lunes, 18 de julio de 2022

Buscando a Belarmino Tomás. 2022

“A COMISIÓN PERMANENTE DE SEGURIDAD DE LA SOCIEDAD DE LAS NACIONES GINEBRA.  AVIACIÓN FASCISTA ASESINA DIARIAMENTE MUJERES Y NIÑOS DESTRUYENDO PUEBLOS ENTEROS CON SU METRALLA PUNTO MUNDO CIVILIZADO DEBE INTERVENIR CESE TANTO CRIMEN PUNTO CASO CONTRARIO NO RESPONDO PUEDA PASAR CINCO MIL PRISIONEROS TENEMOS CÁRCELES ASTURIAS AUN CUANDO HAGO TODO LO POSIBLE ES DIFÍCIL CONTENER PUEBLO.”

Ese telegrama dictó Belarmino Tomás cuando entre 1936 y 1938 dirigía una pequeña república semiautónoma en lucha, más que contra la España Negra fustigada por el poeta, para detener a Hitler y Musolinni.

Belarmo, como lo llamaban sus amigos, era mi abuelo y medio siglo después la Semana Negra de Gijón me pidió un libro sobre él para regalo en su provincia. Tenía sentido particularmente porque las y los españoles discutían entonces si debía seguirse haciendo tabla rasa del pasado, olvidándolo, o se abrían las terribles cicatrices que dejó. Entre ellas la enorme cantidad de fosas comunes donde tras su triunfo el franquismo enterró a militantes republicanos por millares.

Rescribo ahora el texto para algo distinto: representar en B a la clase obrera cuya irrupción probó que podía cambiarse al mundo de pies a cabeza. Y con ella, a millones de familias campesinas y comunidades indígenas regadas por la tierra, que hicieron otro tanto reivindicando luchas seculares.

Lo hago como un nacido en México, el único otro país que se sumó a la Unión Soviética para apoyar aquél esfuerzo con armas, diplomacia y asilo a treinta mil de sus hombres, mujeres y niños.

Nuestro personaje moriría allí negándose a reconocer el reparto de Europa entre las dos nuevas, grandes potencias, que así santificaban a Francisco Franco. Iba y venía y, entre cosas, ayudaba a organizar una rocambolesca fuga de quienes pasaron once años en las montañas o guardados a piedra y lodo. 

Tuve todo lo necesario para reconstruir esta última historia, incluso un formal contrato, y callé porque algunos de sus protagonistas, a los cuales había entrevistado, aspiraban a contarla.

Hay un personaje secundario en el relato: mi madre, que imitando a Belarmino trabajaba diariamente por el regreso y lo conseguiría para volverse protagonista de la Transición Democrática. Es también una representación: de las mujeres y su silencioso, monumental trabajo.

¿Me luzco trayéndolos de las semisombras provinciales? Por fuerza, claro. Como conmigo mismo, que termino por ser el hilo conductor hasta 2022, cuando México se suma a la Latinoamérica cuya fragua empezó veinte años antes y hoy parece faro también para las y los españoles esperanzados.

Reviso así por momentos a mi país desde el cardenismo, al cual y siquiera durante un breve periodo, su izquierda convocó a los exiliados a salvar como presunta república socialista en riesgo. Agrego también pequeños materiales que nacieron por diversos motivos y responden a una misma preocupación.

   Al fondo lo que el abuelo aprendió niño: No hay destino individual; seremos todas y todos o ninguno. 

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Un amigo ofreció buscar a quien editara la nueva versión. No lo conseguirá, seguro. Qué importa. Llevo quince años dedicado a estos blogs, donde me siento libre. Los visitan pocos o muchos, según las circunstancias, y con frecuencia obligo en ellos al propio Belarmino a hacerme de comparsa. Prometo respetarlo ahora puntillosamente.  

1.

