Texto escrito exprofeso para ayudar a esta investigación
El sexenio de
Lázaro Cárdenas (1934-40), marcado por un ascenso sin precedentes del
movimiento de masas, constituyó por mucho el momento de mayor influencia del Partido
Comunista Mexicano en la historia del país y por lo tanto el momento de su
principal prueba histórica. En un país cuya población no llegaba al millón y
medio de personas, el partido llegó a tener 20 mil afiliados y, lo que es más
importante, a través de su influencia en el movimiento social, llegó a dirigir
a muchísimas más personas. Estos éxitos produjeron a su vez tentaciones
políticas considerables. Así pues, el modo en que la dirección del partido enfrenté esas
tentaciones en ese periodo clave tendrían consecuencias decisivas en su propia
trayectoria posterior y en la historia del país.
El PCM frente al
general Cárdenas:
De la descalificación
al apoyo acrítico
El
PCM se había fundado en 1919, bajo el ejemplo de la Revolución Rusa, como la
sección mexicana de la Internacional Comunista o Comintern. En ese punto, el
programa de la Comintern estaba marcado por un inflexible internacionalismo
revolucionario y de clase, programa que el PCM intentó sostener durante sus
primeros años en condiciones de relativa marginalidad.
Desde
mediados de los años veinte, la Comitnern empezó a convertirse, de un colectivo
internacional con preponderancia de los rusos, en un instrumento internacional
de la burocracia soviético, cuyos intereses no siempre coincidan con los de la
revolución mundial. En esa época, la Comintern suavizó mucho su posición
clasista e internacionalista, especialmente para el mundo subdesarrollado. Así
pues, durante la presidencia de Calles (1924-28), el PCM atenuó su antagonismo
con la ideología nacionalista dominante en México y de ese modo consiguió la
dirección del masivo movimiento campesino.
Durante
los años del maximato (1928-34), la relación del PCM con el estado mexicano volvió
a ser una de antagonismo directo, debido a la coincidencia de dos factores: por
un lado, los gobiernos de esa época, inseguros y autoritarios, persiguieron
implacablemente a los comunistas; por el otro, la Comintern adoptó desde arriba
una línea ultrarradical conocida como el “tercer periodo”, que ilusoriamente
predecía situaciones revolucionarias a corto plazo en todo el mundo y por lo
tanto ordenaba a los comunistas de cada país la ruptura de sus alianzas con
otras corrientes de izquierda en el movimiento social. En realidad, este
radicalismo no obedecía tanto a la predicción de posibilidades revolucionarias
como a las necesidades coyunturales del gobierno soviético, que en esa época
había girado a la izquierda en su propio país imponiendo la colectivización
general de la agricultura y un ritmo de industrialización audaz y brutal.
Obedeciendo
a esta línea, en enero de 1929 el partido había creado una central sindical
propia, la CSUM, pare reunir a los sindicatos en los que tenía influencia al
margen de la vieja y decadente CROM. Más
tarde ese mismo año, el partido exigió a los líderes campesinos de su seno que renunciaran
a toda alianza con los políticos nacionalistas, y cuando éstos se negaron, los
expulsó.
En
los siguientes cuatro años, el partido se vio relegado de vuelta a la
marginalidad e incluso a la clandestinidad, pues cientos de sus cuadros fueron
encarcelados y deportados a las Islas Marías.
Cuando
llegó el año electoral de 1934, la percusión estatal se había aflojado
considerablemente, por lo que los comunistas pudieron salir de la
clandestinidad e incluso participar en las elecciones, postulando como candidato presidencial a su
secretario general, el ferrocarrilero Hernán Laborde. En esa época, la lógica
del “tercer periodo” aun los llevaba a hacer las caracterizaciones más
exageradas de los adversarios. Así, tanto durante la campaña y como durante el
primer año del gobierno de Cárdenas, el PCM lo caracterizó mecánicamente como
“fascista”, por su voluntad de intervenir en la economía nacional con el primer
Plan Sexenal.
Sin
embargo, ese mismo año los excesos de la colectivización en la URSS empezaron a
volverse insostenibles y el gobierno soviético tuvo que dar marcha atrás en su
audacia colectivista. Al mismo tiempo, en el plano internacional tuvo que
abandonar su retórica ultrarradical para buscar alianzas que le permitieran contrarrestar
la amenaza, tardíamente reconocida, de la Alemania Nazi. Correspondientemente,
en el verano de 1935, el VII (y último) Congreso de la Comintern ordenó a los
Partidos Comunistas del mundo dar un giro en redondo y buscar alianzas ya no
sólo sindicales, sino políticas, no sólo con las otras corrientes socialistas,
sino con todas las fuerzas democráticas, incluyendo las capitalistas. Incluso
el gobierno imperialista estadounidense, entonces dirigido por Roosevelt, fue exaltado como una fuerza del progreso.
