domingo, 22 de marzo de 2020

Conquista e invención


I
Durante siglos lo llamaron “descubrimiento de América”. Vaya obvia, tramposa frase. 
El nombre fue cración de quien compendió los primeros mapas sobre nuestras tierras: Martin Waldseemüller, nacido en
Wolfenweiler, Brisgovia, Alemania. Lo hizo


 El triunfador: Mercator

homenajeando al explorador genovés de apellido Vespucio, cuyos padres le pusieron Américo, apelativo con que castellanizaron uno de origen germano: Emerico. Sucedía la cosa en 1507, casi recién muerto Colón.
No hay nada extraño, como veremos, así que no nos sorprenda que muy pronto entre los propios alemanes e italianos se nombrara por primera vez y para siempre al "Nuevo Continente" conquistado por castellanos. Castellanos, sí, pues a ellos el papado dio monopolio de los mares a Occidente, mientras hacía otro tanto con Sur y Oriente, reservado a Portugal. La Corona de Aragón quedaba fuera y cuando llegó Carlos I de España y V de Alemania…






Esperen, vamos por partes, no se trata de confundirlos, lectoras y lectores.
Nuestro trabajo sostiene que Conquista es un término insuficiente para este tema. Primero, debido a la brutal destrucción cometida por los adelantados españoles en tierras “americanas”. Durante solo el primer siglo tras caer Tenochtitlan, la población descendió entre 75% y 95%, según diversos cálculos, y bastaron diez años para que allí mismo, en Yucatán, Oaxaca, Michoacán, etcétera, desapareciera todo vestigio de arquitectura indígena.
Históricamente las conquistas se producían para apropiarse territorios con cuantas riquezas humanas fuera posible –agriculturas, edificaciones y demás-, quitando el necesario destrozo de las batallas. ¿Por qué en América la predación resultó tan brutal?
Los conquistadores buscaron en este “cuarto continente” solo una cosa: metales y joyas preciosos. En su delirio, todo era Puerto Rico, Costa Rica, la villa Rica de la Veracruz, etcétera, así no encontraran oro, plata, gemas.
Ponemos un caso muy significativo. Al inicio aquella gente se concentró en la hoy República Dominicana, que forma parte de una gran isla antillana, como saben. Entonces les llegaron rumores de que hacia su costado había áureas
pepitas
a montones y Diego de Velázquez, a quien pronto volveremos a encontrar, organizó una expedición en pos de ellas.
Contra lo que nos han dicho, la población isleña no era ni magra ni primitiva y entre otras cosas vivía de cultivar peces en lugares construidos a propósito. Tras la aventura no quedó nada. Puede entenderse, pues, porque el ahora Haití está habitado casi exclusivamente por descendientes de los esclavos tomados en África Negra.
Si resultaría ¡todavía más cruenta! la colonización inglesa, francesa, holandesa, en Norteamérica, para nosotros el tema son los años mil quinientos.
Según Jacques Attali, un pensador contemporáneo nuestro vinculado a bancos centrales, esa historia debe celebrarse como ninguna otra:
"En tiempos muy antiguos exitió un gigante guerrero, triunfante, dominador. Un día, fatigado, se detuvo. Aturdido, torturado, fue dado por muerto, encadenado por mútiples amos (...) Entonces, el gigante fraguó su plan: recuperar sus fuerzas (...) y partir hacia la conquista del mundo (...) El gigante era Europa..."
Sobre la existencia de éste no hay duda. Llamarlo Europa y darle tal profundidad histórica es sobrepasarse. Con mucho más justicia procede Pierre Chaunu, paisano suyo, y al comparar curriculums entre ellos queda claro: solo en uno puede confiarse eticamente.
Chaunu pesa continentes, no los califica, como sin reconocerlo hace el otro. Y la cuestión reside sobre todo ahí, si seguimos la pista de La invención de América.
Ah, reinventar a capricho, grandísimo privilegio occidental que lleva cinco siglos acumulando las más arteras mentiras sobre nuestro "Nuevo Mundo" -¿o no, Colón, el del paraíso pedido descubierto en Venezuela, o Sahagún y sus presagios, o Volatire, Bufon, Hegel y un largo etcétera al declarar estas tierras por igual imberbes y corruptas, verdad, Antonello Gerbi?


