Primero nos hicimos una pregunta en voz alta, por mera curiosidad: ¿Quién formaba la izquierda del cardenismo? Luego pensé: El libro serviría para demostrar que sin los movimientos sociales no pueden producirse grandes cambios. Alguien más dijo después: Debe probarse cómo se gobierna un régimen popular en México.
Obviamente exagerábamos: la investigación dispondría de poco tiempo y sin duda no despejaría la duda, porque vivimos condiciones muy distintas a los años 1930.
BORRADOR. PERDONEN EL DESORDEN, LAS REPETICIONES, LOS HUECOS...
Si la investigación es el asunto, divulgar tiene su gracia. A veces tanta, que los resultados deben medirse más bien por cuánto se llega a quienes leen, no necesariamente para convencerlos sino despertándoles inquietudes.
El cardenismo no es obra de un hombre y su círculo cercano. Resultaría inconcebible sin el movimiento popular y las clases medias radicalizadas, entre quienes están vivas viejas y nuevas utopías.
Esos
seis años representan, con mucho, el mayor avance social en nuestra historia -desde los postreros años mil setencientos, aclararía Romana Falcón-.
Tras una investigación más o menos breve, persigo aquí una idea: lo que Lázaro
Cárdenas echa a andar es difícilmente controlable y conduce a extremos no
calculados, a veces quizá sin que él lo sepa. El propio Tata, creo, se desbordó
a sí mismo, gracias también al inusitado panorama mundial: democracias
occidentales en debacle o recomposición y la Unión Soviética que irrumpe como
exitoso modelo económico y gran potencia.
El cardenismo una
utopía mexicana,
de Adolfo Gilly, al contemplar desde la óptica continental, me reforzó una
pregunta ociosa: salvada toda distancia, ¿el sexenio cardenista puede compararse con
los regímenes populares andinos de siete y ocho décadas después?; ¿pudo ser un
adelanto mejorado? Pregunta ociosa, digo, pues aquél cumplía con su época, en el ambiente creado por la
Alianza Popular Revolucionaria Americana, etcétera.
Alianza Popular Revolucionaria Americana, etcétera.
¿Mal
interpreto? El discurso oficial y las versiones conservadoras y de izquierda
ortodoxa aseguran que esos seis años simplemente sustentaron a la dictadura perfecta priista impuesta a
continuación.
Este
llamado a debatir es una abierta provocación cuando revisa la historia previa de
Cárdenas y su acto final como presidente: inhibirse ante el “sindicato de
gobernadores” que, imponiendo a Manuel Ávila Camacho, impide la continuidad
representada por Francisco J. Múgica.
Aclaro
que hice una investigación más o menos breve y por entero bibliográfica, apurado por la coyuntura actualn en que el país se juega su futuro quizá como nunca antes desde la Revolución.
Para
facilitarnos las cosas sigo fundamentalmente cinco libros, a los cuales pido
a ustedes acercarse para profundizar.
Un punto de arranque
Lento
de entendederas, según se decía antes, casi para terminar encontré la hipótesis
más apasionante: entre un Estado rudimentario, el cardenismo construye otro
paralelo, por llamarlo así. Lo forman esos miles de funcionarios públicos que llevan
instrucciones cuya operación final deciden ellos mismos, sobre la marcha,
confrontando al poder local compuesto por presidentes municipales, gobernadores,
jueces, terratenientes, empresarios, curas párrocos, obispos, caciques menores
que controlan a campesinos y obreros, profesionistas -médicos, por ejemplo- a
quienes el prestigio convierte en autoridades de facto. Al lado suyo están
líderes o direcciones populares con quienes acuerdan o coinciden. En lo alto,
cargos gubernamentales que tienen o se dan permisos extraordinarios.
Confirmar este
supuesto, dibujando un panorama revolucionario, requeriría consultar muchos archivos, sobre todo regionales, y no dispongo de años sino meses.
Quede pues como una incitación cuyo servicio es más bien para el presente.
-0-
Cada año los académicos que estudian al Tata se reúnen. Estarían reflejados, pues, en tres gruesos volúmenes monográficos publicados por Biblioteca INEHRM (Lázaro Cárdenas: Modelo y legado). Encontré poco allí donde, exceptuando a un par de intelectuales identificados con la izquierda marxista, no interesa el proceso que busco. A quienes recurro en este trabajo conocen infinitamente más los fenómenos sociales e incluso personales, pues no les interesa la institucionalidad.
Quede pues como una incitación cuyo servicio es más bien para el presente.
-0-
Cada año los académicos que estudian al Tata se reúnen. Estarían reflejados, pues, en tres gruesos volúmenes monográficos publicados por Biblioteca INEHRM (Lázaro Cárdenas: Modelo y legado). Encontré poco allí donde, exceptuando a un par de intelectuales identificados con la izquierda marxista, no interesa el proceso que busco. A quienes recurro en este trabajo conocen infinitamente más los fenómenos sociales e incluso personales, pues no les interesa la institucionalidad.
Un punto de arranque
Adolfo
Gilly inicia su trabajo ya clásico sobre nuestro tema, citando los Apuntes escritos por Cárdenas el 9 de
marzo de 1938. Éste estuvo en el ingenio de Zacatepec, que por requerimiento de
Rubén Jaramillo, ex oficial zapatista, se inauguró hace poco para entregar a
campesinos morelenses, administrado por el propio solicitante.
