la República Mexicana, el Movimiento Sindical Ferrocarrilero y el Frente Auténtico del Trabajo. 
Los absoluta mayoría de quienes un año atrás fundaron la Coope, se marcharía o nos seguiría a prudente distancia. Eran o querían ser cineastas. Los demás buscábamos un pretexto para sumarnos a las luchas populares y de cine no sabíamos nada. 
Realizaríamos una treintena de materiales en dos años, cuyo único gran producto fue Panaderos, un corto que en media hora reconstruía una batalla en ese gremio. El guión y los actores salieron de los propios trabajadores. 
Para mediados de 1973 las cámaras estaban arrumbadas y nos convertíamos en organizadores sindicales sin más, concentrados en el valle de México.
Los historiadores desorientados o deliberadamente irresponsables acumulan libros y notas en que nos hacen pasar por una experiencia fílmica.
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Además de lucha de clases hay calor de hogar, era la genial frase que solía soltar Paco Quinto -o V, pues su virginidad voló muy pronto-. Quería decir Entreguémonos por entero a la lucha y no olvidemos divertirnos entretanto
Noche tras noche yo pensaba Apunta las anécdotas del día, que jamás reirás tanto como hoy
Quienes cuenten esta historia con aires de martirologío no la vivieron o sólo creyeron hacerlo. Los había y en abundancia, supe después. 
Consciente o inconscientemente en el primer momento teníamos guías ideológicos. Procedían de la Liga Comunista Espartaco y nos heredaban un 68 cuyo espíritu confirmaría el movimiento popular multiplicándolo. Luchar era antes que nada un acto liberador. 
Y tan tan, debería escribir dando por terminado el asunto. Lo demás no fue nuestro. Pertenecía a miles de obreros y obreras, pues casi sólo la industria tocamos. 
Sí, no perderé horas que están destinadas a mejores cosas. Bastó la aclaración. De lo otro me haré cargo con un pequeño libro contra esa misma desmemoria aplicada para desaparecer el auge social en la década: Raíces. Contra la desmemoria.
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Llegamos a ser ochenta o algo así y prácticamente nada de lo que sucedía en el ascenso obrero nos pasaba inadvertido. En nuestra ciudad capital -área conurbada incluidísima, desde luego, pues casi todo sucedía allí- sólo un grupo más se dedicaba a la tarea. Por un tiempo estuvimos relativamente cerca del movimiento campesino y urbano popular, y terminamos sufriendo el desgaste que este país produce a gran velocidad cuando se confronta al poder.
En los hechos un cierto número despreciaba la lucha reivindicativa. Así le pasó desapercibido el rico proceso que conducía al auténtico poder obrero y que fue detenido por la crisis y el neoliberalismo incipiente. Buscando cuadros para su organización, en términos reales participaba muy poco. Otras y otros eran muy despistados y apenas se comprometían. 
Por eso cuando a la carrera escribí sobre el lugar de donde ni a tiros me sacaban, omití mencionar a nuestro colectivo -así debe considerarse. 
¿Influimos en algo? A cuentagotas. Y aun así fue una experiencia extraordinaria, para nosotros y para los trabajadores y trabajadoras próximos. Marcaría para siempre a todas y todos, escépticos e instrumentalistas incluidos. 
        

jueves, 12 de mayo de 2016

Raíces. Contra la desmemoria

LAS LUCHAS SOCIALES EN MÉXICO, 1934-1994.