Así
pues, el PCM, cuyos líderes habían asistido al Congreso de la Comintern,
abandonó sus denuncias al supuesto “fascismo” de Cárdenas y empezó a colaborar
con su gobierno en las gigantescas luchas sociales que entonces empezaban.
Líderes como Valentín Campa, acostumbrados a vivir en la clandestinidad, de
pronto podían jactarse de una amistad personal con el presidente de la
republica. Así, por ejemplo, fueron cuadros comunistas (como Dionisio Encina,
Fernández Anaya y Mario Pavón) quienes en 1936 dirigieron la gigantesca lucha
de los peones agrícolas de la región lagunera, que culminó en una de las
mayores expropiaciones agrarias de la historia de México. También fueron
comunistas quienes, con la anuencia de Cárdenas, dirigieron la masiva sindicalización
del sector público. Del mismo modo, fueron mujeres comunistas como la Cuca
García quienes en 1935 fundaron y encabezaron el Frente Único Pro Derechos de
la Mujer (FUPDM), que no sólo luchó por el voto femenino (que no consiguió)
sino también por el establecimiento de guarderías, hospitales femeninos y otros
servicios sociales de masas, que afectaron positivamente la vida de
generaciones de mexicanos. Finalmente, a partir de 1936 el partido aprovechó la
buena disposición de Cárdenas hacia la asediada república española para enviar
voluntarios militares a luchar en la Guerra Civil de ese país.
Sin
embargo, las mismas ventajas que el PCM obtuvo de su colaboración con el
gobierno en la lucha social produjeron una dinámica que llevó inevitablemente a
convertir esa colaboración en un apoyo político acrítico. Así, para marzo de
1938, cuando Cárdenas re-fundó el partido oficial con el nombre de PMR, el PCM
lo caracterizó como “frente popular en forma de partido” (en línea con el
lenguaje de la Comintern) y solicitó su ingreso. Si entonces el PCM no se
disolvió en el partido oficial del estado mexicano fue sólo porque los
estatutos del PMR no aceptaban la doble militancia. En cambio, por órdenes del
PCM, el FUPDM sí se integró al partido oficial. Cuando la Cuca García quiso
oponerse a esto, fue expulsada del PCM y perdió la dirección del Frente, que
asumió Consuelo Uranga. Un episodio revelador en este sentido tuvo lugar en
1939, cuando el presidente Cárdenas criticó la invasión de Finlandia por la
URSS dentro de los términos del pacto Hitler-Stalin. El pintor Siqueiros,
estalinista sincero, salió a la defensa de la invasión soviética… y el PCM lo
expulsó sus filas por criticar al presidente Cárdenas.
Al
mismo tiempo, la ideología del PCM se modificó también para responder a su
nueva posición como partido legal, respetable y aliado del gobierno. El
nacionalismo, que en tiempos de Lenin era repudiado como ideología burguesa,
fue asumido como un valor propio. Esto se expresó sutilmente en el cambio de
nombre del partido, que de “Partido Comunista de México” pasó a llamarse
“Partido Comunista Mexicano”, y mucho más claramente en el cambio de nombre de
su periódico, que de El Machete pasó
a llamarse La Voz de México. En esa
época dejó de haber militantes extranjeros en la dirección formal del partido,
aunque, como veremos, su sometimiento burocrático a la dirección soviética
nunca había sido tan acentuado.
Por
otra parte, la gran influencia de la que llegó a gozar el PCM en el aparato del
estado en esos años, y especialmente en dependencias como la SEP, hizo de la
militancia en sus filas un medio para conseguir empleo y ascender en la
burocracia, por lo que en esa época PCM, al lado de los militantes sociales
sinceros, miles de arribistas que lo abandonarían tan pronto como el partido
perdiera su posición de influencia. Esta situación incluso dio pie a algunos
casos de vulgar corrupción personal, los primeros y prácticamente los únicos en
la historia del partido.
La CTM y la “unidad a
toda costa”
Con
la decadencia de la CROM durante el maximato, los comunistas habían logrado
construir un movimiento sindical alterno, organizado en la CSUM, y habían
logrado influir políticamente sobre los principales sindicatos industriales,
como el ferrocarrilero, dirigido por el comunista Elías Barrios. El cardenismo
fue el periodo donde pudieron aprovechar las mayores oportunidades para dirigir
la lucha sindical. Y, sin embargo, un año después del fin del sexenio de
Cárdenas, ya habían perdido esas posiciones y esa influencia, obtenidas con el
trabajo de tantos años. Y lo que es más importante, la democracia sindical, tan
arduamente conquistada, había sido cedida sin resistencia. ¿Cómo pudo ocurrir
esto? La respuesta pasa por la decisión del PCM que tendría mayores consecuencias
en la historia posterior del movimiento obrero y de la sociedad mexicana: la
línea de la llamada “unidad a toda costa” al interior de la dirección de la
CTM.
