Por un libro.
La represión al movimiento que entre 1958 y 1959 liderearon los ferrocarilleros y el asesinato en 1962 de Rubén Jaramillo, antiguo soldado zapatista cuyos derrotados impulsos organizativos le obligaron a declararse guerrillero, señalan el fin de las alianzas Estado-sectores populares creadas durante el cardenismo.
Hay tal intolerancia en nuestra dictadura perfecta, que a continuación golpea a las clases medias representadas por las y los médicos (1964-65), para rematar volviéndose contra el estudiando de 1968.
Se despeja así un camino que permitirá a indígenas y campesinos, asalariados y asalariadas, inquilinos y pueblo citadino en demanda de predios; a grupos armados rurales y urbanos, crear o recuperar sus utopías sin mediación alguna.
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Asegurándoles que encontrarán aquí un ensayo reglamentario sobre el movimiento obrero de los tiempos, permítanme empezar así, pues a veces apelaré a la crónica:
De
plúmbago, sin amenazas, las nubes casi al alcance de la mano corren rápidas en
el día que suda sobre el caserío, donde la sal de mar hace cuatro siglos
estampa su huella. Por la vía del tren, entre un millar de paisanos en
alharaca, dos costeñas maduras, firmes, desparpajadas, se regodean en los
gritos:
-¡Huevo de gallina, no de granja! ¡En Espinal hay hombres, no chingaderas!
-refiriéndose al hombre pequeñito, de voz aflautada que acaba de salir de
prisión y encabeza la marcha: Demetrio Vallejo.
Es el sábado 12 de mayo de 1972 y cuantos hay allí llevan un mucho acunadas y
otro mucho a cuestas dos o tres décadas de trabajos por Utopia, que no está en
el santoral ni tiene altares en la Iglesia de Salinas Cruz, cuya torre domina
la vista, ni en ninguna más del Istmo de Tehuantepec, del resto del estado de
Oaxaca o donde sea en el México de tercos rezos por ella apenas Hernán Cortés
terminó su obra. A comienzos de 1959 ese par de mujeres sin duda estaba entre quienes defendían
del ejército el local del sindicato ferrocarrilero, cabeza del gran esfuerzo de
trabajadores y trabajadoras por deshacerse del monstruoso aparato corporativo
construido para ellos.
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Una mañana de otoño de 2009, en Saltillo comparto un cuarto de hotel con
Alfredo Domínguez, un antiguo trabajador de la metalmecánica que lleva medio siglo
organizando luchas sindicales. Sin duda sabe cuánto lo respeto y mientras nos vestimos vuelvo a dar gracias por la
oportunidad de estar otra vez con él y su gente.
Le hablo del desbordado optimismo que vino el día anterior en la conmemoración
de treinta y cinco años de la ejemplar lucha de CINSA-CIFUNSA en esta ciudad, y
de las charlas con Nelly Herrera, con María, su hermana y la hermana de
Isaías.
-Almirante -le digo-, esas mujeres parecen cristianas primitivas. Ni su abuela
las detendrá jamás en la búsqueda de la utopía.
Él sonríe de esa especial, como misteriosa manera qué tiene y suelta una de sus
geniales frases:
-Llegará un día en que los cristianos se coman a los leones.
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El ascenso obrero que inició con marchas como esa a la cual me referí, prácticamente se agotará en 1982, a mi entender y debido a varios factores.
La década "perdida"
En una charla Luis Hernández Navarro prueba que los años a continuación del movimiento ferrocarrilero, magisterial, petrolero, etc., no son un páramo, como suele creerse.
De hecho nuestro compañero inicia con las huelgas en las normales rurales y el IPN (1954-1956) para seguir una pista corroborada después por médicos y estudiantes, según indiqué: los gobiernos priistas limitan cada vez mas sus alianzas con el pueblo organizado a quienes se le supeditan incondicionalmente; o sea, las centrales corporativas. Y así éstas, como señala Francisco Pérez Arce (El principio), viven su década dorada.
Detrás hay un nuevo, monumental proceso: la industrialización a marchas forzadas que inició en 1940 gracias a la Segunda Guerra Mundial y una política para substituir importaciones. Entre entonces y 1980 el balance demográfico campo-ciudad, de 75%-25%, se está invirtiendo por completo, mientra la población crece cuatro tantos -de 20 a 80 millones.
El cardenismo convirtió al Estado en nuestro mayor activo y rector económicos, expropiando, nacionalizando o racionalizado al petróleo, los ferrocarriles y la electricidad, y así en adelante se pudo levantar infraestructura hidraúldica, carretera, urbana, de salubridad, educación... Casi empujaron, entonces, el nacimiento de un empresariado "moderno" por primera vez numeroso, otorgándole créditos, excepciones o reducciones fiscales, tarifas arancelarias de preferencia y precios controlados a artículos agrícolas básicos para permitir que sus salarios fueran bajos y retributivos. Entrecomillo moderno pues, más o menos improvisado, solía emplear viejas y nuevas prácticas semi serviles o rapiñeras, sobre todo, aunque no solo, en pequeños y medianos establecimientos.
Así el campo tradicional financiaba el desarrollo con productos y trabajo abundante y a bajo costo y la actividad en la industria tendió a contratar a un asalariado que recién se urbanizaba, reduciendo el peso del proletariado histórico, concentrado en los grandes gremios nacionales.
Es este nuevo agente obrero a quien veremos emerger en los años 1970, tras el arranque clásico que correrá a cargo de electricistas y ferrocarrileros.
Para ilustrar esos años preparatorios atenderé a dos procesos que conozco bien: el del Frente Auténtico del Trabajo (FAT), una organización nacional, y el municipio de Ecatepec, cuya zona fabril empezaba a desarrollarse.
SIGUE