Nunca vi generación más activa en el país que la presente, sobre todo por la emergencia de las mujeres como figuras protagónicas. 
Paso los días entre ella y sólo una cosa me duele: su desmemoria, inculcada cuidadosamente por el sistema.  
No tiene caso hablarle de derechos laborales, pongamos, pues vive en la flexibilidad absoluta. ¿Reparto agrario, cuál y para qué?, pensarán contemplando un campo tradicional derruido por completo, si se le mal mira. De la educación pública y gratuita en todos los niveles percibe los ataques que recibe y no estoy seguro si pregunta por el origen, divino, quizá. Etcétera.
La línea histórica en su cabeza inicia con el 2 de octubre de 1968 y así un movimiento estudiantil recordado por sangriento y nada más. De allí pasa a la Guerra Sucia, que convierte a los movimientos guerrilleros en meros, nuevos brutales excesos del poder, y borra el ascenso de las luchas populares en los años 1970 y 1980.
Así deduce que nada bueno puede buscarse atrás, incluida la Revolución, simple derrota de sueños, y pierde las animadas, decisivas décadas 1920 y 1930.
"Tiremos la casa", se llama un poema que escuché entre las y los jóvenes. La hicieron los padres y abuelos con amor y empeño, dice, y fue convertida por otros en un monstruo. 
Tiene razón. Debería empezarse de cero y es imposible, empezando porque la propia nueva generación lleva el pasado dentro y lo repite. Preguntemos a su machismo, por ejemplo, o a los vaya a saberse cuantos menores de veinticinco años que se contratan como traficantes, sicarios o secuestradores. El futuro que espera mejor olvidémoslo, recordando a esos niños de segundo grado en la educación básica atacando a una compañerita porque "juegan a ser violadores". 
Hago entonces un libro contra la desmemoria, en tono cálido siempre que hay manera, con trabajos míos y de otros. Es breve, referencial, sin estricto orden cronológico, e inicia con dos más o menos viejas viñetas personales:
De plúmbago, sin amenazas, las nubes casi al alcance de la mano corren rápidas en el día que suda sobre el caserío, donde la sal de mar hace cuatro siglos estampa su huella. Por la vía del tren, entre un millar de paisanos en alharaca, dos costeñas maduras, firmes, desparpajadas, se regodean en los gritos:
-¡Huevo de gallina, no de granja! ¡En Espinal hay hombres, no chingaderas! -refiriéndose al hombre pequeñito, de voz aflautada que acaba de salir de prisión y encabeza la marcha: Demetrio Vallejo.
Es el sábado 12 de mayo de 1972 y cuantos hay allí llevan un mucho acunadas y otro mucho a cuestas dos o tres décadas de trabajos por Utopia, que no está en el santoral ni tiene altares en la Iglesia de Salinas Cruz, cuya torre domina la vista, ni en ninguna más del Istmo de Tehuantepec, del resto del estado de Oaxaca o donde sea en el México de tercos rezos por ella.  A comienzos de 1959 ese par de mujeres sin duda estaba entre quienes defendían del ejército el local del sindicato ferrocarrilero, cabeza del gran esfuerzo de trabajadores y trabajadoras por deshacerse del monstruoso aparato corporativo construido para ellos.
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Una mañana de otoño de 2009, en Saltillo comparto un cuarto de hotel con Alfredo Domínguez, un antiguo trabajador de la metalmecánica que lleva medio siglo organizando luchas sindicales y a quien conocí en los tiempos de aquélla marcha ferrocarrilera. Sin duda sabe cuánto lo respeto y mientras nos vestimos vuelvo a dar gracias por la oportunidad de estar de nuevo con él y su gente.
Le hablo del desbordado optimismo que vino el día anterior en la conmemoración de treinta y cinco años de la ejemplar lucha de CINSA-CIFUNSA en esta ciudad, y de las charlas con Nelly Herrera, con María, su hermana y la hermana de Isaías.
-Almirante -le digo-, esas mujeres parecen cristianas primitivas. Ni su abuela las detendrá jamás en la búsqueda de la utopía.
Sonríe de la especial, como misteriosa manera qué tiene, y suelta una de sus geniales frases:
-Llegará un día en que los cristianos se coman a los leones.
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Esas mujeres y hombres pueden ser tesoneros porque sus luchas recogen una larga herencia que les permite seguir creyendo. Consciente o inconscientemente encarnan las palabras de un gran pensador alemán(1) a quien Armando Bartra recordó cuando recién hablaba para jóvenes: Luchamos por los muertos, por quienes nos precedieron en el combate, generación tras generación. 
