martes, 15 de octubre de 2019

El cardenismo posterior a 1940 o Aviesa 4T

Hay muchos especialistas en Cárdenas, según parece, y no sé cuánto advierten lo que un cualquiera como yo cree apreciar al acercarse al tema: el espíritu de cambio madurado entre 1934 y 1940, continúa décadas después. Cómo y hasta cuándo son meras interrogantes para este novato que a cambio conoce más o menos bien al movimiento social posterior, con quien está comprometido hoy.
Ayer escuché un intercambio de ideas muy interesante, cuyo motivo era vincular ese pasado con la 4T. Lo posibilitaba la académica que estudió a Múgica. 
Por desgracia no leí aún el libro, reeditado ahora por el Fondó de Cultura Económica con un sugestivo título: Francisco J. Múgica. El presidente que no tuvimos. Busco entonces su reseña y encuentro las que hicieron antes. Véase la siguiente: "La expropiación petrolera de 1938, colofón del proceso de reformas del cardenismo, tuvo un alto costo. A partir de ella, y como consecuencia de las presiones económicas originadas en el exterior, hubo una crisis económica y política que obligó a hacer más lento el programa de cambios. El presidente Lázaro Cárdenas tuvo que conciliar incluso con sectores de su propio partido que pedían poner freno al radicalismo. Las fuerzas contrarias al proyecto cardenista iban en ascenso dentro y fuera del país, y para finales de 1940 se encontraba a la defensiva"*.
Según deducimos y puede comprenderse perfectamente, los historiadores de carrera no coincidían con las inquietudes manifiestas ayer, cuando se dio por supuesto que don Lázaro y su candidato a sucederlo continuaron activos, evolucionando a veces hasta factibles propuestas socialistas. 
Se dibuja así a ambos personajes como vanguardia que deja atrás al partido comunista y sus corrientes más avanzadas -José Revueltas, por ejemplo, al escindirse en los años 1960-. En consecuencia, decía la mesa sin atreverse del todo a explicitarlo, Obrador es el nuevo Tata y debe cuidarse de los nuevos Avila Camacho. 
Sobre el movimiento social que yo amateur destaca como agente central durante aquélla etapa, ni palabra. La jugada es obvia, ¿no? ¿Dé que manera ajusta en dicho cuadro ese desastre llamado Morena? debería preguntarse, entre otras muchas cosas.  
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Compré el libro y confirmo: quienes cardenizan la historia a favor de la 4T obran con dolo.
Cuando queda descartado como candidato, Múgica marcha a casa sin alharacas, aceptando de tanto en tanto un cargo periférico. Don Lázaro, por su parte, si bien contribuye al enriquizmo que para 1946 enfrenta electoralmente a Miguel Alemán y forma el Movimiento de Liberación Nacional en apoyo y con pretexto de la revolución cubana, no reta nunca a quienes le sucedieron. Y aunque lo hiciera. El revolucionario régimen que dirigió estaba muy por encima suyo.
Sigo creyendo, sí, que nacieron entonces impulsos muy poderosos, activos durante muchas décadas, capaces de dar nuevos saltos. 
En cuanto a los símiles con el obradorismo, insisto: pura patraña. Bueno, excepto uno: ambos personajes son mesiánicos, por delirios propios y necesidades populares.             
      


* https://www.estudioshistoricos.inah.gob.mx/revistaHistorias/?p=611        

lunes, 9 de septiembre de 2019

Utopías populares. 1960-1982

Red de agujeros es mi interpretación, tan valida como la oficial, sobre "nuestra" historia, vista a través del Sur.

Con la represión al movimiento ferrocarrilero en 1959 parece iniciar una década de silencio para nuestras luchas sociales.
Es así y no, si atendemos al surgimiento de la Asociación Cívica Guerrerense y el Frente Auténtico del Trabajo, justo entonces; a la extraordinaria huelga que cinco años después protagonizan los médicos y al nacimiento de un tercer sindicato electricista (STERM). En paralelo se insinuaban proyectos guerrilleros y el marxismo mexicano encontraba nuevas, quizá más auténtica vetas. y   Centro el interés en ellos aunque otros impulsos colaborarían a hacer de la siguiente una década que solemos dar por muerta y prepara grandes insurgencias. 
     

miércoles, 24 de julio de 2019

A medio camino

Si según mi supuesto el cardenismo como totalidad queda a medio camino, ¿don Lázaro validaría la suspensión cuando acepta que sus candidatos a suplirlo sean eliminados fuera? No necesariamente o no por completo, pues confía en lo hecho, creo, como avance sin vuelta atrás respecto a muchos asuntos y tal vez desarrollable si se presentan circunstancias propicias. 
En cualquier caso, importa más qué pensaron el movimiento social y las clases medias radicalizadas, algunas de éstas vueltas técnicos institucionales con capacidad para ir ahondado el proceso. 
Las dos centrales populares están condenadas a primera vista, al sufrir duros golpes de mano -CTM- o darse viciadas estructuras corporativas -CNC- muy pronto o desde su inicio, incluso. No así sus organizaciones locales o sectoriales, que durante los años 1940 y todavía más tarde se rebelarán contra el nuevo Estado. 
Que lo realizado tendrá larga duración podrá observarse en 1988, al surgir el Frente Democrático Nacional y, conforme todo indica, ganar las elecciones, fraudes aparte. Todavía hoy aquél sexenio está presente en tanto conquistas cuya vuelta reclamamos: plena seguridad social, educación pública, laica y gratuita, apoyo al campesinado con base comunitaria, derechos laborales...
Eso es harina de otro costal, dirán ustedes con justos motivos, pues lo aquí presupuestado trata de revolución. Aun así, pregunto: ¿cuántos piensan en 1940 que lo mejor está por venir, si se deciden, desde luego, porque la gran baza "parece" perdida?
¿Dudas absurdas? No, si iluminan o permiten intuir el pasado.  
          

El cardenismo ¿una revolución a medio camino?

Ahora sí terminaré el libro, para la AC en que participo.
Los trabajadores por lo común independientes somos muy rápidos, así que podré terminarlo en un mes o cosa parecida.
No irá como aparece aquí, aunque sigo el mismo planteamiento para terminar preguntándome por la continuidad de lo hecho en esos seis años. Me refiero a lo que desarrolló tanto el movimiento social como áreas gubernamentales cuyas inercias trascendieron nuestra "dictadura perfecta" -noción que no acuñó Vargas Llosa- y se reflejaron en el desgajamiento del PRI durante 1988.   

El cardenismo no es obra de un hombre y su círculo cercano. Resultaría inconcebible sin el movimiento popular y las clases medias radicalizadas, entre quienes están vivas viejas y nuevas utopías.

Esos seis años representan, con mucho, el mayor avance social desde nuestra  Independencia. Persigo aquí una idea: lo que Lázaro Cárdenas echa a andar es difícilmente controlable y conduce a extremos no calculados, a veces quizá sin que él lo sepa. El propio Tata, creo, se desbordó a sí mismo, gracias también al inusitado panorama mundial: democracias occidentales en debacle o recomposición y la Unión Soviética que irrumpe como exitoso modelo económico y gran potencia.

El cardenismo una utopía mexicana, de Adolfo Gilly, al contemplar desde la óptica continental, me reforzó una pregunta ociosa: salvada toda distancia, ¿el sexenio cardenista puede compararse con los regímenes populares andinos de siete y ocho décadas después?; ¿pudo ser un adelanto mejorado? Pregunta ociosa, digo, pues aquél cumplía con su época, en el ambiente creado por regímenes o proyectos que propone la
Alianza Popular Revolucionaria Americana

¿Mal interpreto? El discurso oficial y las versiones conservadoras y de izquierda ortodoxa aseguran que esos seis años simplemente sustentaron a la dictadura perfecta priista impuesta a continuación. A cambio, Gilly ve allí cómo se materializa lo que llama utopía mexicana, nacida durante nuestro gran movimiento armado. 