Nuevamente nos adelantamos, perdón.           


II
El expandirse europeo por nuestro planeta, que inicia bien a bien con "América", se califica como "La mayor mutación jamás habida en el espacio humano", "no comparable siquiera con la exploración espacial" que iniciaron los años 1900, según Chaunu y un reputado historiador estadounidense.
El fenómeno está fuera de control y va a velocidad vertiginosa. Cuando Miguel de Montaigne, el padre del género literario que conocemos como ensayo, observa a sus hermanos europeos empleados en esa obra, escribe: "Nuestros ojos son más grandes que nuestros estómagos, y nuestra inquietud, mayor que nuestra capacidad de entender. Creermos asirlo todo y en las manos nos queda solo viento".
Hasta ahí los dos grandes océanos no habían sido retados sino episódicamente y sin efecto alguno. El mundo entero puede interconectarse por primera vez, venciendo al tiempo, incluso dentro del propio Viejo Continente, donde China, que inventó el papel, la pólvora, la imprenta y mil inteligentes productos más, atrae a todo gran comercio por el Camino de la Seda, en origen creado por ella misma.
Los cristianos latinos, como llaman a quienes ocupan el occidente y centro de Europa, buscaban sin fortuna controlar esa ruta y 
el Islam, extendido desde el Atlántico hasta las puertas mismas de aquella maravilla, tardaba meses en recorrer tan largo camino, mayoritariamente por tierra.
Por eso para Europa se hicieron famosos los manuscritos que hacia el año 1298 dictó Marco Polo, mercader veneciano, tras su delirante viaje hasta allí. Le tomó años, entre los más accidentados pasajes, y la cristiantad latina, católica, occidental, lo glorificará hasta nuestros días, aunque haya cubierto solo un tercio del kilometraje acumulado por otro viajero, éste célebre para los musulmanes: Ibn Battuta, nacido en Tánger, hoy Marruecos, sobre el Magreb, según nombran entonces al oeste africano.
Si nos permiten ustedes, seguiremos al magrebí durante su primer, pequeño tramo recorrido. Abandona aquélla ciudad erigida frente al brutal encuentro del Mediterráneo y el Atlántico, en donde creció, y días después alcanza lo que más tarde se nombrará como Argelia. Acompaña a una caravana de beduinos, pastores trashumantes cuyos haberes completan transladando personas en sus camellos. 
Cierto día descansan en una llanura cerca del mar, que en estos tiempos no cultiva la agricultura y parece eco del desierto del Sahara, muchos kilómetros a sus espaldas. Visten túnicas sencillas y hermosas y se cubren la cabeza y parte del rostro con telas de colores vivísimos: azules, anaranjados, rojos. Sus miradas guardan secretos que les dejan innumerables generaciones deambulando a veces sin encontrar a nadie en días o semanas.
De no ser noche, al fondo nuestros ojos distinguirían el filo del Mediterráneo, y el cielo tiene una claridad extraordinaria, gracias a la cual sus jornadas se orientan más por el mapa de estrellas que por el ciclo solar.
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Me detengo ahí para seguir explicando en una grabación, que ahora es el destino de este trabajo, dadas las circuntanscias. 
Colón toma por buenos cálculos covenientes, entre los varios a mano: entre 3.000 y 5.000 kilómetros, cuando la distancia real es de unos 19.000 
Tarda dos meses en cubrir el viaje entre las Canarios, donde se aproviona, y LA PRIMERA ISLA ANTILLANA, QUE EL ALMIRANTE REBAUTIZA. EL REBAUTIIZO SAN SALVADOR: LO QUE TIENE NOMBRE TIENE HISTORIA.
La velocidad es pasmosa, nunca antes vista el mundo. EXPLICAR EN RELACIÓN A BATTUTA: LO SEGUÍ PORQUE... BATTUTA TARDA SIETE MESES MESES EN LLEGAR A ALEJANDRÍA, CUBRIENDO 3,500 KILÓMETROS, CON EL USO DE LOS SEGUNDOS MÁS RÁPIDOS TRANSPORTES TERRAQUEOS: LOS DROMEDARIOS, CUYA VELOCIDAS ES SOLO SUPERABLE POR LOS BUENOS CABALLOS.
PASA ASÍ DE UN MUNDO A OTRO, Y ALEJANDRÍA, PARA ENCONCES EN PLENA DECADENCIA, LE PARECE UNS CIUDAD SOBERBIA.
HACE EL TRÁNSITO HABITUÁNDOSE POCO A POCO A LOS CAMBIOS DE LA NATURALEZA Y LA CULTURA. 
Una carabela podía recorrer de 100 a 130 kilómetros al día y, si el día era bueno, hasta 160, lo que para la Edad Media era una velocidad realmente impresionante, QUE PARA COLÓN SE ACELERA GRACIAS A UNA CORRIENTE FAVORABLE, QUE HARA MUCHO MÁS ASEQUIBLE LA IDA QUE LA VUELTA.
LOS VIAJES POR MAR ABIERTO, UNA TORTURA. PUEDE APRECIARSE TODAVÍA EN 1848, CUANDO LA GRAN HAMBRUNA PRECIPITA LA MIGRACIÓN CATÓLICA IRLANDESA HACIA EU, Y DESPUÉS, SEGÚN LOS ESCALOFRIANTES RELATOS DE CONRAD Y JACK LONDON. La comida ya se pudría y el olor que había en la nave obligaba a muchos a dormir a la intemperie (PORQUE ABAJO MERUDEA LA MUERTE, ENTRE AROMAS NAUSEABUNDOS, RATAS, ENFERMEDADES CONTAGIOSAS). MÁS O MENOS UN DIEZ POR CIENTO DE QUIENES SE LANZABAN A LA AVENTURA, NO LOGRABAN COMPLETARLA.   


