viernes, 2 de marzo de 2018

Oscar de Pablo. El PCM y el cardenismo



Texto escrito exprofeso para ayudar a esta investigación

El sexenio de Lázaro Cárdenas (1934-40), marcado por un ascenso sin precedentes del movimiento de masas, constituyó por mucho el momento de mayor influencia del Partido Comunista Mexicano en la historia del país y por lo tanto el momento de su principal prueba histórica. En un país cuya población no llegaba al millón y medio de personas, el partido llegó a tener 20 mil afiliados y, lo que es más importante, a través de su influencia en el movimiento social, llegó a dirigir a muchísimas más personas. Estos éxitos produjeron a su vez tentaciones políticas considerables. Así pues, el modo en que  la dirección del partido enfrenté esas tentaciones en ese periodo clave tendrían consecuencias decisivas en su propia trayectoria posterior y en la historia del país.



El PCM frente al general Cárdenas:

De la descalificación al apoyo acrítico



El PCM se había fundado en 1919, bajo el ejemplo de la Revolución Rusa, como la sección mexicana de la Internacional Comunista o Comintern. En ese punto, el programa de la Comintern estaba marcado por un inflexible internacionalismo revolucionario y de clase, programa que el PCM intentó sostener durante sus primeros años en condiciones de relativa marginalidad.

Desde mediados de los años veinte, la Comitnern empezó a convertirse, de un colectivo internacional con preponderancia de los rusos, en un instrumento internacional de la burocracia soviético, cuyos intereses no siempre coincidan con los de la revolución mundial. En esa época, la Comintern suavizó mucho su posición clasista e internacionalista, especialmente para el mundo subdesarrollado. Así pues, durante la presidencia de Calles (1924-28), el PCM atenuó su antagonismo con la ideología nacionalista dominante en México y de ese modo consiguió la dirección del masivo movimiento campesino.

Durante los años del maximato (1928-34), la relación del PCM con el estado mexicano volvió a ser una de antagonismo directo, debido a la coincidencia de dos factores: por un lado, los gobiernos de esa época, inseguros y autoritarios, persiguieron implacablemente a los comunistas; por el otro, la Comintern adoptó desde arriba una línea ultrarradical conocida como el “tercer periodo”, que ilusoriamente predecía situaciones revolucionarias a corto plazo en todo el mundo y por lo tanto ordenaba a los comunistas de cada país la ruptura de sus alianzas con otras corrientes de izquierda en el movimiento social. En realidad, este radicalismo no obedecía tanto a la predicción de posibilidades revolucionarias como a las necesidades coyunturales del gobierno soviético, que en esa época había girado a la izquierda en su propio país imponiendo la colectivización general de la agricultura y un ritmo de industrialización audaz y brutal.

Obedeciendo a esta línea, en enero de 1929 el partido había creado una central sindical propia, la CSUM, pare reunir a los sindicatos en los que tenía influencia al margen de la vieja y decadente CROM.  Más tarde ese mismo año, el partido exigió a los líderes campesinos de su seno que renunciaran a toda alianza con los políticos nacionalistas, y cuando éstos se negaron, los expulsó.

En los siguientes cuatro años, el partido se vio relegado de vuelta a la marginalidad e incluso a la clandestinidad, pues cientos de sus cuadros fueron encarcelados y deportados a las Islas Marías.

Cuando llegó el año electoral de 1934, la percusión estatal se había aflojado considerablemente, por lo que los comunistas pudieron salir de la clandestinidad e incluso participar en las elecciones,  postulando como candidato presidencial a su secretario general, el ferrocarrilero Hernán Laborde. En esa época, la lógica del “tercer periodo” aun los llevaba a hacer las caracterizaciones más exageradas de los adversarios. Así, tanto durante la campaña y como durante el primer año del gobierno de Cárdenas, el PCM lo caracterizó mecánicamente como “fascista”, por su voluntad de intervenir en la economía nacional con el primer Plan Sexenal.

Sin embargo, ese mismo año los excesos de la colectivización en la URSS empezaron a volverse insostenibles y el gobierno soviético tuvo que dar marcha atrás en su audacia colectivista. Al mismo tiempo, en el plano internacional tuvo que abandonar su retórica ultrarradical para buscar alianzas que le permitieran contrarrestar la amenaza, tardíamente reconocida, de la Alemania Nazi. Correspondientemente, en el verano de 1935, el VII (y último) Congreso de la Comintern ordenó a los Partidos Comunistas del mundo dar un giro en redondo y buscar alianzas ya no sólo sindicales, sino políticas, no sólo con las otras corrientes socialistas, sino con todas las fuerzas democráticas, incluyendo las capitalistas. Incluso el gobierno imperialista estadounidense, entonces dirigido por Roosevelt,  fue exaltado como una fuerza del progreso.