El investigador vinculado a los movimientos indígenas y campesinos -mestizos, pues- hacía énfasis en las raíces: cuanto más profundas, mayor es nuestra capacidad de resistir y un buen día vencer (2)
El sindicato ferrocarrilero al cual nos referimos en las primeras líneas, nació en 1933 y jugaría un papel muy significativo después. Resultaba de una historia que inició en 1902, con las organizaciones por oficios creadas en el gremio entre la efervescencia social que presagiaba nuestra Revolución, y al confluir en la huelga durante 1926-1927 reanimaron a un movimiento obrero muy golpeado.
De hecho todas las luchas populares se encuentran entonces en el nivel más bajo desde los comienzos de las grandes y pequeñas utopías que caracterizaron este nuevo siglo: el magonismo, el zapatismo, el villismo(3), el socialismo yucateco con pies indígenas, de Carillo Puerto; las Ligas Agrarias de Úrsulo Galván y Primo Tapia, autoreconocidas como comunistas, la Confederación General de Trabajadores anarcosindicalista.
Como pequeña compensación, entre las clases medias aparece un consistente acercamiento al marxismo, que al modo de cualquier gran ideología surgida en Europa, aquí es heterodoxa. Lo hace no sólo a través del Partido Comunista y su errático comportamiento vinculado a la URSS en manos de Stalin. Intelectuales y estudiantes encuentran a Marx como referente y confrontan al liberalismo puro o social, preparándose así y sin saberlo para la compleja experiencia que representará el cardenismo.
Busco dónde evaluar en el momento las tres primeras, riquísimas décadas de siglo XX mexicano y recurro otra vez a Armando Bartra. El campesinado, que forma las cuatro quintas partes de la población, recuperó en muchos lugares su derecho a la libertad en forma de conciencia. Sigue sumido en la pobreza, con un lazo al cuello y memoria, cuando menos en donde tuvo condiciones para conservarla, lo mismo al sur indígena o de origen indígena, que al norte mestizo.
Cincuenta años después sabremos cuán persistente es el recuerdo. En 1984 "la Coordinadora Nacional Plan de Ayala [CNPA] convoca a una marcha desde todos los estados de la República, que culmina el 10 de abril con la toma simbólica de la capital por cien mil campesinos encabezados por excombatientes del Ejército Liberador del Sur". 
Sus antecesores conservaron la palabra y algo más, sin importar si los ejércitos de Zapata y Villa fueron derrotados. 
¿Dónde está esa confianza, en 1926, cuando decidimos empezar el recuento, si digo que las luchas populares se hallaban postradas?
El reparto de tierras ha sido magro, casi reducido a Morelos y Veracruz, y quienes desde la izquierda del régimen lo alentaron no pretendían dar autonomía a los campesinos, que servirían para al desarrollo de los mercados bajo la rectoría del Estado. Hay un gran giro político en la propuesta, dice Bartra, pues el terrateniente quedaría a expensas de aquél. Pero si Tierra y libertad no fue una consigna expresa entre los ejércitos rurales revolucionarios y sí implícita, que recuperaba una larga tradición nacida con la conquista y reafirmada durante el primer siglo XIX.
Siempre me llamó la atención el práctico ocultamiento de los movimientos campesinos tras nuestra Independencia, y la satanización o tergirversación de la mal llamada Guerra de Castas y su reclamo por romper con el resto del país. Reclamaban libertad, a lo llano o vinculándola a la defensa del territorio.  
Tras Zapata y Villa había esa misma demanda, que podrá escucharse todavía durante el jaramillismo y el asalto al cuartel Madera en 1964.
Justo diez años después de la marcha organizada por la CNPA, el EZNL sorprende al país reivindicado a los pueblos originarios como pasado y futuro.
Mis saltos de tiempo aquí son brutales. Confío justificarlos y por ahora basta que en cien líneas registrara sin parar luchas y grandes sueños. ¿No ganaron nada?
Este libro debe ser el posible según los conocimientos que poseo o están a la mano. Por ello voy enseguida a un tema fresco en mis notas y en cuya investigación avance sólo hasta cierto punto.
La primera tentación fue adentrarme en esos años setenta y principios de los ochenta. Echo atrás cuatro décadas por buenas razones, creo. 

