viernes, 26 de enero de 2018

Cardenismo (por una investigación mínimamente decorosa o un buen pretexto)



Primero nos hicimos una pregunta en voz alta, por mera curiosidad: ¿Quién formaba la izquierda del cardenismo? Luego pensé: El libro serviría para demostrar que sin los movimientos sociales no pueden producirse grandes cambios. Alguien más dijo después: Debe probarse cómo se gobierna un régimen popular en México.
Obviamente exagerábamos: la investigación dispondría de poco tiempo y sin duda no despejaría la duda, porque vivimos condiciones muy distintas a los años 1930.

BORRADOR. PERDONEN EL DESORDEN, LAS REPETICIONES, LOS HUECOS...
Si la investigación es el asunto, divulgar tiene su gracia. A veces tanta, que los resultados deben medirse más bien por cuánto se llega a quienes leen, no necesariamente para convencerlos sino despertándoles inquietudes.


El cardenismo no es obra de un hombre y su círculo cercano. Resultaría inconcebible sin el movimiento popular y las clases medias radicalizadas, entre quienes están vivas viejas y nuevas utopías.

Esos seis años representan, con mucho, el mayor avance social en nuestra historia -desde los postreros años mil setencientos, aclararía Romana Falcón-. Tras una investigación más o menos breve, persigo aquí una idea: lo que Lázaro Cárdenas echa a andar es difícilmente controlable y conduce a extremos no calculados, a veces quizá sin que él lo sepa. El propio Tata, creo, se desbordó a sí mismo, gracias también al inusitado panorama mundial: democracias occidentales en debacle o recomposición y la Unión Soviética que irrumpe como exitoso modelo económico y gran potencia.

El cardenismo una utopía mexicana, de Adolfo Gilly, al contemplar desde la óptica continental, me reforzó una pregunta ociosa: salvada toda distancia, ¿el sexenio cardenista puede compararse con los regímenes populares andinos de siete y ocho décadas después?; ¿pudo ser un adelanto mejorado? Pregunta ociosa, digo, pues aquél cumplía con su época, en el ambiente creado por la
Alianza Popular Revolucionaria Americana, etcétera. 

¿Mal interpreto? El discurso oficial y las versiones conservadoras y de izquierda ortodoxa aseguran que esos seis años simplemente sustentaron a la dictadura perfecta priista impuesta a continuación.

Este llamado a debatir es una abierta provocación cuando revisa la historia previa de Cárdenas y su acto final como presidente: inhibirse ante el “sindicato de gobernadores” que, imponiendo a Manuel Ávila Camacho, impide la continuidad representada por Francisco J. Múgica.
Aclaro que hice una investigación más o menos breve y por entero bibliográfica, apurado por la coyuntura actualn en que el país se juega su futuro quizá como nunca antes desde la Revolución.

Para facilitarnos las cosas sigo fundamentalmente cinco libros, a los cuales pido a ustedes acercarse para profundizar.

Lento de entendederas, según se decía antes, casi para terminar encontré la hipótesis más apasionante: entre un Estado rudimentario, el cardenismo construye otro paralelo, por llamarlo así. Lo forman esos miles de funcionarios públicos que llevan instrucciones cuya operación final deciden ellos mismos, sobre la marcha, confrontando al poder local compuesto por presidentes municipales, gobernadores, jueces, terratenientes, empresarios, curas párrocos, obispos, caciques menores que controlan a campesinos y obreros, profesionistas -médicos, por ejemplo- a quienes el prestigio convierte en autoridades de facto. Al lado suyo están líderes o direcciones populares con quienes acuerdan o coinciden. En lo alto, cargos gubernamentales que tienen o se dan permisos extraordinarios.

Confirmar este supuesto, dibujando un panorama revolucionario, requeriría consultar muchos archivos, sobre todo regionales, y no dispongo de años sino meses. 
Quede pues como una incitación cuyo servicio es más bien para el presente.
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Cada año los académicos que estudian al Tata se reúnen. Estarían reflejados, pues, en tres gruesos volúmenes monográficos publicados por Biblioteca INEHRM (Lázaro Cárdenas: Modelo y legado). Encontré poco allí donde, exceptuando a un par de intelectuales identificados con la izquierda marxista,  no interesa el proceso que busco. A quienes recurro en este trabajo conocen infinitamente más los fenómenos sociales e incluso personales, pues no les interesa la institucionalidad.     
 


Un punto de arranque

Adolfo Gilly inicia su trabajo ya clásico sobre nuestro tema, citando los Apuntes escritos por Cárdenas el 9 de marzo de 1938. Éste estuvo en el ingenio de Zacatepec, que por requerimiento de Rubén Jaramillo, ex oficial zapatista, se inauguró hace poco para entregar a campesinos morelenses, administrado por el propio solicitante.