Regresando
a la ciudad de México don Lázaro se detiene y charla con Francisco J. Múgica,
su mejor y más antiguo amigo. “… le hice conocer mi decisión de decretar la
expropiación de los bienes de las compañías petroleras si éstas se negaban a
reconocer el fallo de la Suprema Corte de Justicia”(SCJ), anota el general en
ese diario que lleva desde la adolescencia.
Gilly
escoge la escena por buenas razones y nuestro modesto trabajo debe tener
cuidado con ella, pues nos presenta a un Cárdenas redentor, que obra con el
único, más bien pasivo apoyo de Mújica. Siguiendo esa línea veríamos cuatro
años atrás al Tata aparecer como mágicamente, para salvar a México del
callismo, convertido así a su vez en tendencia homogénea y con claros
propósitos, que domina por completo el panorama nacional.
Estaríamos,
pues, ante el bien y el mal con aires bíblicos, y alrededor coros griegos que
representan a un pueblo observador, esperando las decisiones de su líder. Transportada
a etapas anteriores y posteriores, esa perspectiva nos plantea preguntas
espinosas sobre el propio don Lázaro. ¿Por qué guardó silencio mientras la familia revolucionaria controlaba despóticamente al país y se
enriquecía a manos llenas? ¿Cómo no acusarlo de entreguismo al permitir que
Maximino Ávila Camacho, Miguel Alemán y otros impongan a su sucesor para dar un
terrible giro al proyecto? ¿No se volvió así en el facilitador de la dictadura
priista, nacida poco después?
Más
adelante Gilly agrega una carta de nuestro personaje, sobre el manifiesto necesario
para acompañar la expropiación: "que los industriales establecidos en el país
sepan que el actual gobierno desea seguir contando con la cooperación del
capital privado así sea nacional o extranjero”. Y remata el historiador: “La
decisión, trabajada durante años en las cabezas de los gobernantes de ese
México de entonces, había madurado a lo largo del conflicto de las empresas
petroleras”.
Nuevamente,
sin contexto, podemos tener una idea equivocada sobre el cardenismo todo, que
parecerá contradecir la imagen de un sexenio sin par, oasis entre el desierto
representado por caudillos militares y civiles a quienes campesinos y obreros no
les preocupan en absoluto.
El
general presidente michoacano, confieso, era un hombre sin mayor chiste a mis
ojos, pues lo comparaba con la pléyade de grandes luchadores sociales surgido
en torno a nuestra Revolución: Ricardo Flores Magón y sus compañeros; Zapata, Villa, Carillo Puerto,
los anarcosindalistas y los agraristas afiliados al comunismo de la
década 1920.
Contemplándolo
durante su administración presidencial me parece alcanzar altos vuelos, por lo
advertido: el estrecho nexo que tuvo con masas populares y clases
medias radicalizadas y el dejarse llevar más allá de lo previsto. El propio
Gilly subraya esta última característica y busca el preciso momento en que don
Lázaro decide expropiar: diez días antes de hacer la declaración pública.
Tal rasgo
aparece con frecuencia durante el sexenio, en Cárdenas y en otros protagonistas
del régimen, cuyos hechos consumados si suele validarlos formalmente la
presidencia, a veces pasan inadvertidos para ella. Nos encontramos, pues, con
un proceso en que los actos revolucionarios de diverso grado son naturales.
Solo así, vale pensar, puede desbordarse a la clase política y militar que
domina hace tres décadas y se vuelve una enemiga más bien
silenciosa y no del todo solapada, pues los cardenistas advierten su peligro.
Para el
historiador mexico-argentino la expropiación es el momento decisivo no solo por
sus profundas consecuencias sobre la soberanía nacional, y al seguir con
minucioso detalle los hechos señala otras grandes cuestiones.
A
reserva de volver más tarde sobre el conflicto, recordemos que las fricciones inician
en 1936, cuando los sindicatos de empresa petroleros constituidos en uno
nacional (STPRM), emplazan a huelga para obtener un contrato
colectivo de trabajo (CCT). Las compañías no hacen caso y estallan en paro de
veinticuatro horas, decidiendo a don Lázaro a intervenir conciliadoramente.
Un año
después vuelve la demanda sindical y los empresarios se burlan, concediendo
apenas en reclamos menores. El STPRM forma parte de la CTM
recién creada, que entre cosas recoge una más o menos vieja inquietud: cumplimiento
de lo establecido por el artículo 27 constitucional para rescatar nuestros
recursos naturales. El seis de enero siguiente, la dirección cetemista impulsa
la huelga y el Tata interviene para disuadirla.
Tras aquella súbita charla del presidente había,
pues, dos años de una presión gremial en la cual estaba contenido, sin
explicitar, el propósito expropiatorio, y mucho más. Si cuando ordena redactar
el manifiesto a la nación, sin duda tiene en mente a todas las clases sociales, a nuestro bajo pueblo, de diversas formas involucrado en su proyecto, por fuerza lo
convoca a manifestarse con tanta beligerancia como se requiera.