Este llamado a debatir es una abierta provocación cuando revisa la historia previa de Cárdenas y su acto final como presidente: inhibirse ante el “sindicato de gobernadores” que, imponiendo a Manuel Ávila Camacho, impide la continuidad representada por Francisco J. Múgica.
Aclaro que hice una investigación más o menos breve y por entero bibliográfica, apurado por la coyuntura actual, en que el país se juega su futuro quizá como nunca antes desde la Revolución.

Para facilitarnos las cosas sigo fundamentalmente cinco libros, a los cuales pido a ustedes acercarse para profundizar.

En realidad presento un trabajo cuya gracia es fallar presiguiendo la hipótesis más apasionante: entre un Estado rudimentario, el cardenismo construye otro paralelo, por llamarlo así. Lo forman miles de funcionarios públicos que llevan instrucciones cuya operación final deciden ellos mismos, sobre la marcha, confrontando al poder local compuesto por presidentes municipales, gobernadores, jueces, terratenientes, empresarios, obispos, curas párrocos, obispos, caciques menores que controlan a campesinos y obreros, profesionistas -médicos, por ejemplo- a quienes el prestigio convierte en autoridades de facto. Al lado suyo están líderes o direcciones populares con quienes acuerdan o coinciden. En lo alto, cargos gubernamentales que tienen o se dan permisos extraordinarios.

Confirmar este supuesto, dibujando un panorama revolucionario, requeriría consultar muchos archivos, sobre todo regionales, y no dispongo de años sino meses. Así que fracaso y no me apena, pues dejo una incitación cuyo servicio es más bien para el presente.
Aclaro: fallo porque no demuestro. Solo eso.
Mi inquietud originaria nació hace treinta y cinco años, cuando escribía un libro sobre el exilio español a México. A no en, aclaro, porque terminaba cuando los asiliados descendían del barco. El primer embarqué tuvo un extraordinario sentido simbólico y dejó un hermoso diario. Se registraba allí la formal preparación que los enviados mexicanos dirigían. Vayan dispuestos a defender al socialismo que el general Cárdenas instaura y está en riesgo, decían, palabras más o menos. Para esas fechas el futuro estaba echado y Manuel Ávila Camacho era virtual candidato gracias al sindicato de gobernadores presidido por el hermano, Maximino, y Miguel Alemán, siniestros personajes que convertirían aquello en la dictadura perfecta.
El Tata no les giraba tales instrucciones y seguramente ni las conocía.
¿Cuántos momentos así se produjeron durante seis años, en cualquier esfera y nivel? Imaginemos, por ejemplo, a Rubén Jamarillo discutiendo la situación, también entonces, con sus compañeros en el ingenio de Zacatepec.
O a él mismo y otros cuando los funcionarios cardenistas advertían a quienes eran beneficiarios del reparto agrario en tierras de monocultivo, que las milpas quedaban tácitamente prohibidas, para que cañaverales, henequenales, algodonales, no mermaran en rentabilidad.
-Déjenlos, nosotros mandamos -¿dirían el luego guerrillero y sus iguales aquí y allá?
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Cada año los académicos que estudian al Tata se reúnen. Estarían reflejados, pues, en tres gruesos volúmenes monográficos publicados por Biblioteca INEHRM (Lázaro Cárdenas: Modelo y legado). Encontré poco allí donde, exceptuando a un par de intelectuales identificados con la izquierda marxista,  no interesa el proceso que busco. A quienes recurro en este trabajo conocen infinitamente más los fenómenos sociales e incluso personales, pues no les interesa la institucionalidad.     
 

I

Los preparativos 
Ordenemos el tiempo para no perdernos.

En diciembre de 1933 el oficialista Partido Nacional Revolucionario (PNR) designa al general Cárdenas como candidato a presidente de la república. Para entonces las utopías (el magonismo, el zapatismo, el villismo a su especial manera; el socialismo yucateco con base indígena; las nacidas en los años 1920) fueron derrotadas y el régimen que desde 1929 se dice dirige a trasmano Plutarco Elías Calles, prepara cambios que estabilicen al país tras casi dos décadas de caudillos y caciques disputándose el poder local y nacional, hacia una modernidad usufructuada por los vencedores y las grandes fuerzas económicas nacionales e internacionales.

Poco antes, al rechazar una candidatura que se opone a la oficial, Luis Cabrera, uno de los antiguos maderistas con preocupaciones sociales[i], dice: “lo que está pasando en toda la república es tan serio y pavoroso (…) Una terrible epidemia de codicia, de concupiscencia, de ambición, de inmoralidad y de cieno inunda a nuestro pueblo.”(2) LUIS CABRERA)

Al frente de ese triste panorama está la clase política-militar. En 1924 el propio Calles redujo del 36 al 25% la partida que ejercía su gobierno destinaba al ejército, y “ordenó que se controlaran todos los gastos de los jefes de operaciones y que los diferentes servicios de abastecimiento fuesen reglamentados”(3 ARNALDO CÓRDOBA). Esa política continúa pero en suma la transferencia de recursos a generales y demás ha sido monumental.

Así nacieron grandes fortunas, como la de Juan Andrew Almazán, desde muy pronto establecido en la construcción y especulación con bienes raíces. Joaquín Amaro dedicó la suya a “darse pulimento” al estilo porfiriano, rodeándose de caballerizas y palacios. Álvaro Obregón monopolizó el comercio de garbanzo y tomate en el noroeste. El mismo don Plutarco es un multimillonario con colosales residencias y depósitos en el extranjero, para sí y sus familiares. Aaron Sáez entre otras cosas gusta invertir en empresas azucareras, y Roberto Cruz, convertido en jefe de la policía del DF, prefirió extorsionar católicos durante la cristiada. José Gonzalo Escobar juega al financiero, con estupendos resultados. Otros controlan la economía de estados enteros: Saturnino Cedillo en San Luis Potosí y Abelardo L. Rodríguez en Baja California, pongamos por caso.

El enriquecimiento de la familia revolucionaria respeta al empresariado nativo, agrario, industrial, financiero. Para el grupo sonorense que la domina desde 1920, la reforma agraria, por ejemplo, es una herramienta política de pacificación y no un proyecto de desarrollo agrícola.

“Desde la perspectiva de los norteños, la modernización de la producción agropecuaria deberá correr por cuenta de los viejos y nuevos empresarios privados; la hacienda debe dinamizarse, pero nadie piensa en sustituirla(4).” (ARMANDO, P.25.)

Las compañías extranjeras siguen hegemonizando los sectores más rentables: minería, petróleo y energía en su conjunto; agricultura de exportación, ferrocarriles, bancos.

Los niveles de riqueza, pobreza, propiedad concentrada en unos cuantos, prácticamente no cambiaron desde la dictadura porfiriana, quitando el limitado reparto agrario hecho sobre todo durante 1920-24, y la casi recién aprobada Ley Federal del Trabajo (LFT), que establece salarios mínimos (SM) e invita a firmar contratos colectivos (CCT), prácticamente es letra muerta todavía, pues alienta un sindicalismo corporativo cuyos prolegómenos fueron destruidos por el propio Jefe Máximo.

Quizá exceptuando esas puntuales zonas donde el miedo obligó al reparto de la tierra, lo que no cambió es la miseria del pueblo, o su mera estrechez si nos referimos al pequeño universo fabril, y el abismo entre él y los grandes propietarios, legado porfirista. Si las cifras de éste presumieron un desarrollo económico hasta entonces desconocido, escondían a cambio el empobrecimiento que culminó tras cinco terribles décadas independentistas para las mayorías.

Nada nos dicen los números sobre el Producto Interno Bruto (PIB) y per cápita, de 1917 a 1933, año en que nos encontramos. El último crece casi nada y luego con cierta aceleración, para caer otra vez por la crisis estadounidense. En todo caso, comparado con Argentina, Brasil, Chile y Uruguay, México está siempre al fondo(X). Es así aunque derivamos del mayor centro civilizatorio prehispánico, al cual durante tan solo los años entre 1524 y 1620 le extrajeron riquezas equiparables a las invertidas en la Revolución Industrial(x).