Regresando a la ciudad de México don Lázaro se detiene y charla con Francisco J. Múgica, su mejor y más antiguo amigo. “… le hice conocer mi decisión de decretar la expropiación de los bienes de las compañías petroleras si éstas se negaban a reconocer el fallo de la Suprema Corte de Justicia”(SCJ), anota el general en ese diario que lleva desde la adolescencia.

Gilly escoge la escena por buenas razones y nuestro modesto trabajo debe tener cuidado con ella, pues nos presenta a un Cárdenas redentor, que obra con el único, más bien pasivo apoyo de Mújica. Siguiendo esa línea veríamos cuatro años atrás al Tata aparecer como mágicamente, para salvar a México del callismo, convertido así a su vez en tendencia homogénea y con claros propósitos, que domina por completo el panorama nacional.

Estaríamos, pues, ante el bien y el mal con aires bíblicos, y alrededor coros griegos que representan a un pueblo observador, esperando las decisiones de su líder. Transportada a etapas anteriores y posteriores, esa perspectiva nos plantea preguntas espinosas sobre el propio don Lázaro. ¿Por qué guardó silencio mientras la familia revolucionaria controlaba despóticamente al país y se enriquecía a manos llenas? ¿Cómo no acusarlo de entreguismo al permitir que Maximino Ávila Camacho, Miguel Alemán y otros impongan a su sucesor para dar un terrible giro al proyecto? ¿No se volvió así en el facilitador de la dictadura priista, nacida poco después?

Más adelante Gilly agrega una carta de nuestro personaje, sobre el manifiesto necesario para acompañar la expropiación: "que los industriales establecidos en el país sepan que el actual gobierno desea seguir contando con la cooperación del capital privado así sea nacional o extranjero”. Y remata el historiador: “La decisión, trabajada durante años en las cabezas de los gobernantes de ese México de entonces, había madurado a lo largo del conflicto de las empresas petroleras”.

Nuevamente, sin contexto, podemos tener una idea equivocada sobre el cardenismo todo, que parecerá contradecir la imagen de un sexenio sin par, oasis entre el desierto representado por caudillos militares y civiles a quienes campesinos y obreros no les preocupan en absoluto.

El general presidente michoacano, confieso, era un hombre sin mayor chiste a mis ojos, pues lo comparaba con la pléyade de grandes luchadores sociales surgido en torno a nuestra Revolución: Ricardo Flores Magón y sus compañeros; Zapata, Villa, Carillo Puerto, los anarcosindalistas y los agraristas afiliados al comunismo de la década 1920.

Contemplándolo durante su administración presidencial me parece alcanzar altos vuelos, por lo advertido: el estrecho nexo que tuvo con masas populares y clases medias radicalizadas y el dejarse llevar más allá de lo previsto. El propio Gilly subraya esta última característica y busca el preciso momento en que don Lázaro decide expropiar: diez días antes de hacer la declaración pública.

Tal rasgo aparece con frecuencia durante el sexenio, en Cárdenas y en otros protagonistas del régimen, cuyos hechos consumados si suele validarlos formalmente la presidencia, a veces pasan inadvertidos para ella. Nos encontramos, pues, con un proceso en que los actos revolucionarios de diverso grado son naturales. Solo así, vale pensar, puede desbordarse a la clase política y militar que domina hace tres décadas y se vuelve una enemiga más bien silenciosa y no del todo solapada, pues los cardenistas advierten su peligro.

Para el historiador mexico-argentino la expropiación es el momento decisivo no solo por sus profundas consecuencias sobre la soberanía nacional, y al seguir con minucioso detalle los hechos señala otras grandes cuestiones.

A reserva de volver más tarde sobre el conflicto, recordemos que las fricciones inician en 1936, cuando los sindicatos de empresa petroleros constituidos en uno nacional (STPRM), emplazan a huelga para obtener un contrato colectivo de trabajo (CCT). Las compañías no hacen caso y estallan en paro de veinticuatro horas, decidiendo a don Lázaro a intervenir conciliadoramente.

Un año después vuelve la demanda sindical y los empresarios se burlan, concediendo apenas en reclamos menores. El STPRM forma parte de la CTM recién creada, que entre cosas recoge una más o menos vieja inquietud: cumplimiento de lo establecido por el artículo 27 constitucional para rescatar nuestros recursos naturales. El seis de enero siguiente, la dirección cetemista impulsa la huelga y el Tata interviene para disuadirla.

Tras aquella súbita charla del presidente había, pues, dos años de una presión gremial en la cual estaba contenido, sin explicitar, el propósito expropiatorio, y mucho más. Si cuando ordena redactar el manifiesto a la nación, sin duda tiene en mente a todas las clases sociales, a nuestro bajo pueblo, de diversas formas involucrado en su proyecto, por fuerza lo convoca a manifestarse con tanta beligerancia como se requiera.

Las conocidas imágenes de mujeres humildes entregando sus ahorros son tristes representaciones melodramáticas. Quizá algunas fueron por súbito impulso. El resto debieron estar vinculadas a instancias populares beneficiarias ya o en potencia de los avances agrarios y obreros, o las animaron miles de cuadros que operaban para el régimen.