Las conocidas imágenes de mujeres humildes
entregando sus ahorros son tristes representaciones melodramáticas. Quizá
algunas fueron por súbito impulso. El resto debieron estar vinculadas a
instancias populares beneficiarias ya o en potencia de los avances agrarios y
obreros, o las animaron miles de cuadros que operaban para el
régimen.
De hecho, para el cardenismo ese artículo 27 empezó
a materializarse dos años atrás y como parte nodal del régimen, con lo que una
estupenda historiadora* llama “una de las más profundas transformaciones que
sufriera la sociedad mexicana desde fines del siglo xvii”: el reparto agrario.
Entre los demás grandes efectos que, creo, Cárdenas
considera con la expropiación, está el nuevo espacio internacional adquirido por México.
Su régimen y no solo su gobierno, desde 1936 son los dos únicos apoyos a los
republicanos españoles durante la Guerra Civil. Avala así una causa que mundialmente
se reconoce como cruzada contra el fascismo.
Coincide entonces con la Unión Soviética, a quien da trato privilegiado a
través de los mejores diplomáticos cardenistas.
Para ese momento el Tata tiene claro: en términos
planetarios la sociedad oscila entre dos tendencias: lo individual y lo
societario, y él y cuantos tiene cerca se afilan a esa última. Entre los muchos
ejemplos que pueden citarse, escojo la declaración hecha por el Dr. Ignacio Chávez,
padre de la cardiología mexicana y director de nuestro gran hospital, el General:
sin medicina social no hay medicina.
¿Cuándo
acaba en términos reales la Revolución, nos dejan pensado los razonamientos de
Gilly? ¿Al finalizar el movimiento armado o durante estos momentos, que concretan el
articulado social y nacionalista establecido por la Constitución?
* Romana Falconi
Fechas,
más fechas
Busco fechas anteriores al cardenismo, que nos guíen sugiriendo como todo parece acomodarse para preparar los grandes cambios. Diciembre de 1928 es una obligada, pues Cárdenas inicia su gubernatura en Michoacán, durante la cual se diría que crea el modelo a seguir cuando llegue a la presidencia.
Busco fechas anteriores al cardenismo, que nos guíen sugiriendo como todo parece acomodarse para preparar los grandes cambios. Diciembre de 1928 es una obligada, pues Cárdenas inicia su gubernatura en Michoacán, durante la cual se diría que crea el modelo a seguir cuando llegue a la presidencia.
Otro momento imprescindible es octubre de
1929, cuando la primera gran crisis del capitalismo moderno conduce a Estados
Unidos hacia La gran depresión. Ésta
golpea a nuestras mayorías en diversos grados, a veces brutalmente,
empobreciéndolas aún más, y descubre después al gobierno y los empresarios
mexicanos una oportunidad para crecer, sobrexplotando a las y los propios
trabajadores rurales y urbanos y substituir importaciones.
Una tercera fecha se
me pierde en esos años y debo buscar su reflejo en 1935, apelando a
Armando Bartra: “Las tomas de tierras son una de las
formas de lucha más generalizadas, y El
Machete, periódico del PCM, deja constancia de
ellas. Noticias sueltas entresacadas al azar de los números publicados (…) nos
indican que: en Tepeaca, estado de Puebla, 25 comunidades agrupadas en un
Frente Único Campesino tomaron las tierras; en Tulancingo, Hidalgo, los
campesinos ocuparon los latifundios de Zupitlán y Tepenacaxco; los campesinos
de Labor de Rivera, en el norte de Jalisco, tomaron tierras solicitadas
infructuosamente al Departamento Agrario; en Zitácuaro, Michoacán, los
campesinos se apropian de un latifundio; en Nuevo León 1 400 trabajadores,
miembros del Sindicato Único de Obreros Agrícolas y de la Unión de Solicitantes
ocupan tierras, y así.
Los comentarios de los redactores de El Machete son
también sintomáticos: “Dos
millones de jefes de familia no quieren esperar otros 25 años de ´revolución´
para que se les entreguen sus parcelas […]. No están dispuestos a seguir
esperando, tomarán la tierra a cualquier precio y no pagarán impuestos; no
quieren morirse de hambre: ´mejor de bala´…”
No preciso
cuándo comenzaron a anunciarse esas tomas, antes de 1935. Lo que señalan para
nuestros efectos es la organización campesina que sobrevive del movimiento
armado y los muy agitados años 1920 o que va cobrando forma desde entonces.
La cuarta
fecha a señalar es junio de 1933, en que se forma la Confederación General
de Obreros y Campesinos de México (CGOCM),
constituida fundamentalmente por obreros industriales (fábricas, minas, pozos
petroleros) y urbanos en su conjunto (sumados los del comercio y otros servicios).
Los años previos recibieron duro castigo del Estado, que volvió casi nada al
combativo sindicalismo nacido tras la Revolución. Ahora con el sindicato nacional
ferrocarrilero como nuevo ejemplo a seguir, anuncia grandes confrontaciones.