Así pues, el PCM, cuyos líderes habían asistido al Congreso de la Comintern, abandonó sus denuncias al supuesto “fascismo” de Cárdenas y empezó a colaborar con su gobierno en las gigantescas luchas sociales que entonces empezaban. Líderes como Valentín Campa, acostumbrados a vivir en la clandestinidad, de pronto podían jactarse de una amistad personal con el presidente de la republica. Así, por ejemplo, fueron cuadros comunistas (como Dionisio Encina, Fernández Anaya y Mario Pavón) quienes en 1936 dirigieron la gigantesca lucha de los peones agrícolas de la región lagunera, que culminó en una de las mayores expropiaciones agrarias de la historia de México. También fueron comunistas quienes, con la anuencia de Cárdenas, dirigieron la masiva sindicalización del sector público. Del mismo modo, fueron mujeres comunistas como la Cuca García quienes en 1935 fundaron y encabezaron el Frente Único Pro Derechos de la Mujer (FUPDM), que no sólo luchó por el voto femenino (que no consiguió) sino también por el establecimiento de guarderías, hospitales femeninos y otros servicios sociales de masas, que afectaron positivamente la vida de generaciones de mexicanos. Finalmente, a partir de 1936 el partido aprovechó la buena disposición de Cárdenas hacia la asediada república española para enviar voluntarios militares a luchar en la Guerra Civil de ese país.

Sin embargo, las mismas ventajas que el PCM obtuvo de su colaboración con el gobierno en la lucha social produjeron una dinámica que llevó inevitablemente a convertir esa colaboración en un apoyo político acrítico. Así, para marzo de 1938, cuando Cárdenas re-fundó el partido oficial con el nombre de PMR, el PCM lo caracterizó como “frente popular en forma de partido” (en línea con el lenguaje de la Comintern) y solicitó su ingreso. Si entonces el PCM no se disolvió en el partido oficial del estado mexicano fue sólo porque los estatutos del PMR no aceptaban la doble militancia. En cambio, por órdenes del PCM, el FUPDM sí se integró al partido oficial. Cuando la Cuca García quiso oponerse a esto, fue expulsada del PCM y perdió la dirección del Frente, que asumió Consuelo Uranga. Un episodio revelador en este sentido tuvo lugar en 1939, cuando el presidente Cárdenas criticó la invasión de Finlandia por la URSS dentro de los términos del pacto Hitler-Stalin. El pintor Siqueiros, estalinista sincero, salió a la defensa de la invasión soviética… y el PCM lo expulsó sus filas por criticar al presidente Cárdenas.

Al mismo tiempo, la ideología del PCM se modificó también para responder a su nueva posición como partido legal, respetable y aliado del gobierno. El nacionalismo, que en tiempos de Lenin era repudiado como ideología burguesa, fue asumido como un valor propio. Esto se expresó sutilmente en el cambio de nombre del partido, que de “Partido Comunista de México” pasó a llamarse “Partido Comunista Mexicano”, y mucho más claramente en el cambio de nombre de su periódico, que de El Machete pasó a llamarse La Voz de México. En esa época dejó de haber militantes extranjeros en la dirección formal del partido, aunque, como veremos, su sometimiento burocrático a la dirección soviética nunca había sido tan acentuado.

Por otra parte, la gran influencia de la que llegó a gozar el PCM en el aparato del estado en esos años, y especialmente en dependencias como la SEP, hizo de la militancia en sus filas un medio para conseguir empleo y ascender en la burocracia, por lo que en esa época PCM, al lado de los militantes sociales sinceros, miles de arribistas que lo abandonarían tan pronto como el partido perdiera su posición de influencia. Esta situación incluso dio pie a algunos casos de vulgar corrupción personal, los primeros y prácticamente los únicos en la historia del partido.



La CTM y la “unidad a toda costa”



Con la decadencia de la CROM durante el maximato, los comunistas habían logrado construir un movimiento sindical alterno, organizado en la CSUM, y habían logrado influir políticamente sobre los principales sindicatos industriales, como el ferrocarrilero, dirigido por el comunista Elías Barrios. El cardenismo fue el periodo donde pudieron aprovechar las mayores oportunidades para dirigir la lucha sindical. Y, sin embargo, un año después del fin del sexenio de Cárdenas, ya habían perdido esas posiciones y esa influencia, obtenidas con el trabajo de tantos años. Y lo que es más importante, la democracia sindical, tan arduamente conquistada, había sido cedida sin resistencia. ¿Cómo pudo ocurrir esto? La respuesta pasa por la decisión del PCM que tendría mayores consecuencias en la historia posterior del movimiento obrero y de la sociedad mexicana: la línea de la llamada “unidad a toda costa” al interior de la dirección de la CTM.