¿Dónde está lo prometido por la constitución de 1917? Los resúmenes que hace un padre de la nueva escuela rural, dibujan comunidades donde todo falta: alimentos básicos para que el mexicano se sustente (maíz y frijol, pues lo demás es lujo), “y ya se sabe que la mala alimentación, trae aparejada una multitud de enfermedades. Además la población rural se ve atacada frecuentemente por epidemias tales como la de la viruela, la del sarampión y otras, que la diezman, y en el campo la muerte de los niños alcanza niveles que son aterradores”(x Rafael Ramírez). 

En las ciudades hay un indicador elocuentísimo, que por sólidas razones suele desdeñarse: la prostitución. Los habitantes de la capital federal pasaron de 900 mil habitantes a un millón. Esas mujeres pronto dibujadas musical y cinematográficamente como románticas “perdidas”, “mariposas” cuyas alas arden, etcétera, ejercen allí su oficio en unos 200 lupanares y tres mil cabaretes o deambulan por las calles. Difícil decir cuántas son, si las detectadas con enfermedades venéreas están próximas a las 40 mil. Brotan, pues, para beneplácito público.

La literatura nos da una idea vivencial del México que hallamos en 1933: aquí los malditos creando su nuevo reino, allá la terca pobreza escarbando hasta el hueso. Les pido leerla pues no encuentro cómo transmitir brevemente el desolador panorama social de estos años. Yo empezaría por La sombra del caudillo, de Martín Luis Guzmán. Sería bueno leer también a los extranjeros que escribieron sobre esos años con mirada aguda y cariñosa al mismo tiempo.

En resumen, la lucha armada cambió un millón de muertos por una promesa que no se cumple, y para los más México sigue siendo el porfiriano. Permítanme ilustrarlo con tres fotos. En las dos primeras vemos casonas del antiguo y el nuevo régimen, con una diferencia sustancial que favorece a la segunda: se encuentra en las recién fundadas Chapultepec Heights (Las Lomas, pues), con que ahora pueden al fin habitarse los cerros a occidente de nuestra gran megalópolis, olvidando para siempre inundaciones y temblores.


[i] Luis Cabrera.
   


Cambió solo el estilo. La tercera foto pudo tomarse lo mismo en 1910 que cuando don Lázaro es designado candidato.


Este país pobre tiene sin embargo un nuevo, revolucionario componente. Escuchemos otra vez a Armando Bartra, hablando del campo:

“…si en la inmediata posrevolución no hay un nuevo modelo de desarrollo económico rural, sí hay un importante cambio en las relaciones sociales que modifica sustancialmente la relación del campesino con los terratenientes y el Estado.

“Durante el porfiriato la fuerza de trabajo rural seguía parcialmente vinculada a la tierra, pero esta vinculación estaba, cada vez más, mediada por el terrateniente. Era el hacendado quien concedía el pegujal a sus peones acasillados y quien proporcionaba tierras a los aparceros o arrendatarios; en la práctica era también el hacendado quien permitía que subsistieran las comunidades periféricas a su dominio, en la medida en que necesitaba su fuerza de trabajo estacional. “Con la revolución esta situación se modifica; ciertamente hasta los años treinta del pasado siglo, la distribución de las tierras no sufre cambios importantes y el campesinado no recibe mucho más de lo que tenía, pero ahora su posesión ya no proviene del terrateniente sino del Estado.

“Económicamente la función del ejido es semejante a la del pegujal o la aparcería: reproduce la fuerza de trabajo que la empresa privada solo necesita estacionalmente. Pero políticamente el ejido supone un cambio radical: es el Estado el que media entre el campesino y la tierra, y es también el Estado, por tanto, el que media entre el campesino y el terrateniente.”

Algo semejante debe decirse de los reclamos obreros. Desde 1917, y aún antes, pues las Juntas de Conciliación fueron concebidas por Carranza tres años antes, el asalariado en conflicto con su patronal podía recurrir al Estado como mediador y así la supremacía absoluta de los empresarios se mellaba, al menos en potencia. Ahora hay un LFT que institucionaliza el proceso y con los CCT y el establecimiento de SM impone el dominio estatal.

Hay, pues, un país social igual y distinto al de 1910. En cierta medida se trata de un fenómeno cultural que puede observarse también entre algunas clases medias. Para septiembre de este 1933 el Noveno Congreso Nacional de Estudiantes citó al Primer Congreso de Universitarios Mexicanos, donde estuvieron representadas veintidós entidades. En él Vicente Lombardo Toledano venció discursivamente al liberalismo social de Antonio Caso, con aclamados argumentos marxistas. De allí deriva la Convención Nacional Estudiantil Pro-Cárdenas, reunida en Morelia, Michoacán, el 16 de julio, que preconiza una reforma al Artículo 3º constitucional para sustituir la enseñanza laica de los establecimientos oficiales de educación primaria y superior “por la educación integral socialista”.

Sin variar, mi trabajo encuentra la escasez de estudios bien reconocidos sobre las clases medias. El tema es delicado porque éstas aparecen como grandes beneficiarias de la Revolución posterior al periodo que tratamos, profundamente marcadas por las gruesas deformaciones a las cuales a partir de los años 1940 da paso el milagro mexicano y su dictadura perfecta. Así le pasan desapercibidas las virtudes de una porción de quienes participarán en la estructura burocrática y cultural de la república, debidas sobre todo, precisamente, al sexenio cardenista.

No tengo forma de observarlas con cierto detalle y recojo entonces elementos sueltos, como ese estudiantado del Congreso Universitario.

Se abren paso entre otra pequeña burguesía que odia al régimen y se refugia en la tradición conservadora en grados que oscilan de acuerdo a la intensidad de sus mayores amenazas: el discurso populista por el cual quedan públicamente rebajadas a las últimas categorías, y los golpes al papel social de las instituciones y el pensamiento religiosos.

Es más fácil ver a los intelectuales que progresan hacia el socialismo, entre los cuales están Lombardo, Bassols y Luis Cabrera, a quien nos referimos al principio. Los tres pertenecen a un universo que define Luis González y González, un famoso historiador no siempre bien reconocido: los epirevolucionarios; es decir, las elites de todo tipo, empresarios incluidos, lanzadas a la palestra en plena juventud durante el movimiento armado. Están compuestas por trescientos o cuatrocientos hombres –exacto el uso del género, pues ninguna mujer participa- a quienes en 1933 el historiador ve decidirse a dejar atrás la caótica obra de los padrecitos revolucionarios. La mayoría se pronuncia por una modernidad cuya piedra de toque es el intervencionismo económico estatal. ¿Con qué acento?, ¿liberal que favorezca a la clase política y los empresarios?, ¿popular, para redimir a las mayorías siquiera en términos básicos?, ¿socializante, de plano?

¿Y esas familias campesinas y obreras que ya no son las mismas tras nuestro gran movimiento armado y que soportando en sus peores consecuencias el crack estadounidense, han recibido golpe tras golpe durante los gobiernos del Maximato? ¿Y las clases medias radicalizadas que entrevimos?
¿Hago demasiadas preguntas? Reconstuir la historia es siempre un acto de interpretación, como observamos por los enfoques confrontados entre sí. Quizá por ello, en su ejemplar trabajo Gilly inicia con la expropiación petrolera para llevarnos hacia atrás y hacia adelante, proponiendo incluso que lo leamos de distintas formas, como si su libro fuera algo parecido a Rayuela, la singular novela escrita por Julio Cortázar.         

Cuando Cárdenas emprenda su campaña presidencial se refería a la “moraleja michoacana”, que señala como el gran secreto para transformar al país? Habla de lo aprendido en su gobierno de Michoacán, iniciado seis años antes.




Michoacán 
Para entender a Cárdenas sigo a Fernando Benítez, quien lo estudió seria y afectuosamente, partiendo su vida en tres periodos bien definidos y previsibles. Y así tengo un problema mayor por resolver, ya que no hace cortes tajantes para la etapa inicial, del nacimiento a 1934. Habría querido encontrarme con un claro giro hacia 1928, cuando nuestro hombre toma el gobierno michoacano y por primera vez pone en práctica sus ideas sociales.