Agrego el Primer Congreso de Universitarios
Mexicanos que se
celebra también en 1933, el 7 de septiembre, y plantea el “estudio de la posición ideológica de la universidad frente a los
problemas del momento”. Los debates están presididos por el que
protagonizan Antonio Caso, defendiendo al liberalismo social, y Vicente
Lombardo Toledano, que sostiene como bandera las enseñanzas de Carlos Marx. El
resolutivo final no deja duda sobre quien triunfa: "La Historia se enseñará como la evolución de las instituciones
sociales, dando preferencia al hecho económico como factor de la sociedad
moderna; y la Ética, como una valoración de la vida que señale como norma para
la conducta individual el esfuerzo constante dirigido hacia el advenimiento de
una sociedad sin clases, basada en posibilidades económicas y culturales
semejantes para todos los hombres."
No cito en
principio el evento que la historiografía académica señala siempre y por muy
buenos motivos: el surgimiento del PNR, en marzo de 1929. Lo dejé fuera hasta
aquí pues persigo sobre todo a los sujetos que confluirán en el proceso de
transformación cardenista. Pero es fuerza referirse a ese parteaguas para la
familia revolucionaria, que inaugura su proyecto modernizador, comenzado por
centralizar orgánicamente a un caótico concierto de caudillos y caciques
regionales. Luego, durante la misma convención que nos sirve como eje, se dará
otro paso en ese sentido, a nivel estatal, subordinando a los agentes locales a
sus gobernadores. Entre medio, Calles y compañía ordenan a las fuerzas
armadas y esbozan una regencia económica con real dirección, aprovechando lo
que de virtuoso trajo el crack estadounidense: la factible sustitución de
importaciones favoreciendo al mercado local y dinamizando nuestra producción
hacia un exterior cada vez más preocupado por el conflicto mundial que se
avecina.
En consecuencia,
para diciembre de 1933 la familia revolucionaria dominante desprecia a los
movimientos populares, cuya organización socavó desde 1929 (OJO: PUNTEAR LOS
GOLPES). O, más bien, ve en ellos instrumentos subalternos, si consideramos el
apoyo que les ofrece ahora, reciclando viejas políticas corporativistas.
Bartra y Anguiano
documentan la explosión social inevitable si el proyecto “callista” continúa
-entrecomillo porque el llamado Jefe Máximo está lejos de serlo en realidad y
se fricciona o negocia con sus iguales-. La pregunta es cuánto esa explosión
tendrá éxito. Y aquí retomamos a don Lázaro y lo que representa.
Antes y relacionado
con este proceso que atraviesa el PNR rumbo a la presidencia cardenista,
agreguemos otra fecha: septiembre de 1934. Sale a relucir entonces el ya
abierto conflicto de tendencias dentro del PNR, con un agrio debate entre
legisladores sobre las reformas educativas propuestas. “Los diputados se
enfrascaron en apasionadas discusiones acerca de la proximidad o la lejanía del
socialismo, el significado de este término y sus contradicciones con el régimen
económico entonces vigente.” Se ve así cuán
determinante papel jugará el establecimiento de “la educación socialista”. A
través suyo legiones de maestros, coordinadores, enviados especiales, de la
SEP, serán grandes operadores del proyecto en muchas materias: organización
social, reparto agrario, diques a los poderes locales conservadores.
FALTA PCM
Los preparativos
Ordenemos el tiempo para no perdernos.
Ordenemos el tiempo para no perdernos.
En diciembre de 1933 el
oficialista Partido Nacional Revolucionario (PNR) designa al general Cárdenas
como candidato a presidente de la república. Para entonces las utopías (el
magonismo, el zapatismo yucateco con indígena, las nacidas en los años 1920, etc.)
fueron derrotadas y el régimen que desde 1929 se dice dirige a trasmano Plutarco Elías
Calles, prepara cambios que estabilicen al país tras casi dos décadas de
caudillos y caciques disputándose el poder local y nacional, hacia una
modernidad usufructuada por los vencedores y las grandes fuerzas económicas
nacionales e internacionales.
Poco
antes, al rechazar una candidatura que se opone a la oficial, Luis Cabrera, uno
de los antiguos maderistas con preocupaciones sociales[i],
dice: “lo que está pasando en
toda la república es tan serio y pavoroso (…) Una terrible epidemia de codicia,
de concupiscencia, de ambición, de inmoralidad y de cieno inunda a nuestro
pueblo.”(2) LUIS CABRERA)
Al frente de ese triste panorama está la clase
política-militar. En 1924 el propio Calles redujo del 36 al 25% la partida que
ejercía su gobierno destinaba al ejército, y “ordenó que se controlaran todos
los gastos de los jefes de operaciones y que los diferentes servicios de
abastecimiento fuesen reglamentados”(3 ARNALDO CÓRDOBA). Esa política continúa
pero en suma la transferencia de recursos a generales y demás ha sido
monumental.
Así nacieron grandes fortunas, como la de Juan
Andrew Almazán, desde muy pronto establecido en la construcción y especulación
con bienes raíces. Joaquín Amaro dedicó la suya a “darse pulimento” al estilo
porfiriano, rodeándose de caballerizas y palacios. Álvaro Obregón monopolizó el
comercio de garbanzo y tomate en el noroeste. El mismo don Plutarco es un
multimillonario con colosales residencias y depósitos en el extranjero, para sí
y sus familiares. Aaron Sáez entre otras cosas gusta invertir en empresas
azucareras, y Roberto Cruz, convertido en jefe de la policía del DF, prefirió
extorsionar católicos durante la
cristiada. José Gonzalo Escobar juega al financiero, con estupendos
resultados. Otros controlan la economía de estados enteros: Saturnino Cedillo
en San Luis Potosí y Abelardo L. Rodríguez en Baja California, pongamos por
caso.
