jueves, 21 de enero de 2021

Remate para el posible librito sobre cardenismo


Por la forma en que culmina, el cardenismo tiene un doble, muy duradero efecto: instituciones y tendencias políticas que lo perpetúan y uso por la peor parte del régimen posrevolucionario.

Cuando la década 1960 agote el nacionalismo revolucionario al cual hizo nacer, sobrevivirán sus conquistas sociales y para 1988 lo veremos resurgir, dando pie a una izquierda parlamentaria que todavía hoy abreva allí en cuanto le resulta posible, rescatando sistemas de salud, educación, etcétera, creados entonces.

Al mismo tiempo la obra permitirá crear el corporativismo priista, cuyos hacedores se anuncian sin titubeos durante el propio sexenio: los gobernadores amafiados, con Maximino Ávila Camacho y Miguel Alemán al frente, a quienes don Lázaro incluso a ratos apoyó contra los sectores avanzados. Se trata de una responsabilidad no solo suya. La CTM, por ejemplo, fue entregada tan pronto como 1938, gracias al dudoso carácter de otro gran protagonista en el régimen, Vicente Lombardo Toledano.

Tan largo trayecto convertirá esa mezcla en llanas aberraciones, como “la apertura” echevarrista que reimpulsa el reparto agrario, coquetea momentánea o selectivamente con sindicatos democráticos y crea programas con los cuales atraerse a clases medias y animar la vida cultural campesina (recordemos que hasta ese momento los indígenas siguen sin existir en términos oficiales y académicos), mientras masacra cuanto considere un reto. 

El pasado obra siempre sobre la actualidad. En México se le ve avanzando con terquedad desde Hernán Cortés, no importa cuánto parezca sepultado, y cada periodo obra sobre los siguientes. En lo que respecta al sexenio 1934-1940, el dirigido por López Obrador opera muchas sustantivas cosas al revés. Sobre todo al referirnos al movimiento social, cuya existencia suele incomodar ahora.