Creía intuir que el Tata atisbaba ya la posibilidad de volverse presidente, al morir Obregón dejando abiertos los cauces a quienes se nuclean en torno a Calles. Y que lo hacía con un más o menos claro proyecto sobre las grandes transformaciones demandadas por el “radicalismo oficial”.

Benítez me responde a medias: nuestro personaje se tiene como uno de los generales “radicales”. ¿Y?, también lo son hombres muy poco avanzados y desconfiables: Amaro, Saturnino Cedillo… ¿Más bien se vincularía a la corriente por su entrañable amistad con Múgica y otras relaciones estrechas: Heriberto Jara, digamos, pareja de aquél al dar forma al articulado social en el congreso constituyente del 17.

Quienes como yo arriban a una época desconocida para ellos, especulan con tonterías y afortunadamente pueden orientarse por otros, según sus inclinaciones. Otros, preciso, diversos entre sí y especialistas en distintos temas. Benítez no me es útil para estos años y hallo dos más, muy afortunados.

El primero, israelí, alienta mi idea sobre un Cárdenas que repentinamente se cocería aparte.

Don Lázaro no llega al ejecutivo michoacano con timideces y sabe por dónde comenzar: deshaciéndose de la basura caciquil. Dispone de una red personal formada a partir de la misma revolución, dice una historiadora. La académica encuentra esbozos y no más, y a cambio nos presenta la cargada de los dos partidos locales, en cuya asamblea para fusionarse intervienen seiscientos delegados. La elevada cifra resulta elocuente y presume la extensión de previsibles cacicazgos hasta el último punto de la entidad.

Don Lázaro agradece el apoyo y, en un acto particularmente significativo, no confía en ella, pues crea la Confederación Revolucionaria Michoacana del Trabajo (CRMT). Tres son sus cumplidas condiciones: la amplitud (de entrada, seiscientos delegados que representan a treinta y siete mil trabajadores del campo y la ciudad); su estricto disciplinarse a la dirección y la “representación de clase”.

El Tata vela el buen funcionamiento de ella, como presidente honorario, y pone el acento en atraerse a líderes naturales, entre los cuales va la totalidad o parte de los compañeros de Primo Tapia y “otros miembros” no precisados de la Liga Nacional en el estado. Sobre esta base el organismo, que también tiene participación electoral adhiriéndose al PNR, para 1935 contará con ciento cincuenta mil miembros y ¡cuatro mil comités agrarios! que se agrupan en cooperativas.

Lo hace, vuelvo a subrayar, en una entidad muy rezagada en materia agraria. Atendamos a la estupenda investigación del historiador extranjero: “Michoacán estaba ubicada en el décimo lugar entre los estados mexicanos en la suma de solicitudes ejidales y creación de nuevos ejidos, mientras que en población constituía el sexto estado.

“Este cuadro no era casual. La existencia de una fuerte oligarquía agraria y clerical, poderosa y bien organizada en sus propios marcos; una estructura económica latifundista-feudal que, contrariamente a la mayoría de los estados de México, se fue fortaleciendo justamente a partir del año 1910, aunque sólo en el aspecto demográfico; una infraestructura muy limitada que impedía contacto y control significativos del centro en Morelia con los distritos del sur del estado; un gobierno municipal muy conservador; un gobierno federal también conservador que, tanto por razones políticas como por falta de una clara definición ideológica, no apoyó las reformas radicales y puso trabas a todo gobernador que procuró ponerlas en marcha, todos éstos parecen haber sido los principales factores que frenaban la penetración de la revolución en Michoacán. Como si éstos no fueran suficientes, la rebelión cristiana [cristera] creó un desorden general en el estado. A causa de la rebelión, la comunicación entre Morelia y la mayoría de los distritos había empeorado, lo que dificultaba el accionar de un gobierno efectivo”.

Seamos acuciosos al señalar el cambio que introduce Cárdenas, apoyado en esa Confederación Revolucionaria Michoacana del Trabajo. Primo Tapia murió procurándolo. El general callista prospera. Hay una enseñanza ahí, creo: ¿desde el poder, con su aprovechamiento contra el propio poder, muchas cosas pueden hacerse? Con una condición. Durante la campaña presidencial de 1934, nuestro hombre se refiere con frecuencia a la "moraleja de Michoacán": "Se necesita que la clase trabajadora organice sus filas. Estoy convencido, particularmente por mi experiencia como gobernador (...), que no basta la buena intención del mandatario, ni una legislación acertada, para llevar progreso al pueblo: es indispensable un factor colectivo, que representan los trabajadores.”

Adelantemos un concepto acuñado por Bartra: la democracia de las armas. Este investigador advierte cómo la Revolución, los levantamientos internos posteriores, el radicalismo agrario y aun el caciquismo local, ponen en manos del pueblo armamento que se conserva cuanto es posible, para sustentar sus reclamos.

Si la moraleja no se refiere a ello expresamente, lo contiene y materializa cuando es necesario. Cuánto precisa hacerlo siendo gobierno en su estado resulta una duda para mí, pues a final de cuentas tiene esa democracia armada en las manos.

Volvamos a 1928 para observar cómo ejecuta la primera parte del plan que concibió. Pronto y en tanto jefe máximo golpea duramente a las organizaciones populares, el michoacano hace todo lo contrario.

Antes de asumir propiamente el cargo, se encuentra con universitarios que hacen un acto en Morelia, reconociéndose aliados. Nadie parece haber seguido la pista a lo que así queda como mera anécdota. ¿Por qué no me sorprende el llamado a una Convención Nacional Estudiantil Pro-Cárdenas, reunida en aquella ciudad el 16 de julio de 1933, impulsando la precandidatura para presidente? ¿Cómo participan en el gobierno local los jóvenes que lo bien reciben en 1928?

Para otro clásico de la historiografía sobre estas épocas, el general inicia los gobiernos locales radicales, decididos a transformar. "…por primera vez en la historia política del México posrevolucionario aunque fuera a nivel local -dice-, Cárdenas estaba convirtiendo al estado en un verdadero líder de masas, procurando su organización y haciendo coincidentes sus intereses con los intereses más generales del estado". Extrañamente olvida experiencias muy tempranas y exitosas, en particular, veracruzanas.

Escuchemos a una historiadora cuya visión es aguda y certera: “En los años veinte surgieron varias organizaciones que sirvieron de pilares políticos a varios gobiernos locales radicales. Ya en esas ocasiones el ejido fue considerado como un fin en sí mismo, y no como forma transitoria, y las esperanzas de mejoramiento social y económico de grupos campesinos importantes giraron a su alrededor. Es más, la práctica de armar a campesinos como ´auxiliares´ del ejército en contra de infidentes y bandidos otorgó poder a generales y políticos, a condición de comprometerse con programas y líderes agraristas. Para sólo citar algunos de los experimentos socialistas más notables de la tercera década del siglo, habría que mencionar la gubernatura de Adalberto Tejeda (1920-1924) y la subsecuente de Heriberto Jara en Veracruz, las cuales permitieron el florecimiento del Partido Comunista y fomentaron la creación de sindicatos cuya combatividad y apoyo de las autoridades estatales llegaron a poner en jaque la tranquilidad de comerciantes e industriales locales e incluso nacionales. Además, la organización creada por Úrsulo Galván agrupó a la mayor parte de esos auxiliares y a otros grupos en la liga agraria estatal, creada en 1923 favoreciendo la entrega de armas a comunidades agrarias”.

Incluso Portes Gil, primer presidente de la república durante el Maximato, “se ganó con algo más que oratoria la fama de agrarista radical al frente del gobierno tamaulipeco; en 1924 había creado el Partido Socialista Fronterizo, formado básicamente con ligas agrarias, sindicatos obreros y sociedades cooperativas”.

La historiadora subraya también lo que señalamos antes recordando a Primo Tapia: “La ideología que él y sus seguidores sustentaran, las organizaciones populares que fueran su sostén, los contingentes armados irregulares de que dispusieran y, desde luego, sus metas tenían sus raíces en la compleja historia posrevolucionaria de este estado”.