El enriquecimiento de la familia revolucionaria respeta al empresariado nativo, agrario,
industrial, financiero. Para el grupo sonorense que la domina desde 1920, la reforma agraria, por ejemplo, es una herramienta política
de pacificación y no un proyecto de desarrollo agrícola.
“Desde la perspectiva de los norteños, la modernización de
la producción agropecuaria deberá correr por cuenta de los viejos y nuevos
empresarios privados; la hacienda debe dinamizarse, pero nadie piensa en
sustituirla(4).” (ARMANDO, P.25.)
Las compañías extranjeras siguen hegemonizando
los sectores más rentables: minería, petróleo y energía en su conjunto;
agricultura de exportación, ferrocarriles, bancos.
Los niveles de riqueza, pobreza, propiedad concentrada en
unos cuantos, prácticamente no cambiaron desde la dictadura porfiriana,
quitando el limitado reparto agrario hecho sobre todo durante 1920-24, y la
casi recién aprobada Ley Federal del Trabajo (LFT), que establece salarios
mínimos (SM) e invita a firmar contratos colectivos (CCT), prácticamente es
letra muerta todavía, pues alienta un sindicalismo corporativo cuyos
prolegómenos fueron destruidos por el propio Jefe Máximo.
Quizá exceptuando esas puntuales zonas donde el miedo obligó
al reparto de la tierra, lo que no cambió es la miseria del pueblo, o su mera
estrechez si nos referimos al pequeño universo fabril, y el abismo entre él y
los grandes propietarios, legado porfirista. Si las cifras de éste presumieron
un desarrollo económico hasta entonces desconocido, escondían a cambio el
empobrecimiento que culminó tras cinco terribles décadas independentistas para
las mayorías.
Nada nos dicen los números sobre el Producto Interno Bruto
(PIB) y per cápita, de 1917 a 1933, año en que nos encontramos. El último crece
casi nada y luego con cierta aceleración, para caer otra vez por la crisis
estadounidense. En todo caso, comparado con Argentina, Brasil, Chile y Uruguay,
México está siempre al fondo(X). Es así aunque derivamos del mayor centro
civilizatorio prehispánico, al cual durante tan solo los años entre 1524 y 1620
le extrajeron riquezas equiparables a las invertidas en la Revolución
Industrial(x).
¿Dónde está lo prometido por la constitución de 1917? Los
resúmenes que hace un padre de la nueva escuela rural, dibujan comunidades
donde todo falta: alimentos básicos para que el mexicano se sustente (maíz y
frijol, pues lo demás es lujo), “y ya se sabe que la mala alimentación, trae
aparejada una multitud de enfermedades. Además la población rural se ve atacada
frecuentemente por epidemias tales como la de la viruela, la del sarampión y
otras, que la diezman, y en el campo la muerte de los niños alcanza niveles que
son aterradores”(x Rafael Ramírez).
En las ciudades hay un indicador elocuentísimo, que por
sólidas razones suele desdeñarse: la prostitución. Los habitantes de la capital
federal pasaron de 900 mil habitantes a un millón. Esas mujeres pronto
dibujadas musical y cinematográficamente como románticas “perdidas”,
“mariposas” cuyas alas arden, etcétera, ejercen allí su oficio en unos 200 lupanares y tres
mil cabaretes o deambulan por las calles. Difícil decir cuántas son, si las
detectadas con enfermedades venéreas están próximas a las 40 mil. Brotan, pues,
para beneplácito público.
La literatura nos da una idea vivencial del México que hallamos en 1933:
aquí los malditos creando su nuevo reino, allá la terca pobreza escarbando
hasta el hueso. Les pido leerla pues no encuentro cómo transmitir brevemente el
desolador panorama social de estos años. Yo empezaría por La sombra del caudillo, de Martín Luis Guzmán. Sería bueno leer
también a los extranjeros que escribieron sobre esos años con mirada aguda y
cariñosa al mismo tiempo.
En resumen, la lucha armada cambió un millón de muertos por una promesa
que no se cumple, y para los más México sigue siendo el porfiriano. Permítanme
ilustrarlo con tres fotos. En las dos primeras vemos casonas del antiguo y el
nuevo régimen, con una diferencia sustancial que favorece a la segunda: se
encuentra en las recién fundadas Chapultepec Heights (Las Lomas, pues), con que ahora pueden al fin habitarse los cerros a
occidente de nuestra gran megalópolis, olvidando para siempre inundaciones y
temblores.
Cambió solo el estilo. La tercera foto pudo tomarse lo mismo
en 1910 que cuando don Lázaro es designado candidato.
Este país pobre tiene sin embargo un nuevo, revolucionario
componente. Escuchemos otra vez a Armando Bartra, hablando del campo:
“…si en la inmediata posrevolución no hay un nuevo modelo de
desarrollo económico rural, sí hay un importante cambio en las relaciones
sociales que modifica sustancialmente la relación del campesino con los
terratenientes y el Estado.