Ya
desde el verano de 1935, para enfrentar las amenazantes declaraciones
reaccionarias del ex presidente Calles, el PCM había buscado la colaboración de
la corriente sindical de Vicente Lombardo Toledano (quien poco antes se había
separado de la decadente CROM), y de los principales sindicatos industriales de
su propio entorno para constituir un frente de defensa proletaria contra
cualquier posible intentona golpista. Ese mismo verano (coincidiendo con el VII
Congreso de la Comintern, donde se aprobó la línea del “frente popular”),
Lombardo, que hasta entonces se había mantenido ajeno y hostil al comunismo,
fue invitado a la URSS, donde fue tratado con honores por el gobierno
estalinista, que se ganó su admiración para siempre. Curiosamente, al volverse
estalinista Lombardo no ingresó al PCM.
En
febrero de 1936, el PCM disolvió la CSUM en un bloque con la corriente sindical
de Lombardo y los principales sindicatos industriales, para dar lugar a la CTM,
la central sindical más grande de la historia del país. Originalmente, el lema
de la central era “Por una sociedad sin clases”, reflejando el consenso pro-socialista
de sus fundadores.
La
fundación de la CTM fue quizá el punto más alto de la unidad proletaria a nivel
sindical en la historia de México y en los siguientes años permitió gigantescas
conquistas a favor de las masas, algunas de las cuales sobreviven hasta
nuestros días.
Sin
embargo, el aparato de la CTM se convertiría después del cardenismo en un medio
para la cooptación burocrática y la contención violenta del movimiento obrero
por el gobierno, factor decisivo de la estabilidad del capitalismo
subdesarrollado mexicano bajo el PRI. Como veremos, la actuación del PCM
durante el cardenismo fue un antecedente clave de esta evolución.
Con
tal de mantener su alianza política con Lombardo, en el congreso de fundación
de la CTM (febrero de 1936) el PCM retiró la candidatura del popular líder panadero
comunista Miguel Ángel Velasco para el puesto
de secretario de organización y aceptaron la imposición del candidato de
Lombardo, el joven líder lechero Fidel Velásquez. Para abril de 1937, las maniobras
antidemocráticas de Velásquez llevaron a varios sindicatos industriales a
romper con la joven central. En ese punto, los cuadros de estos sindicatos
contaban con Velasco y otros comunistas para que dirigieron la lucha por la
democracia sindical. Y así ocurrió en un primer momento. Sin embargo, tras
recibir órdenes de la Internacional, ese verano el PCM optó por hacer todas las
concesiones necesarias con tal de mantener su alianza política con Lombardo,
aun reconociendo que de ese modo renunciaba a la democracia sindical. Esta
medida pasó a la historia con el nombre de “unidad a toda costa”. Así, cuando en
1938, Lombardo convirtió a la CTM en un soporte orgánico del gobierno
cardenista, integrándola al PRM oficial, los comunistas no protestaron.
El
fruto amargo de esta decisión sólo se haría evidente después del periodo de Cárdenas, cuando, al servicio de gobiernos
mucho menos progresistas, Fidel Velásquez se convirtió en el dictador absoluto
de la CTM y purgó de su seno no sólo a los comunistas, sino también a su
antiguo mentor Lombardo.
La
culminación del burocratismo: el congreso extraordinario y del caso Trotsky
Desde
enero de 1937 residía en México, asilado por el presidente Cárdenas, Leon
Trtosky, quien fuera uno de los líderes de la Revolcuión bolchevique de 1917 y
de la Internacional Comunista pero que para entonces se había convertido en el
principal enemigo del gobierno soviético bajo Stalin. Así, el PCM se opuso a
que México lo acogiera y ayudó a difundir la noción de que era una especia de
agente del nazismo y otras fuerzas oscuras.
Según
revelaría décadas después Valentín Campa, entonces uno de los principales
líderes del PCM, a mediados de 1939 la Internacional Comunista ordenó
secretamente a los líderes de su sección mexicana que organizaran el asesinato
del refugiado ruso. Sin embargo, Campa y el secretario general Laborde
decidieron desacatar la orden, sobre todo porque su cumplimiento pondría en
riesgo la alianza del partido con Cárdenas.