       
HASTA AQUÍ POR AHORA
           


Hay buenos motivos para iniciar nuestro relato en la bahía de Santiago de Cuba una mañana de noviembre, 1517, pues Hernán Cortés reúne a quienes continuarán dos expediciones previas a lo que todavía no se intuye como golfo y menos aún lleva su futuro apellido: de México.
Podría empezarse también por una novela que se desarrolla cien años después: 
“Los desastres bursátiles se producen porque cada uno adopta una decisión equivocada, y la suma de todas ellas crea el pánico. Después el que no tiene nervios de acero se pregunta: ‘¿Quién ha urdido esta conspiración? ¿A quién beneficia?’ Y pobre del que no logre descubrir un enemigo que haya conspirado, porque se siente culpable”.
Para entonces va madurando un fenómeno presente cuando Cortés se prepara. No lo hace en la España de donde viene ese extremeño. Lo cobijan ciudades comercial y financieramente muy avanzadas. Entre ellas Augsburgo, una de las antiguas urbes alemanas. Allí vive Jacobo Fugger, quizá el hombre más rico de la historia, y los hermanos Welser, banqueros que tiene minas de plata y comercian con textiles holandeses, lana inglesa, productos orientales.
¿Cómo esa ciudad concentró tal riqueza y diversidad de intereses, en una cristiandad latina apenas dos siglos atrás entregada a las Cruzadas y que culturamente debía esperar por el Islam, quien le traía los conocimientos griegos y persas y suyos propios? Bueno, en parte gracias al arado de hierro que produjo una revolución agrícola para desmontar bosques maravillosos, permitiendo el extraordinario desarrollo del más valioso artículo humano: hombres y mujeres.
Los cruzados fueron sobre todo un agente económico y cultural y Bizancio, antes Imperio Romano Oriental, su principal objetivo. 
Alta y Baja Edad Media, tajante división que señala hacia el Mundo Moderno.
Roma da la exclusividad del ultramar occidental a Castilla. Aragón no juega el partido hasta que una hábil maniobra convierte a su nuevo rey, Carlos I, en heredero del imperio carolingio. Ya está: los castellanos conquistarán y banqueros alemanes, holandeses, florentinos, usufructuarán el pillaje.
En adelante no hay límite a lo que se puede invertir, idear, depredar, dibujar al antojo. Fugger y sus iguales son mecenas con generosísimas bolsas pues saben, positivamente saben, cuánto les servirá la cultura: el mil cuatrocientos italiano, Shakesperare, Cervantes, la polifonía alcanzando su cima...
Antes los grandes ingenios venían de China, India, Persia, el imperio otomano, que ahora se retrasan. A cambio Europa centro-occidental crea el reloj (1505), avanza sin parar hasta las primeras descripciones anatómicas precisas (1546), diseña el microscopio (1590). Aparecen Paracelso, Kepler, Galileo, y se fundan sociedades científicas y de exploración (vean está línea del tiempo: https://es.slideshare.net/borizito/el-renacimiento-y-los-avances-en-la-ciencia). 
Cómo no, si tienen recursos ultramarinos con los cuales no soñó ninguna sociedad previa. En realidad el gigante se llamaba
.
PD Conteporánea a Fugger es este lamina publicada precisamente en Ausburgo, como parte de un libro que compendia el conocimiento. 
Jacobo bien pudo ver allí sus autoretratos.