Ya desde el verano de 1935, para enfrentar las amenazantes declaraciones reaccionarias del ex presidente Calles, el PCM había buscado la colaboración de la corriente sindical de Vicente Lombardo Toledano (quien poco antes se había separado de la decadente CROM), y de los principales sindicatos industriales de su propio entorno para constituir un frente de defensa proletaria contra cualquier posible intentona golpista. Ese mismo verano (coincidiendo con el VII Congreso de la Comintern, donde se aprobó la línea del “frente popular”), Lombardo, que hasta entonces se había mantenido ajeno y hostil al comunismo, fue invitado a la URSS, donde fue tratado con honores por el gobierno estalinista, que se ganó su admiración para siempre. Curiosamente, al volverse estalinista Lombardo no ingresó al PCM.

En febrero de 1936, el PCM disolvió la CSUM en un bloque con la corriente sindical de Lombardo y los principales sindicatos industriales, para dar lugar a la CTM, la central sindical más grande de la historia del país. Originalmente, el lema de la central era “Por una sociedad sin clases”, reflejando el consenso pro-socialista de sus fundadores.

La fundación de la CTM fue quizá el punto más alto de la unidad proletaria a nivel sindical en la historia de México y en los siguientes años permitió gigantescas conquistas a favor de las masas, algunas de las cuales sobreviven hasta nuestros días.

Sin embargo, el aparato de la CTM se convertiría después del cardenismo en un medio para la cooptación burocrática y la contención violenta del movimiento obrero por el gobierno, factor decisivo de la estabilidad del capitalismo subdesarrollado mexicano bajo el PRI. Como veremos, la actuación del PCM durante el cardenismo fue un antecedente clave de esta evolución.

Con tal de mantener su alianza política con Lombardo, en el congreso de fundación de la CTM (febrero de 1936) el PCM retiró la candidatura del popular líder panadero comunista Miguel Ángel Velasco para el  puesto de secretario de organización y aceptaron la imposición del candidato de Lombardo, el joven líder lechero Fidel Velásquez. Para abril de 1937, las maniobras antidemocráticas de Velásquez llevaron a varios sindicatos industriales a romper con la joven central. En ese punto, los cuadros de estos sindicatos contaban con Velasco y otros comunistas para que dirigieron la lucha por la democracia sindical. Y así ocurrió en un primer momento. Sin embargo, tras recibir órdenes de la Internacional, ese verano el PCM optó por hacer todas las concesiones necesarias con tal de mantener su alianza política con Lombardo, aun reconociendo que de ese modo renunciaba a la democracia sindical. Esta medida pasó a la historia con el nombre de “unidad a toda costa”. Así, cuando en 1938, Lombardo convirtió a la CTM en un soporte orgánico del gobierno cardenista, integrándola al PRM oficial, los comunistas no protestaron.

El fruto amargo de esta decisión sólo se haría evidente después del periodo de Cárdenas, cuando, al servicio de gobiernos mucho menos progresistas, Fidel Velásquez se convirtió en el dictador absoluto de la CTM y purgó de su seno no sólo a los comunistas, sino también a su antiguo mentor Lombardo.



La culminación del burocratismo: el congreso extraordinario y del caso Trotsky



Desde enero de 1937 residía en México, asilado por el presidente Cárdenas, Leon Trtosky, quien fuera uno de los líderes de la Revolcuión bolchevique de 1917 y de la Internacional Comunista pero que para entonces se había convertido en el principal enemigo del gobierno soviético bajo Stalin. Así, el PCM se opuso a que México lo acogiera y ayudó a difundir la noción de que era una especia de agente del nazismo y otras fuerzas oscuras.

Según revelaría décadas después Valentín Campa, entonces uno de los principales líderes del PCM, a mediados de 1939 la Internacional Comunista ordenó secretamente a los líderes de su sección mexicana que organizaran el asesinato del refugiado ruso. Sin embargo, Campa y el secretario general Laborde decidieron desacatar la orden, sobre todo porque su cumplimiento pondría en riesgo la alianza del partido con Cárdenas.