La Convención del PNR en 1933

Constantemente me muevo entre interpretaciones que de una u otra forma desprecian o subvaloran al cardenismo, desde perspectivas conservadoras o marxistas.

Se nos suele presentar, por ejemplo, la Convención de 1933 como un más o menos inesperado golpe cardenista. Al celebrarse, nos aseguran, Calles tiene todo bajo control y don Lázaro y su gente lo sorprenden.
Anguiano advierte que aquel último gran caudillo revolucionario estuvo siempre lejos de ser hegemónico durante el Maximato. Para confirmarlo, sigamos a Benítez, quien encuentra resistencia entre altas esferas de la misma familia revolucionaria, en el empeño callista de gobernar a tras mano. Su proyecto de modernizar al país favoreciendo al empresariado agrícola e industrializar, que espera concretar en la Convención, aglutina pronto a ese vasto, muy diverso espectro radical. Se nos descubre así el camino de Cárdenas a la candidatura. 
 
 
Un punto de arranque

Adolfo Gilly inicia su trabajo ya clásico sobre nuestro tema, citando los Apuntes escritos por Cárdenas el 9 de marzo de 1938. Éste estuvo en el ingenio de Zacatepec, que por requerimiento de Rubén Jaramillo, ex oficial zapatista, se inauguró hace poco para entregar a campesinos morelenses, administrado por el propio solicitante.

Regresando a la ciudad de México don Lázaro se detiene y charla con Francisco J. Múgica, su mejor y más antiguo amigo. “… le hice conocer mi decisión de decretar la expropiación de los bienes de las compañías petroleras si éstas se negaban a reconocer el fallo de la Suprema Corte de Justicia”(SCJ), anota el general en ese diario que lleva desde la adolescencia.

Gilly escoge la escena por buenas razones y nuestro modesto trabajo debe tener cuidado con ella, pues nos presenta a un Cárdenas redentor, que obra con el único, más bien pasivo apoyo de Mújica. Siguiendo esa línea veríamos cuatro años atrás al Tata aparecer como mágicamente, para salvar a México del callismo, convertido así a su vez en tendencia homogénea y con claros propósitos, que domina por completo el panorama nacional.

Estaríamos, pues, ante el bien y el mal con aires bíblicos, y alrededor coros griegos que representan a un pueblo observador, esperando las decisiones de su líder. Transportada a etapas anteriores y posteriores, esa perspectiva nos plantea preguntas espinosas sobre el propio don Lázaro. ¿Por qué guardó silencio mientras la familia revolucionaria controlaba despóticamente al país y se enriquecía a manos llenas? ¿Cómo no acusarlo de entreguismo al permitir que Maximino Ávila Camacho, Miguel Alemán y otros impongan a su sucesor para dar un terrible giro al proyecto? ¿No se volvió así en el facilitador de la dictadura priista, nacida poco después?

Más adelante Gilly agrega una carta de nuestro personaje, sobre el manifiesto necesario para acompañar la expropiación: "que los industriales establecidos en el país sepan que el actual gobierno desea seguir contando con la cooperación del capital privado así sea nacional o extranjero”. Y remata el historiador: “La decisión, trabajada durante años en las cabezas de los gobernantes de ese México de entonces, había madurado a lo largo del conflicto de las empresas petroleras”.

Nuevamente, sin contexto, podemos tener una idea equivocada sobre el cardenismo todo, que parecerá contradecir la imagen de un sexenio sin par, oasis entre el desierto representado por caudillos militares y civiles a quienes campesinos y obreros no les preocupan en absoluto.

El general presidente michoacano, confieso, era un hombre sin mayor chiste a mis ojos, pues lo comparaba con la pléyade de grandes luchadores sociales surgido en torno a nuestra Revolución: Ricardo Flores Magón y sus compañeros; Zapata, Villa, Carillo Puerto, los anarcosindalistas y los agraristas afiliados al comunismo de la década 1920.

Contemplándolo durante su administración presidencial me parece alcanzar altos vuelos, por lo advertido: el estrecho nexo que tuvo con masas populares y clases medias radicalizadas y el dejarse llevar más allá de lo previsto. El propio Gilly subraya esta última característica y busca el preciso momento en que don Lázaro decide expropiar: diez días antes de hacer la declaración pública.

Tal rasgo aparece con frecuencia durante el sexenio, en Cárdenas y en otros protagonistas del régimen, cuyos hechos consumados si suele validarlos formalmente la presidencia, a veces pasan inadvertidos para ella. Nos encontramos, pues, con un proceso en que los actos revolucionarios de diverso grado son naturales. Solo así, vale pensar, puede desbordarse a la clase política y militar que domina hace tres décadas y se vuelve una enemiga más bien silenciosa y no del todo solapada, pues los cardenistas advierten su peligro.

Para el historiador mexico-argentino la expropiación es el momento decisivo no solo por sus profundas consecuencias sobre la soberanía nacional, y al seguir con minucioso detalle los hechos señala otras grandes cuestiones.

A reserva de volver más tarde sobre el conflicto, recordemos que las fricciones inician en 1936, cuando los sindicatos de empresa petroleros constituidos en uno nacional (STPRM), emplazan a huelga para obtener un contrato colectivo de trabajo (CCT). Las compañías no hacen caso y estallan en paro de veinticuatro horas, decidiendo a don Lázaro a intervenir conciliadoramente.

Un año después vuelve la demanda sindical y los empresarios se burlan, concediendo apenas en reclamos menores. El STPRM forma parte de la CTM recién creada, que entre cosas recoge una más o menos vieja inquietud: cumplimiento de lo establecido por el artículo 27 constitucional para rescatar nuestros recursos naturales. El seis de enero siguiente, la dirección cetemista impulsa la huelga y el Tata interviene para disuadirla.

Tras aquella súbita charla del presidente había, pues, dos años de una presión gremial en la cual estaba contenido, sin explicitar, el propósito expropiatorio, y mucho más. Si cuando ordena redactar el manifiesto a la nación, sin duda tiene en mente a todas las clases sociales, a nuestro bajo pueblo, de diversas formas involucrado en su proyecto, por fuerza lo convoca a manifestarse con tanta beligerancia como se requiera.

Las conocidas imágenes de mujeres humildes entregando sus ahorros son tristes representaciones melodramáticas. Quizá algunas fueron por súbito impulso. El resto debieron estar vinculadas a instancias populares beneficiarias ya o en potencia de los avances agrarios y obreros, o las animaron miles de cuadros que operaban para el régimen.

De hecho, para el cardenismo ese artículo 27 empezó a materializarse dos años atrás y como parte nodal del régimen, con lo que una estupenda historiadora* llama “una de las más profundas transformaciones que sufriera la sociedad mexicana desde fines del siglo xvii”: el reparto agrario.

Entre los demás grandes efectos que, creo, Cárdenas considera con la expropiación, está el nuevo espacio internacional adquirido por México. Su régimen y no solo su gobierno, desde 1936 son los dos únicos apoyos a los republicanos españoles durante la Guerra Civil. Avala así una causa que mundialmente se reconoce como cruzada contra el fascismo. Coincide entonces con la Unión Soviética, a quien da trato privilegiado a través de los mejores diplomáticos cardenistas.

Para ese momento el Tata tiene claro: en términos planetarios la sociedad oscila entre dos tendencias: lo individual y lo societario, y él y cuantos tiene cerca se afilan a esa última. Entre los muchos ejemplos que pueden citarse, escojo la declaración hecha por el Dr. Ignacio Chávez, padre de la cardiología mexicana y director de nuestro gran hospital, el General: sin medicina social no hay medicina.

¿Cuándo acaba en términos reales la Revolución, nos dejan pensado los razonamientos de Gilly? ¿Al finalizar el movimiento armado o durante estos momentos, que concretan el articulado social y nacionalista establecido por la Constitución?
* Romana Falconi



Fechas, más fechas
Busco fechas anteriores al cardenismo, que nos guíen sugiriendo como todo parece acomodarse para preparar los grandes cambios. Diciembre de 1928 es una obligada, ya vimos, pues Cárdenas inicia su gubernatura en Michoacán.