De hecho, para el cardenismo ese artículo 27 empezó a materializarse dos años atrás y como parte nodal del régimen, con lo que una estupenda historiadora* llama “una de las más profundas transformaciones que sufriera la sociedad mexicana desde fines del siglo xvii”: el reparto agrario.

Entre los demás grandes efectos que, creo, Cárdenas considera con la expropiación, está el nuevo espacio internacional adquirido por México. Su régimen y no solo su gobierno, desde 1936 son los dos únicos apoyos a los republicanos españoles durante la Guerra Civil. Avala así una causa que mundialmente se reconoce como cruzada contra el fascismo. Coincide entonces con la Unión Soviética, a quien da trato privilegiado a través de los mejores diplomáticos cardenistas.

Para ese momento el Tata tiene claro: en términos planetarios la sociedad oscila entre dos tendencias: lo individual y lo societario, y él y cuantos tiene cerca se afilan a esa última. Entre los muchos ejemplos que pueden citarse, escojo la declaración hecha por el Dr. Ignacio Chávez, padre de la cardiología mexicana y director de nuestro gran hospital, el General: sin medicina social no hay medicina.

¿Cuándo acaba en términos reales la Revolución, nos dejan pensado los razonamientos de Gilly? ¿Al finalizar el movimiento armado o durante estos momentos, que concretan el articulado social y nacionalista establecido por la Constitución?
* Romana Falconi



Fechas, más fechas
Busco fechas anteriores al cardenismo, que nos guíen sugiriendo como todo parece acomodarse para preparar los grandes cambios. Diciembre de 1928 es una obligada, pues Cárdenas inicia su gubernatura en Michoacán, durante la cual se diría que crea el modelo a seguir cuando llegue a la presidencia.

Otro momento imprescindible es octubre de 1929, cuando la primera gran crisis del capitalismo moderno conduce a Estados Unidos hacia La gran depresión. Ésta golpea a nuestras mayorías en diversos grados, a veces brutalmente, empobreciéndolas aún más, y descubre después al gobierno y los empresarios mexicanos una oportunidad para crecer, sobrexplotando a las y los propios trabajadores rurales y urbanos y substituir importaciones.

Una tercera fecha se me pierde en esos años y debo buscar su reflejo en 1935, apelando a Armando Bartra: “Las tomas de tierras son una de las formas de lucha más generalizadas, y El Machete, periódico del PCM, deja constancia de ellas. Noticias sueltas entresacadas al azar de los números publicados (…) nos indican que: en Tepeaca, estado de Puebla, 25 comunidades agrupadas en un Frente Único Campesino tomaron las tierras; en Tulancingo, Hidalgo, los campesinos ocuparon los latifundios de Zupitlán y Tepenacaxco; los campesinos de Labor de Rivera, en el norte de Jalisco, tomaron tierras solicitadas infructuosamente al Departamento Agrario; en Zitácuaro, Michoacán, los campesinos se apropian de un latifundio; en Nuevo León 1 400 trabajadores, miembros del Sindicato Único de Obreros Agrícolas y de la Unión de Solicitantes ocupan tierras, y así.

Los comentarios de los redactores de El Machete son también sintomáticos: “Dos millones de jefes de familia no quieren esperar otros 25 años de ´revolución´ para que se les entreguen sus parcelas […]. No están dispuestos a seguir esperando, tomarán la tierra a cualquier precio y no pagarán impuestos; no quieren morirse de hambre: ´mejor de bala´…”

No preciso cuándo comenzaron a anunciarse esas tomas, antes de 1935. Lo que señalan para nuestros efectos es la organización campesina que sobrevive del movimiento armado y los muy agitados años 1920 o que va cobrando forma desde entonces.

La cuarta fecha a señalar es junio de 1933, en que se forma la Confederación General de Obreros y Campesinos de México (CGOCM), constituida fundamentalmente por obreros industriales (fábricas, minas, pozos petroleros) y urbanos en su conjunto (sumados los del comercio y otros servicios). Los años previos recibieron duro castigo del Estado, que volvió casi nada al combativo sindicalismo nacido tras la Revolución. Ahora con el sindicato nacional ferrocarrilero como nuevo ejemplo a seguir, anuncia grandes confrontaciones.

Agrego el Primer Congreso de Universitarios Mexicanos que se celebra también en 1933, el 7 de septiembre, y plantea el “estudio de la posición ideológica de la universidad frente a los problemas del momento”. Los debates están presididos por el que protagonizan Antonio Caso, defendiendo al liberalismo social, y Vicente Lombardo Toledano, que sostiene como bandera las enseñanzas de Carlos Marx. El resolutivo final no deja duda sobre quien triunfa: "La Historia se enseñará como la evolución de las instituciones sociales, dando preferencia al hecho económico como factor de la sociedad moderna; y la Ética, como una valoración de la vida que señale como norma para la conducta individual el esfuerzo constante dirigido hacia el advenimiento de una sociedad sin clases, basada en posibilidades económicas y culturales semejantes para todos los hombres."