En el ancestral universo secreto del pueblo y dentro de la revolución que para 1890 está en curso, van nuevos modos de pensar, lenguajes, geografías que el poder político y económico no descifra y que a veces no advierte siquiera. Es ese universo el que da sentido al abuelo Belarmino, quien se moverá por sus vericuetos como muy pocos, en uso de las virtudes y ventajas del pueblo oculto, surgiendo desde la nada exclusivamente si necesita, para mejor tomar de sorpresa a sus enemigos.

Pueblo sombra, pues, tanto más cazador furtivo cuanto más se lo cree incapaz de algo distinto a tenderse en el prado pensando en la inmortalidad del cangrejo.
Del don de hacerse fantasma Belarmo se apropia apenas nace, hasta convertirse en uno de los grandes expertos de su provincia en el tema. Miles de días hace el viaje entre su pueblo y Gijón, y miles también recorre el puerto al modo de esa forma de simple paisaje que las probas familias ven en las de pescadores, alarifes, asalariados de las fábricas.
Entonces una tarde en Lavandera su padre, Sandalio, se hace de palabras con un peón de las vías del ferrocarril, se lían a golpes y Sandalio lleva las de perder hasta que el otro da en tierra repentinamente. Al caer queda a la vista el futuro Belarmo con la más grande piedra que le permiten coger sus nueve o diez años de edad, con la cual tundió al insolente.
Y es que el niño, tiene ya aprendido de sobra el arte de la transfiguración. Bien lo sabrá la autoridad cuando tras la huelga general en 1917 lo busque sin éxito en la suerte de trampa que parece la cuenca minera gran escenario de su historia

Ese niño saltaría a la fama cuando la Revolución de Octubre o Huelga General Revolucionaria de 1934 fracasara. Se la llama para detener al protofascismo que un año antes triunfó en una República cuyo arribo en 1931 había despertado viejas esperanzas a las cuales este libro atiende desde su izquierda: sindicatos y corrientes socialistas, anarquistas, comunistas, olvidándose de los partidos y tendencias liberares, lejanas a nuestro personaje.  

La convocatoria llegó realmente a los hechos en Cataluña y otras puntuales zonas y solo en Asturias parecía triunfar contra pronósticos que terminaron confirmándose. 

Contaré la historia después. Basta ahora saber que Belarmino apareció entonces como el único dirigente capaz de darle salida a la derrota para, en sus palabras, revertirla pronto. Cuando llegado febrero de 1936 el Frente Popular triunfó nacionalmente, ante los sindicados y partidos asturianos cuyos conflictos amenazaban con producir cismas, nuestro personaje aparece como el capaz de llevarlos a acuerdo y preside su gobierno   

2.

En 1976 viajo a Asturias, provincia sobre el mar Cantábrico, al norte español, donde B vivió hasta que los suyos fueron derrotados. Para entonces todavía se le conocía allí como El monstruo al cual culpar de cualquier cosa. Voy para reconstruir su historia, aunque con frecuencia me gana otra que encuentro entonces: la del llano y el monte, como llamo a la resistencia sostenida hasta 1948 por quienes se echaron a las montañas y los pueblos que les cuidaban tanto como era posible.

El lugar es extraordinario: las dos estrechas, contiguas cuencas cuyos ríos permitieron descubrir plagadas de carbón. Son mundos semiautárticos, de aldeas y pequeñas ciudades en que el hollín planta su huella, no importa cuán verdes sean las estribaciones al trepar hacia Los Picos de Europa, pared rocosa más o menos cercana al mar, que se alza hasta dos mil quinientos metros.

Las aguas bajan negras entre helechos, abedules, castaños, creando una naturaleza en la cual el romanticismo europeo decimonónico habría sido feliz. Su toque final lo da un siglo donde se suma el asco por la autoridad que impuso el Sindicato Minero y la ocupación luego de las más duras columnas franquistas.

Algo más me distrae: el acercamiento a la lucha social que confía evitar una tersa Transición Democrática. No vendría a cuento en esta biografía, sino nos digiera por un momento a México, donde para entonces hace tiempo mi mentor está sepultado.