Por el articulado social y algo más 
Empecé a investigar la "izquierda cardenista" partiendo de una hipótesis: el sexenio entre 1934 y 1940 está obligado a ir más allá de lo que pensaba. ¿Se encuentra allí un mejorado Hugo Chávez mexicano sesenta años antes que él?, preguntémonos a lo simplón y por buscar referencias actuales.
Por muchos años la izquierda dogmática vio al sexenio cardenista como mero capitalismo atemperado bajo la rectoría de un Estado corporativo. 
Hace poco Adolfo Guilly lo reinterpretó relacionándolo con la corriente que al escindirse del PRI en 1987-88 crearía una nueva alternativa de izquierda con fuerza suficiente para tomar el poder por la vía electoral. Según esto, lo construido en aquéllos seis años permitiría al país conservar hasta entonces conquistas substanciales: el reparto agrario y los apoyos al campo tradicional; los derechos laborales, la educación pública y gratuita; la medicina con carácter social, la nacionalización de las industrias más rentables y estratégicas (petroleo, energía eléctrica, ferrocarriles...).
Sería así en una continua confrontación con la familia revolucionaria al servicio del capital y de sí misma, gerencia omnímoda de un aparato clientelar.
A este libro no le interesa la discusión ideológica y distingue únicamente luchas populares y acciones del poder, con frecuencia encontrándolas entreveradas. Así no me atrevo a considerar cuán justas son las perspectivas de Guilly.
En contradictorio contraste avalo casi cuanto afirman Armando Bartra y otros cercanos a mí. Casi, digo, pues tengo una óptica obrerista, resultado de casi medio siglo de militancia entre asalariadas y asalariados urbanos. 
Entre 1971 y 1972 mis amigos y los suyos nos sumamos al ascenso que el movimiento social empezaba a experimentar. Por visibilidad y cercanía, mayoritariamente lo hicimos con la Insurgencia Obrera. Otros y otras buscaron el campo -y estudiantes y ex estudiantes despreciaron esas luchas calificándolas de "reformistas", recuerdo al paso.
Razones personales hacían del campesinado una leyenda para mí y el mundo obrero que encontré estaba formado en esencia por campesinos y campesinas recién llegados a las ciudades. 
En junio de 1972 empezaba a ser su compañero en León, aunque seguía pasando el grueso de los días entre electricistas de CFE que vivían en Celaya e Irapuato y que por buenas razones escogieron a La Piedad para un acto.
Aquello inicio con tonos muy poco combativos hasta la llegada de los ferrocarrileros vallejistas y los sindicatos del Frente Auténtico del Trabajo en la zona, y no tomó grandes vuelos sino al presentarse ejitadarios que reclamaban más tierras. Podía atisbarse así la próxima creación de frentes con todos los sectores, a quienes se sumaría uno entre nuevo y viejo: el movimiento urbano popular. 
Viejo y nuevo, digo, distinguiendo entre inquilinos y posesionarios de predios. Aquéllos sin saberlo tenían detrás ejemplares luchas en Veracruz, la ciudad de México y, si observamos desde cierta óptica el escuderismo(x), Acapulco, a comienzos de los años veinte. Los segundos no tenían precedentes, hasta donde sé, y para nosotros apareció en 1971 a través de Topochico, en la periferia de Monterrey, con una toma de predios que confrontaba frontalmente al poder. Enseguida lo haría en Santo Domingo los Reyes, en los pedregales del DF. Las familias se instalaron sin pedir permiso, la autoridad quemó sus improvisadas casitas y los amigos y amigas me enviaron a hacer contacto con la organización. 
Descubrí entonces al pueblo sombra que en adelante me obsesionaría, trayéndome a la vez el recuerdo de mi abuelo, un líder minero español. 
Era domingo por la mañana y el lugar estaba desierto o lo parecía. Caminé sobre el terraplén que no preciso quién abrió entre las piedras, con una extraña sensación: algo me velaba amenazadoramente, clavándome imaginarios, tangibles filos. 
Doscientos metros más allá, desde ambos lados apareció una multitud de mujeres, hombres y niños armados con palos y piedras. Bastaron diez minutos para que de muy probable enemigo pasara a compañero.
Pueblo sombra, digo románticamente en mis crónicas. Una de ellas observa a la prensa posrevolucionaria como un canto a la modernidad que por temor oculta al ochenta por ciento del país. 
Entonces los periódicos se conciben el espejo de estas tierras, como advierten sus elocuentes leyendas: El Gran Diario de México, El Periódico de la Vida Nacional... 
Encarnan el pavor al campo asegurando tácitamente que nuestros dos millones de kilómetros cuadrados son una unidad indivisible, contenida en el país urbano y los allendes rurales compatibles con él. El resto, declaran en silencio, es rémora, pasado que se arrastra por desgracia y debe actualizarse o morir, pues amenaza dar al traste con cualquier buena intención.
Con esta afirmación fuerzo un tanto los hechos, para que observemos el fenómeno.  
  