No cito en principio el evento que la historiografía académica señala siempre y por muy buenos motivos: el surgimiento del PNR, en marzo de 1929. Lo dejé fuera hasta aquí pues persigo sobre todo a los sujetos que confluirán en el proceso de transformación cardenista. Pero es fuerza referirse a ese parteaguas para la familia revolucionaria, que inaugura su proyecto modernizador, comenzado por centralizar orgánicamente a un caótico concierto de caudillos y caciques regionales. Luego, durante la misma convención que nos sirve como eje, se dará otro paso en ese sentido, a nivel estatal, subordinando a los agentes locales a sus gobernadores. Entre medio, Calles y compañía ordenan a las fuerzas armadas y esbozan una regencia económica con real dirección, aprovechando lo que de virtuoso trajo el crack estadounidense: la factible sustitución de importaciones favoreciendo al mercado local y dinamizando nuestra producción hacia un exterior cada vez más preocupado por el conflicto mundial que se avecina.

En consecuencia, para diciembre de 1933 la familia revolucionaria dominante desprecia a los movimientos populares, cuya organización socavó desde 1929 (OJO: PUNTEAR LOS GOLPES). O, más bien, ve en ellos instrumentos subalternos, si consideramos el apoyo que les ofrece ahora, reciclando viejas políticas corporativistas.

Bartra y Anguiano documentan la explosión social inevitable si el proyecto “callista” continúa -entrecomillo porque el llamado Jefe Máximo está lejos de serlo en realidad y se fricciona o negocia con sus iguales-. La pregunta es cuánto esa explosión tendrá éxito. Y aquí retomamos a don Lázaro y lo que representa.

Antes y relacionado con este proceso que atraviesa el PNR rumbo a la presidencia cardenista, agreguemos otra fecha: septiembre de 1934. Sale a relucir entonces el ya abierto conflicto de tendencias dentro del PNR, con un agrio debate entre legisladores sobre las reformas educativas propuestas. “Los diputados se enfrascaron en apasionadas discusiones acerca de la proximidad o la lejanía del socialismo, el significado de este término y sus contradicciones con el régimen económico entonces vigente.” Se ve así cuán determinante papel jugará el establecimiento de “la educación socialista”. A través suyo legiones de maestros, coordinadores, enviados especiales, de la SEP, serán grandes operadores del proyecto en muchas materias: organización social, reparto agrario, diques a los poderes locales conservadores.

FALTA PCM



Los preparativos 
Ordenemos el tiempo para no perdernos.

En diciembre de 1933 el oficialista Partido Nacional Revolucionario (PNR) designa al general Cárdenas como candidato a presidente de la república. Para entonces las utopías (el magonismo, el zapatismo yucateco con indígena, las nacidas en los años 1920, etc.) fueron derrotadas y el régimen que desde 1929 se dice dirige a trasmano Plutarco Elías Calles, prepara cambios que estabilicen al país tras casi dos décadas de caudillos y caciques disputándose el poder local y nacional, hacia una modernidad usufructuada por los vencedores y las grandes fuerzas económicas nacionales e internacionales.

Poco antes, al rechazar una candidatura que se opone a la oficial, Luis Cabrera, uno de los antiguos maderistas con preocupaciones sociales[i], dice: “lo que está pasando en toda la república es tan serio y pavoroso (…) Una terrible epidemia de codicia, de concupiscencia, de ambición, de inmoralidad y de cieno inunda a nuestro pueblo.”(2) LUIS CABRERA)

Al frente de ese triste panorama está la clase política-militar. En 1924 el propio Calles redujo del 36 al 25% la partida que ejercía su gobierno destinaba al ejército, y “ordenó que se controlaran todos los gastos de los jefes de operaciones y que los diferentes servicios de abastecimiento fuesen reglamentados”(3 ARNALDO CÓRDOBA). Esa política continúa pero en suma la transferencia de recursos a generales y demás ha sido monumental.

Así nacieron grandes fortunas, como la de Juan Andrew Almazán, desde muy pronto establecido en la construcción y especulación con bienes raíces. Joaquín Amaro dedicó la suya a “darse pulimento” al estilo porfiriano, rodeándose de caballerizas y palacios. Álvaro Obregón monopolizó el comercio de garbanzo y tomate en el noroeste. El mismo don Plutarco es un multimillonario con colosales residencias y depósitos en el extranjero, para sí y sus familiares. Aaron Sáez entre otras cosas gusta invertir en empresas azucareras, y Roberto Cruz, convertido en jefe de la policía del DF, prefirió extorsionar católicos durante la cristiada. José Gonzalo Escobar juega al financiero, con estupendos resultados. Otros controlan la economía de estados enteros: Saturnino Cedillo en San Luis Potosí y Abelardo L. Rodríguez en Baja California, pongamos por caso.