“Durante el porfiriato la fuerza de trabajo rural seguía
parcialmente vinculada a la tierra, pero esta vinculación estaba, cada vez más,
mediada por el terrateniente. Era el hacendado quien concedía el pegujal a sus
peones acasillados y quien proporcionaba tierras a los aparceros o
arrendatarios; en la práctica era también el hacendado quien permitía que
subsistieran las comunidades periféricas a su dominio, en la medida en que
necesitaba su fuerza de trabajo estacional. “Con la revolución esta situación
se modifica; ciertamente hasta los años treinta del pasado siglo, la
distribución de las tierras no sufre cambios importantes y el campesinado no recibe mucho más de lo que tenía, pero ahora su posesión ya
no proviene del terrateniente sino del Estado.
“Económicamente la función del ejido es semejante a la del
pegujal o la aparcería: reproduce la fuerza de trabajo que la empresa privada
solo necesita estacionalmente. Pero políticamente el ejido supone un cambio
radical: es el Estado el que media entre el campesino y la tierra, y es también
el Estado, por tanto, el que media entre el campesino y el terrateniente.”
Algo semejante debe decirse de los reclamos obreros. Desde
1917, y aún antes, pues las Juntas de Conciliación fueron concebidas por
Carranza tres años antes, el asalariado en conflicto con su patronal podía
recurrir al Estado como mediador y así la supremacía absoluta de los
empresarios se mellaba, al menos en potencia. Ahora hay un LFT que
institucionaliza el proceso y con los CCT y el establecimiento de SM impone el
dominio estatal.
Hay, pues, un país social igual y distinto al de 1910. En
cierta medida se trata de un fenómeno cultural que puede observarse también
entre algunas clases medias. Para septiembre de este 1933 el Noveno Congreso Nacional de Estudiantes citó al Primer Congreso de Universitarios Mexicanos, donde estuvieron
representadas veintidós entidades. En él Vicente Lombardo Toledano venció
discursivamente al liberalismo social de Antonio Caso, con aclamados argumentos
marxistas. De allí deriva la Convención Nacional Estudiantil Pro-Cárdenas, reunida en
Morelia, Michoacán, el 16 de julio, que preconiza una reforma al Artículo 3º
constitucional para sustituir la enseñanza laica de los establecimientos
oficiales de educación primaria y superior “por la educación integral
socialista”.
Sin
variar, mi trabajo encuentra la escasez de estudios bien reconocidos sobre las
clases medias. El tema es delicado porque éstas aparecen como grandes
beneficiarias de la Revolución posterior al periodo que tratamos, profundamente
marcadas por las gruesas deformaciones a las cuales a partir de los años 1940
da paso el milagro mexicano y su dictadura perfecta. Así le pasan
desapercibidas las virtudes de una porción de quienes participarán en la
estructura burocrática y cultural de la república, debidas sobre todo,
precisamente, al sexenio cardenista, creo.
No
tengo forma de observarlas con cierto detalle y recojo entonces elementos
sueltos, como ese estudiantado del Congreso Universitario.
Se
abren paso entre otra pequeña burguesía que odia al régimen y se refugia en la
tradición conservadora en grados que oscilan de acuerdo a la intensidad de sus
mayores amenazas: el discurso populista por el cual quedan públicamente
rebajadas a las últimas categorías, y los golpes al papel social de las
instituciones y el pensamiento religiosos.
Es
más fácil ver a los intelectuales que progresan hacia el socialismo, entre los
cuales están Lombardo, Bassols y Luis Cabrera, a quien nos referimos al
principio. Los tres pertenecen a un universo que define Luis González y
González, un famoso historiador no siempre bien reconocido: los
epirevolucionarios; es
decir, las elites de todo tipo, empresarios incluidos, lanzadas a la palestra
en plena juventud durante el movimiento armado. Están compuestas por
trescientos o cuatrocientos hombres –exacto el uso del género, pues ninguna
mujer participa- a quienes en 1933 el historiador ve decidirse a dejar atrás la
caótica obra de los padrecitos revolucionarios. La mayoría se pronuncia por una
modernidad cuya piedra de toque es el intervencionismo económico estatal. ¿Con
qué acento?: ¿liberal que favorezca a la clase política y los empresarios?,
¿popular, para redimir a las mayorías siquiera en términos básicos?,
¿socializante, de plano?
¿Y esas familias
campesinas y obreras que ya no son las mismas tras nuestro gran movimiento
armado y que soportando en sus peores consecuencias el crack estadounidense,
han recibido golpe tras golpe durante los gobiernos del Maximato? ¿Y las clases
medias radicalizadas que entrevimos?
Cuando Cárdenas emprenda
su campaña presidencial se refería a la “moraleja michoacana”, que señala como
el gran secreto para transformar al país? Habla de lo aprendido en su gobierno
de Michoacán, iniciado seis años antes.
