martes, 10 de octubre de 2017

Cardenismo



Este trabajo partió preguntándose por la izquierda del sexenio cardenista, para terminar sosteniendo una tesis: el movimiento que se anima desde esferas gubernamentales va más allá de todo cálculo previsto y adelanta los regímenes populares andinos cuyo poderoso efecto obra sobre Latinoamérica entre 1994 y 2017. Su breve duración hace dudar de la experiencia concebida en esos términos. Los logros no. Seis años bastan para producir cambios sociales sin igual en nuestra historia, que tendrán efecto durante medio siglo y que todavía hoy son un referente.

Ilustrémoslo por ahora con el consejo del embajador estadounidense para responder al reparto agrario que devolvió sus tierras a los yaquis, expropiando a grandes y pequeños propietarios de Estados Unidos: “Personalmente estoy convencido de que el actual movimiento agrario no puede ser detenido por este gobierno ni por ningún otro gobierno que lo remplace, sin precipitar una revolución”.

Cuando en 1933 Lázaro Cárdenas es elegido virtual próximo presidente, para algunos Plutarco Elías Calles se salió con la suya y seguirá dirigiendo el país a trasmano para imponer al fin un proyecto institucional que nos modernice. Así quedarán atrás veleidades agraristas y obreristas de los tres lustros previos y el articulado social establecido por la Constitución se ceñirá a una antigua máxima en nuestras tierras: ley y realidad no tienen necesaria correspondencia y lo legislado debe ceñirse a los intereses del Estado.

Visto de cierta manera, el Jefe Máximo, como suele llamarse al general sonorense, por su propio razonamiento está liquidado: los tiempos de caudillos pasaron, dice, y pretende continuarlos. Se equivoca, pues nuestro caudillismo sigue arraigado con una única condición: la alternancia. En todo caso, él pertenece ya al pasado. En 1928, al morir Álvaro Obregón, con quien durante casi una década sostuvo el juego sistémico, digamos, su destino estaba echado, y cinco años de manejos arbitrarios lo confirman.

Si seguramente puede discutirse esta afirmación, la lanzo con un solo objetivo: subrayar que el largo proceso posrevolucionario maduró o creó nuevos grandes actores, preparados para genuinos cambios. Don Lázaro aparece entonces como cabeza informal de fuerzas que emergen dentro del mismo régimen o al lado suyo. Representan esa utopía mexicana pronta a realizarse, cuyos personajes mayores son campesinos y obreros con utopías propias, ancestrales o de más o menos reciente creación.
Para Cárdenas, sus cercanos y otros sectores, la obra reside justamente en materializar cuanto el constituyente de 1917 consensó para hacer justicia al pueblo y a una nación concebida como garantía del bienestar general.
¿Hasta qué punto coinciden así con las aspiraciones populares? El movimiento campesino y los sindicalistas avanzados tienen perspectivas muy vastas, afines al zapatismo, el villismo y los proyectos que se afilian a corrientes revolucionarias internacionales.  revolucionarias que dejaron   
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