El enriquecimiento de la familia revolucionaria respeta al empresariado nativo, agrario, industrial, financiero. Para el grupo sonorense que la domina desde 1920, la reforma agraria, por ejemplo, es una herramienta política de pacificación y no un proyecto de desarrollo agrícola.

“Desde la perspectiva de los norteños, la modernización de la producción agropecuaria deberá correr por cuenta de los viejos y nuevos empresarios privados; la hacienda debe dinamizarse, pero nadie piensa en sustituirla(4).” (ARMANDO, P.25.)

Las compañías extranjeras siguen hegemonizando los sectores más rentables: minería, petróleo y energía en su conjunto; agricultura de exportación, ferrocarriles, bancos.

Los niveles de riqueza, pobreza, propiedad concentrada en unos cuantos, prácticamente no cambiaron desde la dictadura porfiriana, quitando el limitado reparto agrario hecho sobre todo durante 1920-24, y la casi recién aprobada Ley Federal del Trabajo (LFT), que establece salarios mínimos (SM) e invita a firmar contratos colectivos (CCT), prácticamente es letra muerta todavía, pues alienta un sindicalismo corporativo cuyos prolegómenos fueron destruidos por el propio Jefe Máximo.

Quizá exceptuando esas puntuales zonas donde el miedo obligó al reparto de la tierra, lo que no cambió es la miseria del pueblo, o su mera estrechez si nos referimos al pequeño universo fabril, y el abismo entre él y los grandes propietarios, legado porfirista. Si las cifras de éste presumieron un desarrollo económico hasta entonces desconocido, escondían a cambio el empobrecimiento que culminó tras cinco terribles décadas independentistas para las mayorías.

Nada nos dicen los números sobre el Producto Interno Bruto (PIB) y per cápita, de 1917 a 1933, año en que nos encontramos. El último crece casi nada y luego con cierta aceleración, para caer otra vez por la crisis estadounidense. En todo caso, comparado con Argentina, Brasil, Chile y Uruguay, México está siempre al fondo(X). Es así aunque derivamos del mayor centro civilizatorio prehispánico, al cual durante tan solo los años entre 1524 y 1620 le extrajeron riquezas equiparables a las invertidas en la Revolución Industrial(x).

¿Dónde está lo prometido por la constitución de 1917? Los resúmenes que hace un padre de la nueva escuela rural, dibujan comunidades donde todo falta: alimentos básicos para que el mexicano se sustente (maíz y frijol, pues lo demás es lujo), “y ya se sabe que la mala alimentación, trae aparejada una multitud de enfermedades. Además la población rural se ve atacada frecuentemente por epidemias tales como la de la viruela, la del sarampión y otras, que la diezman, y en el campo la muerte de los niños alcanza niveles que son aterradores”(x Rafael Ramírez). 

En las ciudades hay un indicador elocuentísimo, que por sólidas razones suele desdeñarse: la prostitución. Los habitantes de la capital federal pasaron de 900 mil habitantes a un millón. Esas mujeres pronto dibujadas musical y cinematográficamente como románticas “perdidas”, “mariposas” cuyas alas arden, etcétera, ejercen allí su oficio en unos 200 lupanares y tres mil cabaretes o deambulan por las calles. Difícil decir cuántas son, si las detectadas con enfermedades venéreas están próximas a las 40 mil. Brotan, pues, para beneplácito público.

La literatura nos da una idea vivencial del México que hallamos en 1933: aquí los malditos creando su nuevo reino, allá la terca pobreza escarbando hasta el hueso. Les pido leerla pues no encuentro cómo transmitir brevemente el desolador panorama social de estos años. Yo empezaría por La sombra del caudillo, de Martín Luis Guzmán. Sería bueno leer también a los extranjeros que escribieron sobre esos años con mirada aguda y cariñosa al mismo tiempo.

En resumen, la lucha armada cambió un millón de muertos por una promesa que no se cumple, y para los más México sigue siendo el porfiriano. Permítanme ilustrarlo con tres fotos. En las dos primeras vemos casonas del antiguo y el nuevo régimen, con una diferencia sustancial que favorece a la segunda: se encuentra en las recién fundadas Chapultepec Heights (Las Lomas, pues), con que ahora pueden al fin habitarse los cerros a occidente de nuestra gran megalópolis, olvidando para siempre inundaciones y temblores.


[i] Luis Cabrera.
   


Cambió solo el estilo. La tercera foto pudo tomarse lo mismo en 1910 que cuando don Lázaro es designado candidato.


Este país pobre tiene sin embargo un nuevo, revolucionario componente. Escuchemos otra vez a Armando Bartra, hablando del campo:

“…si en la inmediata posrevolución no hay un nuevo modelo de desarrollo económico rural, sí hay un importante cambio en las relaciones sociales que modifica sustancialmente la relación del campesino con los terratenientes y el Estado.