Haya
sido o no este desactato de las órdenes superiores la razón de lo que siguió, ,
lo cierto es que en octubre de ese año llegó a México una delegación de la
Internacional encabezada por el argentino Vitorio Codvilla que, a través de una
“comisión depuradora” asumió la dirección del PCM, decretó que Laborde y Campa
eran culpables de muchos errores (“sectarismo-oportunismo”) y crímenes
(corrupción y colaboración con los “trotskistas”) y eligió en su remplazo al
joven obrero coahuilense Dionisio Encina, que había dirigido la huelga de la
Laguna en 1936. Tanto la expulsión de Laborde y Campa como el acenso de Encina
a la secretaría general del PCM fueron ratificados por unanimidad por el Congreso
Extraordinario del Partido, celebrado en marzo de 1940. Este golpe fue el últim clavo en el ataúd de
la democracia interna del PCM, que había venido disminuyendo desde 1929.
Al
mismo tiempo, se le concedió la razón al pintor Siqueiros en su desencuentro
con el partido (el haber criticado a Cárdenas y defendido a Stalin respecto a
la invasión de Finlandia), pero no se le reinstaló formalmente, pues se
consideró que sería más útil como “simpatizante”. Siqueiros, que había conbatido en el ejército
carrancista y luego en la guerra civil española, era el principal especialista
del partido en cuestiones militares. Otro cuadro del partido especialista en
“acciones directas”, Rosendo Gómez Lorenzo, también fue formalmente separado de
la organización por razones oscuras.
En
mayo, estos dos hombres, junto con otros simpatizantes del PCM y el miembro del
Comité Central David Serrano Andonegui, que también había combatido en España,
intentaron asesinar a Trotsky y su familia en un ataque vergonzante
(disfrazados de policías y gritando consignas políticas ajenas, para
despistar). Aunque fracasaron en su intento, se llevaron con ellos al
trotskista estadunidense Robert Sheldon Hart, que fungía como guardia de la
casa, a quien asesinaron a los pocos días.
Lejos
de reivindicarlo como una acción de armas legítima, Siqueiros negó que el
atentado hubiera tenido lugar, y el PCM se deslindó púbicamente de los
agresores, a los que llamó “provocadores”. Sin embargo, cuando estos fueron
cayendo presos, el partido hizo lo posible por defenderlos. Toda la evidencia
indica que en realidad habían actuado bajo las órdenes de la dirección del
partido.
Cuando
ese agosto Trotsky fue abatido por un agente de los servicios secretos
soviéticos, el PCM también se deslindó del hecho, pero en los años que
siguieron dio al asesino el tratamiento que destinaba a los presos políticos
más heroicos.
Epílogo:
el PCM bajo Dionisio Encina
El
mismo verano de 1940 en que tuvo lugar el asesinato de Trotsky, se celebraron
las elecciones generales en las que el partido oficial postuló al muy moderado
Ávila Camacho como sucesor del Cárdenas. Aunque el PCM estaba en la cima de su
influencia, no consideró siquiera postular candidatos opositores o abstenerse
de participar, y en cambio apoyó sin la menor crítica al candidato oficial.
En
los sexenios que siguieron de Cárdenas, el PCM pagó las consecuencias de la
política adoptada entonces. Entonces tuvo lugar un nuevo alejamiento entre el
partido y el estado mexicano, pero esta vez fue un alejamiento unilateral:
conforme el régimen viraba más y más a la derecha, el estado perseguía,
golpeaba y marginalizaba al PCM, mientras éste se esforzaba por ser considerado
un aliado de izquierda del gobierno. Así, durante la participación de México en
la Segunda Guerra Mundial, el partido suscribió el “pacto obrero-patronal” que
condenaba la lucha de clases en aras de la unidad nacional. En las elecciones
presidenciales de 1946, el partido volvió a apoyar al candidato oficial, que en
ese momento era Miguel Alemán, quien sería uno de los más corruptos y
reaccionarios del México posrrevolucionario. En 1948, incluso después de la
intervención violenta del gobierno alemanista en la vida de los sindicatos (los
procesos conocidos como “charrazos”), Dionisio Encina seguía insistiendo en que
el gobierno de Alemán era progresista y que el PCM no debía considerarse a sí
mismo un partido de oposición... lo que no impedía que el gobierno lo tratara
como tal. Para ese año, la membresía del partido, que en tiempos de Cárdenas
había superado los 20 mil militantes, estaba
reducida a una cuarta parte de ese número. Al mismo tiempo, el régimen interno
del partido, instalado en 1940 por la imposición burocrática, sólo pudo
mantenerse profundizando su autoritarismo. Todos los matices de pensamiento que
variaran aun mínimamente de la línea de Encinas fueron expulsados en oleadas
sucesivas, al grado que en 1950 pudo fundarse un segundo partido estalinista,
políticamente indistinguible del PCM, con los cuadros que éste había expulsado.
Sólo en 1960 inició la regeneración del partido y su restitución como partido
reformista más o menos serio.