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1. Walter Benjamin.
2. https://soundcloud.com/user-534282914-615484044/toda-lucha-empieza-preguntandose-empezamos-hoy-armando-bartra
3. La idea sobre el villismo como mera reacción instintiva, sin un proyecto social, es cada vez más un lugar común. Léase sino y por ejemplo el trabajo de Jesús Vargas: 

sábado, 5 de marzo de 2016

Dos libros simultáneos y las conferencias sobre luchas sociales y utopías.

Libros. En ambos casos, artículos, digamos, que luego se conviertan en pequeños capítulos de un trabajo no muy extenso, introductorio, para durante el camino entregar cuentas a quienes tienen prisa por defenderse creando una utopía posible, llamémosla así.
El primero preguntándose si la izquierda cardenista existió y cuáles fueron sus logros. El segundo recupera al movimiento obrero que entre los años 1971 y 1982 produce un auge paralelo al campesino y urbano popular.
Mientras, acopiar en internet viedograbaciones hechas exprofeso sobre las luchas sociales y los grandes proyectos utópicos iniciados en 1906, hasta hoy, con igual propósito:
Jesús Vargas. Práxedis Guerrero y la otra revolución posible.
Jesús Ramírez Cuevas: La Tozepam y la actual lucha contra los proyectos mineros en la Sierra Norte de Puebla.
Magdalena Jaramillo: Jaramillismo.
Jorge Fernández Souza. El Frente Sindical Independiente de Yucatán, principios de los años 1970.
Armando Bartra. Magonismo.
Francisco Pineda. Zapatismo.
Pedro Salmerón. Villismo.
Armando Bartra. Zapatismo con vista al mar. El Partido Socialista del Sureste.
Pedro Moctezuma, el Movimiento Urbano Popular en los 1970s y 1980s.
La Coordinadora Estatal de Productores de Café en Oaxaca (1989-2000).
Nelly Herrera. Huelga de CINSA-CIFUNSA, Saltillo, 1974.
La Liga Nacional Campesina (1926-1929).
Paco Ignacio Taibo. Los hilanderos rojos (primera mita de los1920).
El movimiento inquilinario en la zona central de la ciudad de México (mediados años 1970-1980).
Alfredo Domínguez y Sabas Rendón. La insurrección sindical en la
Ciudad Industrial del Valle de Cuernavaca (primera mitad de los años 1970).
Armando Bartra. Los herederos de Zapata.
Adolfo Guilly. La utopía cardenista.
Magdalena Jaramillo. El movimiento sindical de 1958-1959.
La Asociación Cívica Guerrerense y el Partido de los Pobres (1962-1975).
La huelga de Spicer. 1975.
Luis Hernández Navarro. El EZLN y un nuevo indigenismo
Luis Suárez. El Campo No Aguanta Más (2002-2003).
Las luchas laborales en el sector servicios (1999 al presente).
Luis Hernández Navarro. El movimiento magisterial tras la Reforma Educativa.
Luis Hernández Navarro. Hermanos en armas (autodefensas y policías comunitarias en el siglo XXI).
Las luchas contra la gentrificación en el DF y su zona connurbada.
Armando Bartra. Haciendo milpa.