“Durante el porfiriato la fuerza de trabajo rural seguía parcialmente vinculada a la tierra, pero esta vinculación estaba, cada vez más, mediada por el terrateniente. Era el hacendado quien concedía el pegujal a sus peones acasillados y quien proporcionaba tierras a los aparceros o arrendatarios; en la práctica era también el hacendado quien permitía que subsistieran las comunidades periféricas a su dominio, en la medida en que necesitaba su fuerza de trabajo estacional. “Con la revolución esta situación se modifica; ciertamente hasta los años treinta del pasado siglo, la distribución de las tierras no sufre cambios importantes y el campesinado no recibe mucho más de lo que tenía, pero ahora su posesión ya no proviene del terrateniente sino del Estado.

“Económicamente la función del ejido es semejante a la del pegujal o la aparcería: reproduce la fuerza de trabajo que la empresa privada solo necesita estacionalmente. Pero políticamente el ejido supone un cambio radical: es el Estado el que media entre el campesino y la tierra, y es también el Estado, por tanto, el que media entre el campesino y el terrateniente.”

Algo semejante debe decirse de los reclamos obreros. Desde 1917, y aún antes, pues las Juntas de Conciliación fueron concebidas por Carranza tres años antes, el asalariado en conflicto con su patronal podía recurrir al Estado como mediador y así la supremacía absoluta de los empresarios se mellaba, al menos en potencia. Ahora hay un LFT que institucionaliza el proceso y con los CCT y el establecimiento de SM impone el dominio estatal.

Hay, pues, un país social igual y distinto al de 1910. En cierta medida se trata de un fenómeno cultural que puede observarse también entre algunas clases medias. Para septiembre de este 1933 el Noveno Congreso Nacional de Estudiantes citó al Primer Congreso de Universitarios Mexicanos, donde estuvieron representadas veintidós entidades. En él Vicente Lombardo Toledano venció discursivamente al liberalismo social de Antonio Caso, con aclamados argumentos marxistas. De allí deriva la Convención Nacional Estudiantil Pro-Cárdenas, reunida en Morelia, Michoacán, el 16 de julio, que preconiza una reforma al Artículo 3º constitucional para sustituir la enseñanza laica de los establecimientos oficiales de educación primaria y superior “por la educación integral socialista”.

Sin variar, mi trabajo encuentra la escasez de estudios bien reconocidos sobre las clases medias. El tema es delicado porque éstas aparecen como grandes beneficiarias de la Revolución posterior al periodo que tratamos, profundamente marcadas por las gruesas deformaciones a las cuales a partir de los años 1940 da paso el milagro mexicano y su dictadura perfecta. Así le pasan desapercibidas las virtudes de una porción de quienes participarán en la estructura burocrática y cultural de la república, debidas sobre todo, precisamente, al sexenio cardenista, creo.

No tengo forma de observarlas con cierto detalle y recojo entonces elementos sueltos, como ese estudiantado del Congreso Universitario.

Se abren paso entre otra pequeña burguesía que odia al régimen y se refugia en la tradición conservadora en grados que oscilan de acuerdo a la intensidad de sus mayores amenazas: el discurso populista por el cual quedan públicamente rebajadas a las últimas categorías, y los golpes al papel social de las instituciones y el pensamiento religiosos.

Es más fácil ver a los intelectuales que progresan hacia el socialismo, entre los cuales están Lombardo, Bassols y Luis Cabrera, a quien nos referimos al principio. Los tres pertenecen a un universo que define Luis González y González, un famoso historiador no siempre bien reconocido: los epirevolucionarios; es decir, las elites de todo tipo, empresarios incluidos, lanzadas a la palestra en plena juventud durante el movimiento armado. Están compuestas por trescientos o cuatrocientos hombres –exacto el uso del género, pues ninguna mujer participa- a quienes en 1933 el historiador ve decidirse a dejar atrás la caótica obra de los padrecitos revolucionarios. La mayoría se pronuncia por una modernidad cuya piedra de toque es el intervencionismo económico estatal. ¿Con qué acento?: ¿liberal que favorezca a la clase política y los empresarios?, ¿popular, para redimir a las mayorías siquiera en términos básicos?, ¿socializante, de plano?

¿Y esas familias campesinas y obreras que ya no son las mismas tras nuestro gran movimiento armado y que soportando en sus peores consecuencias el crack estadounidense, han recibido golpe tras golpe durante los gobiernos del Maximato? ¿Y las clases medias radicalizadas que entrevimos?

Cuando Cárdenas emprenda su campaña presidencial se refería a la “moraleja michoacana”, que señala como el gran secreto para transformar al país? Habla de lo aprendido en su gobierno de Michoacán, iniciado seis años antes.