Vayamos entonces a un inicio distinto a los planeados: las columnas de Hércules o de Melkart, si quieren, en 1325. Más bien, a un centenar de kilómetros al oriente de ellas, pues nuestro guía, Ibn Battuta,

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Saltemos cuatro siglos para encontrar al costado norte del Mediterráneo a un hombre singular para su época. Se llama Miguel de Montaigne y está en el estudio donde huye de su especie, pareciera, al fondo de una rica casona. La ciudad se llama Burdeos y 
pertenece a la Aquitania francesa, en la frontera con la España vasca. Nada más sé de ella y es una pena pues la región tiene una riquísima, enigmática historia, como cualquiera, dirán ustedes, y supera la norma, según creo. Hay muchas cosas allí que servirían a nuestros intereses y debo pasar de largo. 
Montaigne crea un nuevo género literario: el ensayo. Así, Ensayos, se llama la obra que escribe cuando queremos dar con él. Uno de los trabajos que van allí contempla asombrado la expansión ultramarina europea, que en esta primera etapa se concentra en la no hace mucho conocida como América, que también llaman Indias Occidentales en memoria y continuación de los delirios de Cristobal Colón y quienes lo apadrinaron. Imaginación sin control, ésta, que nace con Marco Polo. 
Don Miguel, el francés, dice entonces unas líneas soberbias: “Nuestros ojos son más grandes que nuestros estómagos, y nuestra curiosidad mayor que nuestra capacidad de entender; creemos asirlo todo y apretamos sólo viento”.
Para él eso hacen sus congéneres en el cuarto continente que conquistan a una velocidad de vértigo. Y el vértigo, creo, es la explicación del fenómeno perseguido aquí desde la caravana berebere. Bueno, una de las explicaciones. La otra relaciona íntimamente las palabras de Montaigne con una frase de Carlos Marx: "Todo lo sólido se desvanece en el aire". 
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Tengamos cuidado, S, E y Corte de medianoche, para evitar el común pecado: perseguir una idea pasando por encima de tiempos y lugares irreductibles. 
Imposible imaginar el mundo en los ojos y en la cabeza de Ibn Battuta. La religión no se resume, a la manera en que lo hará después, a ceremonias con las cuales se cree comprar un lugar en el cielo, exorcizar las ideas de nuestros enemigos ciertos o inventados, o conseguir trabajo y amor. 
Todo, incluidos la ciencia y el pensamiento empírico, están traspasados por el supra y el inframundo, y la compañía del dios o dioses de cada cultura y las criaturas maravillosas acompañan a la gente las veinticuatro horas del día. Por lo demás, el universo se dibuja de extraños modos en la mente, de acuerdo a donde se nace.
Batutta emula a la larga corte de viajeros musulmanes que dejan registro de sus andanzas en el peregrinar a la ciudad santa, con frecuencia desviando momentáneamente la ruta.
No resisto la tentación de la ciudad cuyas murallas dejó días atrás: Tanger, puerto lindero de la fantasía. A literal tiro de piedra, la Andalucía todavía joya de la humanidad, por más que no sea ya la de un siglo antes. Y a sus pies el extraordinario espectáculo de ese Mare Nostrum precipitándose de golpe al océano, circundante mitad de la esfera hace buen rato certificada por los estudiosos, como su diario giro, sus polos, etcétera.
Misterio infinito el de esas aguas de monstruoso volumen y un exudar a tal punto denso que los rayos del sol no penetran en él, de acuerdo a un genio a punto de nacer no muy lejos de aquí: Ibn Jaldun.  
De acuerdo a este gran historiador, geógrafo, filósofo, Tánger ocupa la "primera fracción" del tercero de los siete climas de los cuales está compuesta la tierra habitada, que se agota trasponiendo el Ecuador por el calcinar de la vida a manos del sol -la existencia al sur de zonas templadas o frías sería factible, y por lo tanto, de vegetaciones, animales, seres humanos, si a los continentes no los cortara casi de inmediato el océano, África incluida. 