miércoles, 27 de enero de 2016

El reino de la pasión

En audio, por si se les antoja:

Durante la posrevolución nuestra ciudad crea una o varias nuevas noches. No solo sus vidas van allí; también la imaginación sobre ellas.
Durante el porfiriato el teatro de revista es un animado, picaresco entredicho nocturno que se airea. Pero cuanto de lo demás puebla ese mundo que nace al caer el sol, transcurre en el silencio o el vilipendio público. La prostitución callejera, la cantina y la pulcata proliferan por los barriales, muy lejos física o prácticamente de lo que la sociedad presume. No importa si están a espaldas de calles de buena educación, un sólido muro invisible se alza entre ellas.
A partir de 1920, en cambio, los tugurios, los burdeles en regla y las hileras de cuartuchos que sirven a las “perdidas” son esencia misma del Centro y se asientan sin remilgos aquí y allá, acompañando al festejo de la autóctona modernidad siglo XX, de cines, carpas, cabaretes, salones de baile, estaciones de radio, convertidos en escuelas y laboratorios de comportamiento entre los cuales la población no para de reinventarse, haciendo de las calles pasarelas.
La música popular, las tandas, las piezas del renovado teatro ligero, la prensa que alcanza su madurez como primer medio masivo y es no menos multifacético que la futura televisión; la literatura, la plástica, el cine nacional, la historieta y luego la fotonovela románticas y de aventuras, en camino a convertirse en las lecturas más extendidas del país, habitan la nueva noche con seres y sendas materiales y fantásticos.
No hay nada idílico en ello, con sus sífilis de muchas clases y sus profundas desigualdades, ni en la retórica que lo acompaña ocultando al país tras estereotipos y atmósferas “legendarias”. Y si creemos a Carlos Monsivaís, hasta debe sospecharse cierta mano perversa del poder que lo consiente y quizá lo prohija, en una capital cuyo gigantismo le será cada vez más apreciado como gran instrumento para el control de una nación que no hace nación.
Con todo puede encontrarse allí un cierto, genuino libre circular del deseo y del ingenio, que luego será cortado de cuajo.
Es 1938, digamos, un año antes de que un reglamento intente liberar la vía pública de la epidemia de besos. Del lujoso Regis al modesto Tacuba, por una treintena de salas, estrellas extranjeras y cada vez más de casa languidecen de amor en la pantalla, dejando el rastro deslumbrante de sus atrevidas existencias, que el espectador cree conocer al dedillo por periódicos y revistas. En El Principal, el Ideal y los otros templos del género de revista, y en las carpas donde tal vez se opera mejor que en cualquier otro lado la transformación del “pueblo en emblema cultural”, anda el mareo de telones y vestuarios y candilejas, olimpos de las vedetes replicadas más a ras de piso por coristas con pechos generosamente al aire, y una comicidad que explaya la sexualidad a flor de piel.
Una cosa y otra entre la exploración por el espectador de los recursos de un cigarro, por ejemplo, de modo que la boca sea oferente o desdeñosa y rime con la mirada y el vuelo de la mano. O de un saco, una falda, un sombrero, que nunca son a secas y acompañan a mohines y sonrisas, a imaginaciones de caderas y hombros dueños de sí a punta de danzón, fox trot, rumba y cuanto se ponga a la mano.
En San Juan de Letrán, en los 1980s convertido en origen del Eje Central, un hombre se echa a la celebración de los entresijos de luz y sombra de la calzada. Su cabeza se agita con el alcohol apurado no sabe si en el barullo de mesas y parroquianos a su lado o en el de diez metros atrás, y con unas ganas a las que el cancionero de la época vuelven apremio por una de las “flores de la maldad y la inocencia”, frutos que chorrean miel y hiel, sendas hacia el cielo y el infierno, con las cuales se adorna la calzada.