Haya sido o no este desactato de las órdenes superiores la razón de lo que siguió, , lo cierto es que en octubre de ese año llegó a México una delegación de la Internacional encabezada por el argentino Vitorio Codvilla que, a través de una “comisión depuradora” asumió la dirección del PCM, decretó que Laborde y Campa eran culpables de muchos errores (“sectarismo-oportunismo”) y crímenes (corrupción y colaboración con los “trotskistas”) y eligió en su remplazo al joven obrero coahuilense Dionisio Encina, que había dirigido la huelga de la Laguna en 1936. Tanto la expulsión de Laborde y Campa como el acenso de Encina a la secretaría general del PCM fueron ratificados por unanimidad por el Congreso Extraordinario del Partido, celebrado en marzo de 1940.  Este golpe fue el últim clavo en el ataúd de la democracia interna del PCM, que había venido disminuyendo desde 1929.

Al mismo tiempo, se le concedió la razón al pintor Siqueiros en su desencuentro con el partido (el haber criticado a Cárdenas y defendido a Stalin respecto a la invasión de Finlandia), pero no se le reinstaló formalmente, pues se consideró que sería más útil como “simpatizante”.  Siqueiros, que había conbatido en el ejército carrancista y luego en la guerra civil española, era el principal especialista del partido en cuestiones militares. Otro cuadro del partido especialista en “acciones directas”, Rosendo Gómez Lorenzo, también fue formalmente separado de la organización por razones oscuras.

En mayo, estos dos hombres, junto con otros simpatizantes del PCM y el miembro del Comité Central David Serrano Andonegui, que también había combatido en España, intentaron asesinar a Trotsky y su familia en un ataque vergonzante (disfrazados de policías y gritando consignas políticas ajenas, para despistar). Aunque fracasaron en su intento, se llevaron con ellos al trotskista estadunidense Robert Sheldon Hart, que fungía como guardia de la casa, a quien asesinaron a los pocos días.

Lejos de reivindicarlo como una acción de armas legítima, Siqueiros negó que el atentado hubiera tenido lugar, y el PCM se deslindó púbicamente de los agresores, a los que llamó “provocadores”. Sin embargo, cuando estos fueron cayendo presos, el partido hizo lo posible por defenderlos. Toda la evidencia indica que en realidad habían actuado bajo las órdenes de la dirección del partido.

Cuando ese agosto Trotsky fue abatido por un agente de los servicios secretos soviéticos, el PCM también se deslindó del hecho, pero en los años que siguieron dio al asesino el tratamiento que destinaba a los presos políticos más heroicos.



Epílogo: el PCM bajo Dionisio Encina



El mismo verano de 1940 en que tuvo lugar el asesinato de Trotsky, se celebraron las elecciones generales en las que el partido oficial postuló al muy moderado Ávila Camacho como sucesor del Cárdenas. Aunque el PCM estaba en la cima de su influencia, no consideró siquiera postular candidatos opositores o abstenerse de participar, y en cambio apoyó sin la menor crítica al candidato oficial.

En los sexenios que siguieron de Cárdenas, el PCM pagó las consecuencias de la política adoptada entonces. Entonces tuvo lugar un nuevo alejamiento entre el partido y el estado mexicano, pero esta vez fue un alejamiento unilateral: conforme el régimen viraba más y más a la derecha, el estado perseguía, golpeaba y marginalizaba al PCM, mientras éste se esforzaba por ser considerado un aliado de izquierda del gobierno. Así, durante la participación de México en la Segunda Guerra Mundial, el partido suscribió el “pacto obrero-patronal” que condenaba la lucha de clases en aras de la unidad nacional. En las elecciones presidenciales de 1946, el partido volvió a apoyar al candidato oficial, que en ese momento era Miguel Alemán, quien sería uno de los más corruptos y reaccionarios del México posrrevolucionario. En 1948, incluso después de la intervención violenta del gobierno alemanista en la vida de los sindicatos (los procesos conocidos como “charrazos”), Dionisio Encina seguía insistiendo en que el gobierno de Alemán era progresista y que el PCM no debía considerarse a sí mismo un partido de oposición... lo que no impedía que el gobierno lo tratara como tal. Para ese año, la membresía del partido, que en tiempos de Cárdenas había superado los 20 mil militantes,  estaba reducida a una cuarta parte de ese número. Al mismo tiempo, el régimen interno del partido, instalado en 1940 por la imposición burocrática, sólo pudo mantenerse profundizando su autoritarismo. Todos los matices de pensamiento que variaran aun mínimamente de la línea de Encinas fueron expulsados en oleadas sucesivas, al grado que en 1950 pudo fundarse un segundo partido estalinista, políticamente indistinguible del PCM, con los cuadros que éste había expulsado. Sólo en 1960 inició la regeneración del partido y su restitución como partido reformista más o menos serio.