Michoacán
Para entender a Cárdenas sigo a Fernando Benítez, quien lo estudió seria y afectuosamente, partiendo su vida en tres periodos bien definidos y previsibles. Y así tengo un problema mayor por resolver, ya que no hace cortes tajantes para la etapa inicial, del nacimiento a 1934. Habría querido encontrarme con un claro giro hacia 1928, cuando nuestro hombre toma el gobierno michoacano y por primera vez pone en práctica sus ideas sociales.
Para entender a Cárdenas sigo a Fernando Benítez, quien lo estudió seria y afectuosamente, partiendo su vida en tres periodos bien definidos y previsibles. Y así tengo un problema mayor por resolver, ya que no hace cortes tajantes para la etapa inicial, del nacimiento a 1934. Habría querido encontrarme con un claro giro hacia 1928, cuando nuestro hombre toma el gobierno michoacano y por primera vez pone en práctica sus ideas sociales.
Creía
intuir que el Tata atisbaba ya la posibilidad de volverse presidente, al morir
Obregón dejando abiertos los cauces a quienes se nuclean en torno a Calles. Y
que lo hacía con un más o menos claro proyecto sobre las grandes
transformaciones demandadas por el “radicalismo oficial”.
Benítez
me responde a medias: nuestro personaje se tiene como uno de los generales
“radicales”. ¿Y?, también lo son hombres muy poco avanzados y desconfiables: Amaro,
Saturnino Cedillo… ¿Más bien se vincularía a la corriente por su entrañable amistad
con Múgica y otras relaciones estrechas: Heriberto Jara, digamos, pareja de
aquél al dar forma al articulado social en el congreso constituyente del 17.
Quienes como yo arriban a
una época desconocida para ellos, especulan con tonterías y afortunadamente pueden orientarse por otros, según sus inclinaciones. Otros, aclaro, diversos entre sí
y especialistas en distintos temas. Benítez no me es útil para estos años y
hallo dos más, muy afortunados.
El primero, israelí,
alienta mi idea sobre un Cárdenas que repentinamente se cocería aparte.
Don Lázaro no llega al ejecutivo michoacano con
timideces y sabe por dónde comenzar: deshaciéndose de la basura caciquil. Dispone de una red personal formada a partir de
la misma revolución, dice una historiadora. La académica encuentra esbozos y no
más, y a cambio nos presenta la cargada de los dos partidos locales, en cuya
asamblea para fusionarse intervienen seiscientos delegados. La elevada cifra
resulta elocuente y presume la extensión de previsibles cacicazgos hasta el
último punto de la entidad.
Don Lázaro agradece el apoyo y, en un acto
particularmente significativo, no confía en ella, pues crea la Confederación
Revolucionaria Michoacana del Trabajo (CRMT). Tres son sus cumplidas
condiciones: la amplitud (de entrada, seiscientos delegados que representan a
treinta y siete mil trabajadores del campo y la ciudad); su estricto disciplinarse a la dirección y la “representación de clase”.
El Tata vela el buen
funcionamiento de ella, como presidente honorario, y pone el acento en atraerse
a líderes naturales, entre los cuales va la totalidad o parte de los compañeros
de Primo Tapia y “otros miembros” no precisados de la Liga Nacional en el estado.
Sobre esta base el organismo, que también tiene participación electoral adhiriéndose
al PNR, para 1935 contará con ciento cincuenta mil miembros y ¡cuatro mil
comités agrarios! que se agrupan en cooperativas.
Lo hace, vuelvo a subrayar, en una entidad muy rezagada en materia
agraria. Atendamos a la estupenda investigación del historiador extranjero: “Michoacán estaba ubicada en el décimo lugar
entre los estados mexicanos en la suma de solicitudes ejidales y creación de
nuevos ejidos, mientras que en población constituía el sexto estado.
“Este cuadro no era casual. La existencia de
una fuerte oligarquía agraria y clerical, poderosa y bien organizada en sus
propios marcos; una estructura económica latifundista-feudal que,
contrariamente a la mayoría de los estados de México, se fue fortaleciendo
justamente a partir del año 1910, aunque sólo en el aspecto demográfico; una
infraestructura muy limitada que impedía contacto y control significativos del
centro en Morelia con los distritos del sur del estado; un gobierno municipal
muy conservador; un gobierno federal también conservador que, tanto por razones
políticas como por falta de una clara definición ideológica, no apoyó las
reformas radicales y puso trabas a todo gobernador que procuró ponerlas en
marcha, todos éstos parecen haber sido los principales factores que frenaban la
penetración de la revolución en Michoacán. Como si éstos no fueran suficientes,
la rebelión cristiana [cristera] creó un desorden general en el estado. A causa
de la rebelión, la comunicación entre Morelia y la mayoría de los distritos
había empeorado, lo que dificultaba el accionar de un gobierno efectivo”.
Seamos acuciosos al señalar el cambio que
introduce Cárdenas, apoyado en esa Confederación Revolucionaria Michoacana del
Trabajo. Primo Tapia murió procurándolo. El general callista prospera. Hay una
enseñanza ahí, creo: ¿desde el poder, con su aprovechamiento contra el propio
poder, muchas cosas pueden hacerse? Con una condición. Durante la campaña presidencial de 1934, nuestro hombre se
refiere con frecuencia a la
"moraleja de Michoacán": "Se necesita que la clase trabajadora
organice sus filas. Estoy convencido, particularmente por mi experiencia como
gobernador (...), que no basta la buena intención del mandatario, ni una
legislación acertada, para llevar progreso al pueblo: es indispensable un factor
colectivo, que representan los trabajadores.”