Todo alrededor, de más allá de Salto del Agua a Peralvillo, abunda en quienes para el discurso complaciente de los tiempos son románticas “aventureras”, “vírgenes de medianoche”, “Santas”. Allí y por muchos rumbos de lo que alguna vez fue afueras de la ciudad, sin recato y en cifras oficiales, a las “callejeras” de cerca de 200 lupanares se suman las que deambulan por tres mil o más cabaretes, entre millón y medio de habitantes. Difícil decir cuántas son, si las detectadas con enfermedades venéreas están próximas a las 40 mil.
Para entonces la ciudad lleva dos décadas conquistando la noche. Y con la noche, la pasión. En principio ambas parecerían reservadas a los hombres y a esas que se resuelven a cumplir y sepultar sus sueños, los de ellos, espantando la oscuridad del genero para consumirse un rato, las más unos segundos, apenas, según les advierte la “mariposa equivocada” de una canción: a la luz, por la luz… quemadas, precisamente, las alas.
Pero la noche y la pasión son a la vez territorio de las meseras, las secretarias, las dependientas, las enfermeras y el más o menos profuso mundo femenino del arte, nutrido por quienes llegan de aquí y de allá tras el país de la magia y la promesa de real futuro. Y a su manera, de las amas de casa y las hijas de familia, que comparten su fantasía.
A mitad de la sala, trasegando el trazado secreto de la casa, que nadie más que Ella conoce, por la radio Lara, Gonzalo Curiel, Ernesto Cortazar y un largísimo etcétera aprovechan la lúbrica provocación de los ritmos cubanos y la sustancia negra de las orquestas estadounidenses, para de la cocina a la recámara, entre el burbujeo de las cazuelas y el dale y dale de la escoba, pasear un “sueño de amor” que casi por regla “se esfuma” o “lleva al abismo”, y que en todos los casos “es el pan de la vida”.
No interesa si es a pleno luz del día que en el “abanicar de pavos reales” de su “hastío”, canción tras canción la “locura de vivir y amar” alcanza a la señora. La fuente de la “viajera”, la “perjura” o la “siempreviva” en quien quieren descubrirla el bolero y sus parientes de la época, está en la noche, en la imaginación que nace a su amparo o por su pretexto. A nada, fuera de la propia mujer, cantan tanto, con tanta elocuencia y una misma obsesión: “noche…/te llama el amor”.
Para tal y cual la noche invita a que Ella hunda sus “dedos entre mi pelo”, entregue su “boca fresca” y tenga “piedades de ensueño”, o, unos ratos “golondrina viajera”, otros “maldita”, deje un hueco imborrable en el alma, y para Lara, el más sabio y atrevido, es la de cada vez un amor de.“distinto amanecer, diferente visión”, con cuyas aventuras debe tenerse cuidado porque “hacen daño”, “dan penas”.
Una serenata de Juan S. Garrido parece resumir la imagen recreada por la música popular: “Cuando la noche lo envuelve,/México sueña despierto,/porque de sombras cubierto/vive su vida mejor./Al cintilar los luceros/y los faroles primeros/como por milagrería,/regando alegría florece el amor”.
Es de ella, de la música, en buena parte siquiera, que para este 1938 el cine nacional ha descubierto uno de los temas más provechosos en el espectacular auge que ha iniciado y que luego sabrá es su edad de oro. Con las de carne y hueso o de pura lírica, Santa, La mujer del puerto, Mientras México duerme… han empezado a traer “perdidas” de celuloide no menos sugerentes. Tal vez porque es con ellas con quienes mejor puede acercarse a las intimidades de la pasión y de la noche.
Se trata de una noche en esencia pero no del todo estereotipada, tras la cual parece poder seguirse la huella de las muchas de verdad. Noches, pues, en cierta medida ventiladas en público, que para principios de los 1950, con el nuevo discurso ultraatoritario y moralizador de la familia revolucionaria, pasarán a la absoluta clandestinidad, sordas, grises, doblemente peliagudas.