En semanas puedo relacionarme con los activos grupos que protagonizan el enfrentamiento, merced al auge popular que cimbra al régimen mexicano, en ese punto sin máscaras. Parece así que nuestro pueblo vislumbra un futuro sin deudas con el pasado priista, de Partido Revolucionario Institucional (PRI), hegemónico, final usufructuario de la Revolución. 

Mientras, mamá, Purificación, se prepara a volver.

3. Los primeros años. 

 

4. Tras la derrota.

Cómo se elaboró la vida íntima en la España franquista. En Asturias, por ejemplo, donde al final de la Guerra Civil tras las más duras columnas franquistas arribaron misioneros hasta un minuto antes en pía obra en África.
Los religiosos debían contribuir a extender el manto negro sobre la región, en la que a comienzos de los años 1940 por las noches se puso a circular una “fantasma”. Parecía mera leyenda para dar a la noche el aire sobrenatural que se debía, colaborando al cumplimiento del toque de queda. Lo parecía, hasta la justiciera mañana en la cual los fugaos resolvieron cortar por lo sano y dejaron a la entrada de un poblado el cadáver con fantástica capa encima, del capitán de la Guardia Civil que se divertía asustando al vecindario.
Los fugaos eran los del monte. No tuve una relativa clara idea de cuánto así se había sufrido, sino después. Va este apretado resumen de los años 1940 sobre España toda:
Enfermeras y enfermeros de un psiquiátrico, agentes o testigos de un festín del gusto por el poder, luego asesinados, como adelanto de miles de ajusticiamientos a cielo abierto y fosas comunes con las huellas borradas; juicios sumarios, campos de trabajo, palacios reconvertidos a base de horcas, sillas eléctricas y látigos con clavos en las puntas; padres amenazados con la muerte cumplida de un hijo para que otro, fugado, abandonase su escondite, o colgados de propia mano como único camino para escapar de la terrible elección; mujeres rotas sin remedio, que no sabían si algo más podía perderse en el periplo inútil de evitar el fusilamiento del marido; damas en fiestas populares riendo al obligar a cantar a la joven que esperaba para enterrar un cadáver producto del justo castigo ordenado a un juez por el divino verbo; hogueras de libros, ojos espiando por las rendijas de todas las horas…
No en balde al inicio de los 1950 Blas de Otero decía:
"Aquí teneís, en canto y alma, al hombre
aquel que amó, vivió, murió por dentro
y un buen día bajó a la calle: entonces
comprendió: y rompió todos sus versos (…)
olas de sangre contra el pecho, enormes
olas de odio, ved, por todo el cuerpo."
Y Damaso Alonso, el escritor de la generación del 98 que quedaba en el país tras la caída de la República: “Hemos vuelto los ojos en torno y nos hemos sentido como una monstruosa, una indescifrable apariencia, rodeada, sitiada por otras apariencias, tan incomprensibles, tan feroces, quizás tan desgraciadas como nosotros mismos (,,,) o nos hemos visto entre millones de cadáveres vivientes, pudriéndonos todos (…) Y hemos gemido largamente en la noche. Y no sabíamos a dónde vocear.”
Lejos de allí otro poeta escribió antes de la desgracia:
"España, aparta de mi este cáliz
Niños del mundo,
si cae España -digo, es un decir-
si cae
del cielo abajo su antebrazo que asen,
en cabestro, dos láminas terrestres;
niños, ¡qué edad la de las sienes cóncavas!
¡qué temprano en el sol lo que os decía!
¡qué pronto en vuestro pecho el ruido anciano!¡qué viejo vuestro 2 en el cuaderno!" 

Este peruano representaba al mundo para quien defender aquella República era prioritario formando unas Brigadas Internacionales en su auxilio. No llegaron a Asturias, que con la provincia contigua, León, quedo sola en el norte casi durante dos años. Luego, de los cuatro puntos cardinales les cayeron encima y todo fue ya inútil. 

Tocaría a Belarmo organizar embarques que rescataran a cuantas más mujeres, niños, ancianos y líderes reconocidos fuera posible. Apenas siete mil pudieron salvarse así.