Michoacán 
Para entender a Cárdenas sigo a Fernando Benítez, quien lo estudió seria y afectuosamente, partiendo su vida en tres periodos bien definidos y previsibles. Y así tengo un problema mayor por resolver, ya que no hace cortes tajantes para la etapa inicial, del nacimiento a 1934. Habría querido encontrarme con un claro giro hacia 1928, cuando nuestro hombre toma el gobierno michoacano y por primera vez pone en práctica sus ideas sociales.

Creía intuir que el Tata atisbaba ya la posibilidad de volverse presidente, al morir Obregón dejando abiertos los cauces a quienes se nuclean en torno a Calles. Y que lo hacía con un más o menos claro proyecto sobre las grandes transformaciones demandadas por el “radicalismo oficial”.

Benítez me responde a medias: nuestro personaje se tiene como uno de los generales “radicales”. ¿Y?, también lo son hombres muy poco avanzados y desconfiables: Amaro, Saturnino Cedillo… ¿Más bien se vincularía a la corriente por su entrañable amistad con Múgica y otras relaciones estrechas: Heriberto Jara, digamos, pareja de aquél al dar forma al articulado social en el congreso constituyente del 17.

Quienes como yo arriban a una época desconocida para ellos, especulan con tonterías y afortunadamente pueden orientarse por otros, según sus inclinaciones. Otros, aclaro, diversos entre sí y especialistas en distintos temas. Benítez no me es útil para estos años y hallo dos más, muy afortunados.

El primero, israelí, alienta mi idea sobre un Cárdenas que repentinamente se cocería aparte.

Don Lázaro no llega al ejecutivo michoacano con timideces y sabe por dónde comenzar: deshaciéndose de la basura caciquil. Dispone de una red personal formada a partir de la misma revolución, dice una historiadora. La académica encuentra esbozos y no más, y a cambio nos presenta la cargada de los dos partidos locales, en cuya asamblea para fusionarse intervienen seiscientos delegados. La elevada cifra resulta elocuente y presume la extensión de previsibles cacicazgos hasta el último punto de la entidad.

Don Lázaro agradece el apoyo y, en un acto particularmente significativo, no confía en ella, pues crea la Confederación Revolucionaria Michoacana del Trabajo (CRMT). Tres son sus cumplidas condiciones: la amplitud (de entrada, seiscientos delegados que representan a treinta y siete mil trabajadores del campo y la ciudad); su estricto disciplinarse a la dirección y la “representación de clase”.

El Tata vela el buen funcionamiento de ella, como presidente honorario, y pone el acento en atraerse a líderes naturales, entre los cuales va la totalidad o parte de los compañeros de Primo Tapia y “otros miembros” no precisados de la Liga Nacional en el estado. Sobre esta base el organismo, que también tiene participación electoral adhiriéndose al PNR, para 1935 contará con ciento cincuenta mil miembros y ¡cuatro mil comités agrarios! que se agrupan en cooperativas.

Lo hace, vuelvo a subrayar, en una entidad muy rezagada en materia agraria. Atendamos a la estupenda investigación del historiador extranjero: “Michoacán estaba ubicada en el décimo lugar entre los estados mexicanos en la suma de solicitudes ejidales y creación de nuevos ejidos, mientras que en población constituía el sexto estado.

“Este cuadro no era casual. La existencia de una fuerte oligarquía agraria y clerical, poderosa y bien organizada en sus propios marcos; una estructura económica latifundista-feudal que, contrariamente a la mayoría de los estados de México, se fue fortaleciendo justamente a partir del año 1910, aunque sólo en el aspecto demográfico; una infraestructura muy limitada que impedía contacto y control significativos del centro en Morelia con los distritos del sur del estado; un gobierno municipal muy conservador; un gobierno federal también conservador que, tanto por razones políticas como por falta de una clara definición ideológica, no apoyó las reformas radicales y puso trabas a todo gobernador que procuró ponerlas en marcha, todos éstos parecen haber sido los principales factores que frenaban la penetración de la revolución en Michoacán. Como si éstos no fueran suficientes, la rebelión cristiana [cristera] creó un desorden general en el estado. A causa de la rebelión, la comunicación entre Morelia y la mayoría de los distritos había empeorado, lo que dificultaba el accionar de un gobierno efectivo”.

Seamos acuciosos al señalar el cambio que introduce Cárdenas, apoyado en esa Confederación Revolucionaria Michoacana del Trabajo. Primo Tapia murió procurándolo. El general callista prospera. Hay una enseñanza ahí, creo: ¿desde el poder, con su aprovechamiento contra el propio poder, muchas cosas pueden hacerse? Con una condición. Durante la campaña presidencial de 1934, nuestro hombre se refiere con frecuencia a la "moraleja de Michoacán": "Se necesita que la clase trabajadora organice sus filas. Estoy convencido, particularmente por mi experiencia como gobernador (...), que no basta la buena intención del mandatario, ni una legislación acertada, para llevar progreso al pueblo: es indispensable un factor colectivo, que representan los trabajadores.”