Otro momento imprescindible es octubre de 1929, cuando la primera gran crisis del capitalismo moderno conduce a Estados Unidos hacia La gran depresión. Ésta golpea a nuestras mayorías en diversos grados, a veces brutalmente, empobreciéndolas aún más, y descubre después al gobierno y los empresarios mexicanos una oportunidad para crecer, sobrexplotando a las y los propios trabajadores rurales y urbanos y substituir importaciones.

Una tercera fecha se me pierde en esos años y debo buscar su reflejo en 1935, apelando a Armando Bartra: “Las tomas de tierras son una de las formas de lucha más generalizadas, y El Machete, periódico del PCM, deja constancia de ellas. Noticias sueltas entresacadas al azar de los números publicados (…) nos indican que: en Tepeaca, estado de Puebla, 25 comunidades agrupadas en un Frente Único Campesino tomaron las tierras; en Tulancingo, Hidalgo, los campesinos ocuparon los latifundios de Zupitlán y Tepenacaxco; los campesinos de Labor de Rivera, en el norte de Jalisco, tomaron tierras solicitadas infructuosamente al Departamento Agrario; en Zitácuaro, Michoacán, los campesinos se apropian de un latifundio; en Nuevo León 1 400 trabajadores, miembros del Sindicato Único de Obreros Agrícolas y de la Unión de Solicitantes ocupan tierras, y así.

Los comentarios de los redactores de El Machete son también sintomáticos: “Dos millones de jefes de familia no quieren esperar otros 25 años de ´revolución´ para que se les entreguen sus parcelas […]. No están dispuestos a seguir esperando, tomarán la tierra a cualquier precio y no pagarán impuestos; no quieren morirse de hambre: ´mejor de bala´…”

No preciso cuándo comenzaron a anunciarse esas tomas, antes de 1935. Lo que señalan para nuestros efectos es la organización campesina que sobrevive del movimiento armado y los muy agitados años 1920 o que va cobrando forma desde entonces.

La cuarta fecha a señalar es junio de 1933, en que se forma la Confederación General de Obreros y Campesinos de México (CGOCM), constituida fundamentalmente por obreros industriales (fábricas, minas, pozos petroleros) y urbanos en su conjunto (sumados los del comercio y otros servicios). Los años previos recibieron duro castigo del Estado, que volvió casi nada al combativo sindicalismo nacido tras la Revolución. Ahora con el sindicato nacional ferrocarrilero como nuevo ejemplo a seguir, anuncia grandes confrontaciones.

Agrego el Primer Congreso de Universitarios Mexicanos que se celebra también en 1933, el 7 de septiembre, y plantea el “estudio de la posición ideológica de la universidad frente a los problemas del momento”. Los debates están presididos por el que protagonizan Antonio Caso, defendiendo al liberalismo social, y Vicente Lombardo Toledano, que sostiene como bandera las enseñanzas de Carlos Marx. El resolutivo final no deja duda sobre quien triunfa: "La Historia se enseñará como la evolución de las instituciones sociales, dando preferencia al hecho económico como factor de la sociedad moderna; y la Ética, como una valoración de la vida que señale como norma para la conducta individual el esfuerzo constante dirigido hacia el advenimiento de una sociedad sin clases, basada en posibilidades económicas y culturales semejantes para todos los hombres."

No cito en principio el evento que la historiografía académica señala siempre y por muy buenos motivos: el surgimiento del PNR, en marzo de 1929. Lo dejé fuera hasta aquí pues persigo sobre todo a los sujetos que confluirán en el proceso de transformación cardenista. Pero es fuerza referirse a ese parteaguas para la familia revolucionaria, que inaugura su proyecto modernizador, comenzado por centralizar orgánicamente a un caótico concierto de caudillos y caciques regionales. Luego, durante la misma convención que nos sirve como eje, se dará otro paso en ese sentido, a nivel estatal, subordinando a los agentes locales a sus gobernadores. Entre medio, Calles y compañía ordenan a las fuerzas armadas y esbozan una regencia económica con real dirección, aprovechando lo que de virtuoso trajo el crack estadounidense: la factible sustitución de importaciones favoreciendo al mercado local y dinamizando nuestra producción hacia un exterior cada vez más preocupado por el conflicto mundial que se avecina.

En consecuencia, para diciembre de 1933 la familia revolucionaria dominante desprecia a los movimientos populares, cuya organización socavó desde 1929 (OJO: PUNTEAR LOS GOLPES). O, más bien, ve en ellos instrumentos subalternos, si consideramos el apoyo que les ofrece ahora, reciclando viejas políticas corporativistas.

Bartra y Anguiano documentan la explosión social inevitable si el proyecto “callista” continúa -entrecomillo porque el llamado Jefe Máximo está lejos de serlo en realidad y se fricciona o negocia con sus iguales-. La pregunta es cuánto esa explosión tendrá éxito. Y aquí retomamos a don Lázaro y lo que representa.

Antes y relacionado con este proceso que atraviesa el PNR rumbo a la presidencia cardenista, agreguemos otra fecha: septiembre de 1934. Sale a relucir entonces el ya abierto conflicto de tendencias dentro del PNR, con un agrio debate entre legisladores sobre las reformas educativas propuestas. “Los diputados se enfrascaron en apasionadas discusiones acerca de la proximidad o la lejanía del socialismo, el significado de este término y sus contradicciones con el régimen económico entonces vigente.” Se ve así cuán determinante papel jugará el establecimiento de “la educación socialista”. A través suyo legiones de maestros, coordinadores, enviados especiales, de la SEP, serán grandes operadores del proyecto en muchas materias: organización social, reparto agrario, diques a los poderes locales conservadores.