Adelantemos
un concepto acuñado por Bartra: la
democracia de las armas. Este investigador advierte cómo la Revolución, los
levantamientos internos posteriores, el radicalismo agrario y aun el caciquismo
local, ponen en manos del pueblo armamento que se conserva cuanto es posible, para
sustentar sus reclamos.
Si
la moraleja no se refiere a ello expresamente, lo contiene y materializa cuando
es necesario. Cuánto precisa hacerlo siendo gobierno en su estado resulta una
duda para mí, pues a final de cuentas tiene esa democracia armada en las manos.
Volvamos
a 1928 para observar cómo ejecuta la primera parte del plan que concibió.
Pronto y en tanto jefe máximo golpea
duramente a las organizaciones populares, el michoacano hace todo lo contrario.
Antes
de asumir propiamente el cargo, se encuentra con universitarios que hacen un
acto en Morelia, reconociéndose aliados. Nadie parece haber seguido la pista a
lo que así queda como mera anécdota. ¿Por qué no me sorprende el llamado a una
Convención Nacional Estudiantil Pro-Cárdenas, reunida en aquella ciudad el 16
de julio de 1933, impulsando la precandidatura para presidente? ¿Cómo
participan en el gobierno local los jóvenes que lo bien reciben en 1928?
Para
otro clásico de la historiografía sobre estas épocas, el general inicia los
gobiernos locales radicales, decididos a transformar. "…por primera vez en
la historia política del México posrevolucionario aunque fuera a nivel local
-dice-, Cárdenas estaba convirtiendo al estado en un verdadero líder de masas,
procurando su organización y haciendo coincidentes sus intereses con los
intereses más generales del estado". Extrañamente olvida experiencias muy
tempranas y exitosas, en particular, veracruzanas.
Escuchemos
a una historiadora cuya visión es aguda y certera: “En los años veinte
surgieron varias organizaciones que sirvieron de pilares políticos a varios
gobiernos locales radicales. Ya en esas ocasiones el ejido fue considerado como
un fin en sí mismo, y no como forma transitoria, y las esperanzas de
mejoramiento social y económico de grupos campesinos importantes giraron a su
alrededor. Es más, la práctica de armar a campesinos como ´auxiliares´ del ejército en contra de infidentes y bandidos otorgó
poder a generales y políticos, a condición de comprometerse con programas y
líderes agraristas. Para sólo citar algunos de los experimentos socialistas más
notables de la tercera década del siglo, habría que mencionar la gubernatura de
Adalberto Tejeda (1920-1924) y la subsecuente de Heriberto Jara en Veracruz,
las cuales permitieron el florecimiento del Partido Comunista y fomentaron la
creación de sindicatos cuya combatividad y apoyo de las autoridades estatales
llegaron a poner en jaque la tranquilidad de comerciantes e industriales
locales e incluso nacionales. Además, la organización creada por Úrsulo Galván
agrupó a la mayor parte de esos auxiliares y a otros grupos en la liga agraria
estatal, creada en 1923 favoreciendo la entrega de armas a comunidades agrarias”.
Incluso
Portes Gil, primer presidente de la república durante el Maximato, “se ganó con
algo más que oratoria la fama de agrarista radical al frente del gobierno
tamaulipeco; en 1924 había creado el Partido Socialista Fronterizo, formado
básicamente con ligas agrarias, sindicatos obreros y sociedades cooperativas”.
La
historiadora subraya también lo que señalamos antes recordando a Primo Tapia: “La
ideología que él y sus seguidores sustentaran, las organizaciones populares que
fueran su sostén, los contingentes armados irregulares de que dispusieran y,
desde luego, sus metas tenían sus raíces en la compleja historia
posrevolucionaria de este estado”.
La Convención del PNR
en 1933
Constantemente
me muevo entre interpretaciones que de una u otra forma desprecian o subvaloran
al cardenismo, desde perspectivas conservadoras o marxistas.
Se
nos suele presentar, por ejemplo, la Convención de 1933 como un más o menos inesperado
golpe cardenista. Al celebrarse, nos aseguran, Calles tiene todo bajo control y
don Lázaro y su gente lo sorprenden.
Anguiano advierte que aquel
último gran caudillo revolucionario estuvo siempre lejos de ser hegemónico
durante el Maximato. Para confirmarlo, sigamos a Benítez, quien a la pasada rebaja
el papel conferido a don Plutarco ya desde 1920: durante su presidencia, entre 1924
y 1928, “administró el país con cierta libertad pero el que dominaba al
conflictivo grupo de los señores de la guerra (…) y una gran parte de la política”
era Obregón. Tras morir éste, el empeño callista de gobernar a tras mano, dice
nuestro historiador, encontró resistencia entre altas esferas de la misma familia
revolucionaria. Su proyecto de modernizar al país favoreciendo al empresariado
agrícola e industrializar, que espera concretar en la Convención, aglutina pronto
a ese vasto, muy diverso espectro radical. Se nos descubre así el camino de
Cárdenas a la candidatura.