Adelantemos un concepto acuñado por Bartra: la democracia de las armas. Este investigador advierte cómo la Revolución, los levantamientos internos posteriores, el radicalismo agrario y aun el caciquismo local, ponen en manos del pueblo armamento que se conserva cuanto es posible, para sustentar sus reclamos.

Si la moraleja no se refiere a ello expresamente, lo contiene y materializa cuando es necesario. Cuánto precisa hacerlo siendo gobierno en su estado resulta una duda para mí, pues a final de cuentas tiene esa democracia armada en las manos.

Volvamos a 1928 para observar cómo ejecuta la primera parte del plan que concibió. Pronto y en tanto jefe máximo golpea duramente a las organizaciones populares, el michoacano hace todo lo contrario.

Antes de asumir propiamente el cargo, se encuentra con universitarios que hacen un acto en Morelia, reconociéndose aliados. Nadie parece haber seguido la pista a lo que así queda como mera anécdota. ¿Por qué no me sorprende el llamado a una Convención Nacional Estudiantil Pro-Cárdenas, reunida en aquella ciudad el 16 de julio de 1933, impulsando la precandidatura para presidente? ¿Cómo participan en el gobierno local los jóvenes que lo bien reciben en 1928?

Para otro clásico de la historiografía sobre estas épocas, el general inicia los gobiernos locales radicales, decididos a transformar. "…por primera vez en la historia política del México posrevolucionario aunque fuera a nivel local -dice-, Cárdenas estaba convirtiendo al estado en un verdadero líder de masas, procurando su organización y haciendo coincidentes sus intereses con los intereses más generales del estado". Extrañamente olvida experiencias muy tempranas y exitosas, en particular, veracruzanas.

Escuchemos a una historiadora cuya visión es aguda y certera: “En los años veinte surgieron varias organizaciones que sirvieron de pilares políticos a varios gobiernos locales radicales. Ya en esas ocasiones el ejido fue considerado como un fin en sí mismo, y no como forma transitoria, y las esperanzas de mejoramiento social y económico de grupos campesinos importantes giraron a su alrededor. Es más, la práctica de armar a campesinos como ´auxiliares´ del ejército en contra de infidentes y bandidos otorgó poder a generales y políticos, a condición de comprometerse con programas y líderes agraristas. Para sólo citar algunos de los experimentos socialistas más notables de la tercera década del siglo, habría que mencionar la gubernatura de Adalberto Tejeda (1920-1924) y la subsecuente de Heriberto Jara en Veracruz, las cuales permitieron el florecimiento del Partido Comunista y fomentaron la creación de sindicatos cuya combatividad y apoyo de las autoridades estatales llegaron a poner en jaque la tranquilidad de comerciantes e industriales locales e incluso nacionales. Además, la organización creada por Úrsulo Galván agrupó a la mayor parte de esos auxiliares y a otros grupos en la liga agraria estatal, creada en 1923 favoreciendo la entrega de armas a comunidades agrarias”.

Incluso Portes Gil, primer presidente de la república durante el Maximato, “se ganó con algo más que oratoria la fama de agrarista radical al frente del gobierno tamaulipeco; en 1924 había creado el Partido Socialista Fronterizo, formado básicamente con ligas agrarias, sindicatos obreros y sociedades cooperativas”.

La historiadora subraya también lo que señalamos antes recordando a Primo Tapia: “La ideología que él y sus seguidores sustentaran, las organizaciones populares que fueran su sostén, los contingentes armados irregulares de que dispusieran y, desde luego, sus metas tenían sus raíces en la compleja historia posrevolucionaria de este estado”.



La Convención del PNR en 1933

Constantemente me muevo entre interpretaciones que de una u otra forma desprecian o subvaloran al cardenismo, desde perspectivas conservadoras o marxistas.

Se nos suele presentar, por ejemplo, la Convención de 1933 como un más o menos inesperado golpe cardenista. Al celebrarse, nos aseguran, Calles tiene todo bajo control y don Lázaro y su gente lo sorprenden.
Anguiano advierte que aquel último gran caudillo revolucionario estuvo siempre lejos de ser hegemónico durante el Maximato. Para confirmarlo, sigamos a Benítez, quien a la pasada rebaja el papel conferido a don Plutarco ya desde 1920: durante su presidencia, entre 1924 y 1928, “administró el país con cierta libertad pero el que dominaba al conflictivo grupo de los señores de la guerra (…) y una gran parte de la política” era Obregón. Tras morir éste, el empeño callista de gobernar a tras mano, dice nuestro historiador, encontró resistencia entre altas esferas de la misma familia revolucionaria. Su proyecto de modernizar al país favoreciendo al empresariado agrícola e industrializar, que espera concretar en la Convención, aglutina pronto a ese vasto, muy diverso espectro radical. Se nos descubre así el camino de Cárdenas a la candidatura. 
SIGUE EN Cardenismo. II.