FALTA PCM



El movimiento obrero y la confrontación con los empresarios
Desde su candidatura o durante el primer año como presidente, Cárdenas, pues, cuenta potencial o materialmente con un extraordinario ejército:
1.Muy diversos radicales oficialistas: de Portes Gil y Cedillo, al tejedismo con genuinos tintes socialistas y bien relacionado con los restos a la Liga Nacional Agraria del comunista Úrsulo Galván, pasando por el Partido Nacional Agrarista.
2.Un movimiento obrero autónomo, en ascenso y recomposición.
3.Un campesinado entre el cual resuena seculares y modernas utopías, que se defiende de la profunda crisis económica, preparado a estallar aquí y allá, a veces dirigidos por experimentados líderes (Rubén Jaramillo es un ejemplo).
4.Un magisterio sobre todo rural pero también urbano, que por tres lustros creó sólidos, entrañables lazos con las comunidades donde trabaja, ahora multiplicado por el lanzamiento de la Educación Socialista.
5.Intelectuales y profesionistas muy lúcidos, de pensamiento socializante, llamémoslo así, que ingresaron al servicio público y la política y serán decisivos en los gabinetes cardenistas.
6.Un PCM pequeño en número y grande en personalidades reconocidas internacionalmente (Diego Rivera, los hermanos Revueltas, David Alfaro Siqueiros…) y cuadros con enormes capacidades, que de la clandestinidad forzada por el maximato pasará al reconocimiento legal.
En ciertos casos esos aliados tienen ya nexos orgánicos con don Lázaro y en la mayoría si serán incondicionales del régimen, mantendrán una independencia relativa también en grados distintos.   
Se afirma que el sexenio cardenista dio forma al corporativismo característico de nuestra “dictadura perfecta” posterior. Sin esos seis años, cierto, resulta impensable el “partido de Estado” priista y sus lazos clientelares con la sociedad, empezando por un campesinado y un mundo obrero cuyas instancias gremiales y comunitarias se relacionarán directa, dependientemente, con los gobiernos nacionales y regionales, bajo la omnímoda figura presidencial.
Este tema es tan complejo como el propio cardenismo, que según un famoso historiador extranjero terminó por crear un juego de “humos y espejos”, en sus múltiples interpretaciones.
Quizá la real pregunta es ¿de qué corporativismo hablamos? “Política de masas”, prefiere llamar Arnaldo Córdoba a ese rasgo estructural. ¿Cómo evoluciona?
“… la política de masas se desarrollaría, necesariamente, independientemente de quien ocupara el gobierno”, asegura Anguiano. Es una afirmación temeraria a primera vista, si atendemos al conflicto que estalla en junio de 1935, cuando el nuevo sexenio inicia su séptimo mes y Calles pide a la presidencia que reprima al movimiento obrero. Nuestro historiador, deduzco, se refiere a cualquier política de masas, forzosa para aspirar a un gran cambio, sin importar su orientación. 
Alguien hizo un artículo de título muy ilustrativo sobre esos meses: “Entre las huelgas y el box: la vida cotidiana en 1935”. Se refiere a nuestra capital federal, que es el mayor y no el único gran ejemplo. “…sus efectos -dice- provocaron una crisis de proporciones no imaginadas. La fábrica San Rafael prontamente evidenció la dependencia de la burocracia estatal a sus productos: el gobierno no contaba ni siquiera con un triste papel para apuntar recados ni para mandar los memorándums. Los aparatos telefónicos, que controlaban las compañías Telefónica y Telegráfica Mexicana y Ericcson entraron en un espeluznante letargo.
“De igual modo, los trabajadores del hierro, los petroleros, así como algunas organizaciones de trabajadores textiles manifestaron sus inconformidades ante las condiciones laborales y salariales. En el colmo de las protestas, el sindicato de panaderos y tamaleras amenazaron con dejar sin vitales alimentos al grueso de la población”, concluye quien escribió ese buen texto, despreciando a un sector clave por su beligerancia.
Desde 1933 los sindicatos viven un repunte extraordinario, gracias en mucho al surgimiento de la CGOCM, cuyo líder, Lombardo Toledano, un año más tarde, durante plena campaña presidencial, declara: en Cárdenas hay un “elemento joven, brioso, sincero aun cuando con ideas poco precisas”, ante quien “el proletariado permanece vigilante”. Lo hace incluso con los clarísimos signos que don Lázaro lanza en una gira sin paralelo, como este discurso en Monterrey:
“Para hacer que la justicia de la revolución llegue a todos los rincones del país, ETC.

En 35 Cárdenas permite expresarse con entera libertad a ese movimiento obrero que hace una década no protagoniza jornadas semejantes. ¿Cómo habría sido con un callista a la cabeza, del tipo de quienes rodean al Tata en su gabinete (Calles hijo, Juan de Dios Bojórquez, Pablo Quiroga, Aarón Sáenz, Abraham Ayala González)? ¿De qué manera, pues, si el Jefe Máximo reta indirectamente por ello al primer mandatario? Con la política corporativa que el Jefe Máximo copió a Mussolini y está descaradamente inscrita en la LFT. Los Contratos Colectivos de Trabajo son allí condición ineludible, para auspiciar a un sindicalismo controlado. Aun así, falta ver cómo el callismo reavivaría lo que recién destruyó en la CROM, su antiguo aparato clientelar, multiplicándolo, pues no le bastaría con ella. ¿Y el campo, donde hasta aquí el sistema opera a través, precisamente, de quienes quiere controlar y contra los cuales creo el PNR, como elemento centralizador, y un plan sexenal para supeditarlos a sus gobernadores: los representantes del caciquismo local, auténtica plaga?      
Las luchas gremiales en auge durante este momento, nacen por propio impulso y no crean nexos orgánicos con el régimen, mientras se desarrollan e incluso luego, si apreciamos bien a bien cómo aparecerá la Confederación de Trabajadores de México (CTM). Organizaciones y crisis económica cargada sobre el pueblo están ahí, rebasando cualquier voluntad gubernamental. Su coincidencia con ésta, retroalimentándose, es algo distinto.
Para Fernando Benítez la reacción de Calles se debe a que no entiende “que la clase obrera había sustituido al ejército como factor predominante del poder y que este reacomodo de fuerzas se reflejaba lógicamente en las Cámaras, donde también prevalecían los partidarios de la línea obrerista del general Cárdenas”.
Está interpretación parece también arriesgada, al menos contemplando el periodo, muy temprano. En todo caso dice “línea obrerista” y no popular, que sería lo justo pues la base lesgislativa del cardenismo hasta 1934 fueron los radicales agraristas y el campesinado anda a su vez en movimiento, según nos advirtió Armando Bartra.
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Para entonces Cárdenas ha empleado palabras que parecerían dar la razón a Lombardo, respecto a su vago perfil ideológico: “Debemos combatir al capitalismo, a la escuela liberal capitalista que ignora la dignidad humana de los trabajadores y los derechos de la colectividad; pero el capital que se ajusta a las nuevas normas de justicia distributiva (…) merece plenas garantía y apoyo del gobierno”. Luego aseguró “que pronto acabaría el ajuste trabajo-capital, cesando así las huelgas”.
Ideas vagas, digo, y en realidad corresponden a lo que da en llamarse liberalismo social o, dentro del universo marxista, social democracia. No habría sorpresa, consecuentemente, sino fuera porque en febrero del 36, cuando vuelve a Monterrey, donde las y los trabajadores siguen el empuje contra un empresariado que destaca por su cohesión y agresividad, el discurso adquiere tonos más radicales, al fijar catorce puntos después famosos, cuyos meollos resume así un estudioso:
“—Negación rotunda de toda facultad a la clase patronal para intervenir en las organizaciones de los obreros, pues no asiste a los empresarios derecho alguno para invadir el campo de acción social proletaria
“—La causa de las agitaciones sociales no radica en la existencia de núcleos comunistas Estos forman minorías sin influencia determinada en los destinos del país Las agitaciones provienen de la existencia de aspiraciones y necesidades justas de las masas trabajadoras, que no se satisfacen, y de la falta de cumplimiento de las leyes de trabajo, que da material de agitación
“—La presencia de pequeños grupos comunistas no es un fenómeno nuevo ni exclusivo de nuestro país Existen estas minorías en Europa, en Estados Unidos y, en general, en todos los países del orbe Su acción en México no compromete la estabilidad de nuestras instituciones, ni alarma al gobierno ni debe alarmar a los empresarios
“—Más daño que los comunistas han hecho a la nación los fanáticos que asesinan profesores; fanáticos que se oponen al cumplimiento de las leyes y del programa revolucionario, y, sin embargo, tenemos que tolerarlos
“—Debe cuidarse mucho la clase patronal de que sus agitaciones se conviertan en banderilla política, porque esto nos llevará a una lucha armada
“—Los empresarios que se sientan fatigados por la lucha social pueden entregar sus industrias a los obreros o al gobierno Esto será patriótico, el paro no”.
Este subrayado final es mío, porque indica cuán decidido está Cárdenas si el capital se resiste al avance indispensable para resolver las grandes cuestiones nacionales.
Tratando el choque con las patronales, Anguiano confirma un elemento que establecí como central. Don Lázaro empuja “el contacto directo, físico” con obreros y campesinos, haciendo que “los funcionarios del gobierno se convirtieran en una especie de líderes de masas y para ligarse a aquéllos fueran a buscar en los centros de trabajo (…) con el propósito de enterarse de sus problemas y necesidades”.
Estos funcionarios pueden proceder aun de las secretarías u otras áreas (Departamento del Distrito Federal, por ejemplo) a cuyo frente están los callistas, quienes no saben lo que se mueve por debajo, pienso y ha de confirmarse.
Aprovechemos para señalar a un Secretario que nos conduce hacia los mucho más peligrosos enemigos futuros del régimen, hoy operando en silencio: el responsable del ejército, general Pablo Escamilla. Tipo oscuro y vil, servirá a La mano negra, inapreciable para Miguel Alemán. Transcribo fragmentos de un apasionante relato:
“La organización criminal conocida como La Mano Negra ha sido mencionada en estas crónicas sólo como referencia. La historia completa la publiqué en mi libro La vida secreta de Guadalupe Victoria
(…)
“El 25 de junio de 1936 fue asesinado Manlio Fabio Altamirano Flores en el interior del Café Tacuba, ubicado en el centro de la Ciudad de México. Estaba acompañado por su esposa (…) Era el gobernador electo del estado de Veracruz, pero sus asesinos no podían permitir que llegara vivo a la toma de posesión (…) pero a los 8 días de la ejecución (…) entregó a Manuel Parra (…) la titularidad del gobierno (…) para integrarse al gabinete de Cárdenas (…).
“A Parra le tocó vivir el segundo período como gobernador del terrible Adalberto Tejeda Olivares, azote de la Iglesia católica y de los terratenientes, por lo que ya convertido en uno de estos formó una asociación para defenderse de las guerrillas campesinas que mandaba contra los hacendados el propio gobernador.
“El brazo armado de Manuel Parra era un grupo de sicarios llamado La Mano Negra (…) Uno de los socios de Parra Mata era el secretario de Guerra y Marina (…) Pablo Quiroga Escamilla.”
En ese momento “Miguel Alemán Valdés fue electo senador por el mismo estado de Veracruz (…) Los asesinos fueron liberados al poco tiempo.
“En el colmo del cinismo, Miguel Alemán Valdés, ya como presidente, ayudó a Pablo Montano, hijo de Marcial, uno de los asesinos, para que se integrara a los guardias presidenciales.” Antes llegó, por ese sangriento, inesperado camino, a la gubernatura veracruzana.
Desde allí operará para formar el sindicato de gobernadores que cerrarán el paso a la continuidad cardenista. La mano negra en que se apoya “perpetró por lo menos 10 mil asesinatos en diez años”.
¿Don Lázaro aprecia en justos términos lo que Alemán y socios (Maximino Ávila Camacho, por encima de todos) serían capaces de hacer con poderosas o vastas centrales obreras y campesinas como las que empiezan a perfilarse bajo su amparo? Es pronto para preguntárselo y nosotros tenemos muy poco tiempo para responder.
Selecciono grandes temas.

El magisterio y la educación socialista


Como en todo empuje del cardenismo, la "educación socialista" y el magisterio tienen sólidos precedentes.
Aquélla se estableció poco antes y no solo con el sentido equívoco que quiso darle Calles, cuya apuesta era por un sistema de enseñanza láico y así racionalista. Avanzando sobre insinuaciones previas, en 1932 y como ministro del ramo Bassols dio forma a la inclinación que ya señalamos y que vaciló los dos años siguientes. 
FALTA. YA ESTÁ EN BORRADOR.     
El indicador con mucho más sólido a mi mano son los maestros rurales. Escuchemos a Arnaldo Córdova: “En el proceso de reorganización política de la sociedad mexicana llevado a cabo por el cardenismo (…) ningún grupo social se distinguió tanto como los maestros de escuela primaria y entre éstos, en especial, los maestros rurales, por su actividad política en el seno de las masas trabajadoras. De hecho, casi no hubo organización o lucha popular en que los maestros elementales no jugaran un papel destacado como agitadores, propagandistas y organizadores. Sin exageración, se puede afirmar que en buena medida el cardenismo cumplió su obra gracias al concurso extraordinario de los trabajadores de la enseñanza, sobre todo en el campo, y que de no haber contado con ellos sus esfuerzos se habrían frustrado o habrían sido muy limitados”.
Desde 1920 el régimen hace de la Secretaría de Educación Pública (SEP) su gran instrumento cultural. Los recursos humanos y económicos empleados en ella son enormes, gobierno tras gobierno. Aunque las directrices cambian, va creándose una creciente relación del magisterio con los sectores populares, que tiende cada vez más al socialismo criollo.
Cuando llega el cardenismo hay, pues, miles de maestras y maestros acreditados ante comunidades rurales, sobre todo, pero también entre barrios y colonias urbanas. No es raro que su palabra compita con las de los religiosos, en una progresiva, irreparable confrontación ventajosa para ellos, cuya vida transcurre con el pueblo, dentro y fuera de los espacios educativos, sobre todo campesino, conforme señala Córdova -al cual abandonamos ahora, momentáneamente, en las citas.
A partir de 1929 los propios programas escolares alientan al mentor a promover actividades técnicas, productivas, que inciden en la salud, y la educación socialista diseñada por Narciso Bassols tres años más tarde reanima las Escuelas Centrales Agrícolas (ahora Escuelas Regionales Campesinas). A un tiempo se “incrementó la finalidad cooperativista y colectivista de la educación, y la Dirección de Misiones se convirtió en el Departamento de Enseñanza Agrícola y Normal Rural, lo que ocasionó que las misiones perdieran su carácter ambulante y se anexaran a las Escuelas Normales Rurales para tener más contacto con las comunidades”.
Apenas declarado presidente, Cárdenas cuenta con este auténtico ejército que tiene experiencia en dar batallas contra los poderes de hecho y de derecho.
“…el socialismo nutría la casi mística creencia que muchos poseían de que la escuela podía crear una nueva sociedad”, escribe un especialista sobre nuestras normales rurales ya a fines de los años 1920. Y sigue: “Mientras que para unos esta orientación significaba socializar los medios de producción, para otros representaba simplemente una lucha contra el alcoholismo, la superstición y el fanatismo religioso…” Cárdenas, agrega, “tipificaba un punto intermedio: la humanización del capitalismo” o, según otro investigador, “una escuela inspirada en la doctrina de la revolución mexicana”.
Si esto último es cierto debe determinarlo una confrontación historiográfica aún viva. Para nosotros indica algo muy sugerente: los normalistas rurales quizás desbordan el propósito presidencial. Habría en ello una posible relativa independencia de las autoridades que dirigen la SEP y relaciones directas entre proyecto educativo y organizaciones sociales.
Pronto veremos las reformas que el cardenismo en ciernes hace al Plan Sexenal callista, y durante la campaña electoral, centrales sindicales, ligas agrarias y fracciones del propio magisterio se manifiestan pública, activamente por la educación socialista, en movilizaciones que organiza el mismo PNR, enfrentando resistencias conservadoras. Hay varios actores allí, individuales y colectivos, y quiero señalar particularmente a uno, considerando lo que ejemplifica: Ignacio García Téllez.
Este hombre vinculado hace mucho al radicalismo oficial, viene de ser rector de la primera Universidad Nacional autónoma. Allí se significó por dos cosas: “la instalación de las academias mixtas de profesores y alumnos como órganos de participación y la firma del primer contrato colectivo de trabajo” con el naciente sindicato. Representa, pues, al funcionario que promueve la participación desde abajo y sirve ahora a don Lázaro como su operador en el Partido, para nombrarlo luego Secretario de Educación.
Quisiera reconstruir la estructura y personal que estarán bajo “su mando”, no tengo tiempo y me pierdo la gran historia, el día a día, donde tal vez encontraría un más o menos amplio margen de acción nivel tras nivel. Posiblemente, incluso, Téllez lo alienta.  
Sigamos a una investigadora estadounidense para observar algo en concreto: “En los diversos murales que adornan las normales rurales del país, es común encontrar la insignia de la hoz y el martillo. Este símbolo comunista que representa la unidad entre campesinos y obreros empezó a recorrer el mundo poco después del triunfo de la Revolución Rusa.” Nuestra guía dibuja los años 2010, sabiendo que la historia es antigua y parece consolidarse en 1935 cuando se funda la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México. En esos tiempos una tercera parte del Partido Comunista Mexicano está compuesta por maestros y maestras, y en ellos el socialismo criollo, como dimos en llamarle, tiene una mayor definición. Gonzalo Vázquez Vela, quien substituirá a García Téllez, está bien asociado al tejedismo y por tanto al Partido Socialista de las Izquierdas, curioso producto con aspiraciones marxistas. Por tanto, puede deducirse que el cardenismo subraya naturalmente, digamos, la noción de lucha de clases entre el magisterio, incorporándole docentes ajenos al PNR.
 


SIGUE EN Cardenismo. II.