Después y con una estúpida soberbia reirán de estos conocimientos mientras los reciclan, según veremos. 
No sabemos cuánto la visión de Jabdun sobre el planeta circula por la cabeza de Battúta al iniciar el largo paseo. Se despide de los padres de noble cuna y ocupa el puesto privilegiado en una de las caravanas que aprovechan el primer tramo de la ruta comercial a China.
Los pastores del campo trashumante que completan sus haberes con el pago en especie o moneda por la guía y protección a los mercaderes y peregrinos, en su movilidad acortan las distancias de las tierras a las que acaba de echarse nuestro viajero, de otra forma insoportablemente lentas y trabajosas.
El diario no registra mayor cosa de esas superficies semiáridas a lo largo del norte africano. Los motivos podrían entenderse considerando que Battúta escribe al fin de la experiencia, con un sinnúmero de estampas a la espalda sobre lugares asombrosos de suyo y en particular para él y ese occidente del Islam al cual pertenece -dejen para después lo que no entiendan, nietos y Corte.
¿Influye también la monotonía aparente? La exuberancia vegetal es una obsesión para los herederos de los pueblos árabes y bereberes. Pero a sus ojos los países desérticos o de trashumancia tienen una extraordinaria dignidad histórica y religiosa.  
Los guardias-pastores de seguro intuyen que ante los citadinos la naturaleza de estos llanos y montañas enmudece. De tal modo nuestro viajero parece condenado a caminar sobre la nada y no lo hace del todo gracias al tiempo, aquí perezoso, que permite a los sentidos apropiarse de formas, colores, texturas, sonidos, perfumes. Poco a poco distingue peculiaridades en comarcas a primera vista iguales. 
Sin saberlo o confesarlo al menos, constata las divisiones de las cuales hablará Jaldún. Aprende también costumbres de sus guías y vigilantes y algo intuye del mundo dentro de ellos. Y con una y otra cosa se habitúa a los pequeños cambios, preparándose para los de mayores dimensiones. Aun así, no pocas veces adelante será presa de un asombro que enfebrece la mente y le da material con qué fantasear en el diario.
Supongamos ahora, Ohsis, que el viajero corre la aventura sobre una nave por el Mediterráneo. Desde luego, lo que mal o bien percibe en la caravana simplemente no existiría y en consecuencia no habría mediación entre Tánger y Alejandría, digamos, el puerto con el cual comienza el encanto del diario. Sin tránsito pasaría de una ciudad donde el esplendor del Islam occidental cubre el sólido sedimento fenicio, a un adelanto del Medio Oriente puro. 
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¿Damos un brinco mucha más descomunal de lo que puede calcularse, para hallarnos tres siglos después que nuestro viajero, al borde de un río cuyo nombre se perderá para la historia, conocido después como Savannah, en la costa sureste de Norteamérica? Una pila de aventureros españoles cree descubrir allí a una reina de cuento, por el séquito que la lleva en andas, y no duda un segundo. Basta el collar de perlas entregado por ella al capitán en señal de cortesía, para que a punta de mosquetes, espadas y puñales se le ordene llevarlos a la aldea, donde tras expurgar el último rincón la rabia no se detiene ante nada, ya que no hay allí ni una perla más ni huella de las piedras preciosas que el delirio despertó.
Los tipos siguen un comportamiento nacido apenas Colón encontró lo que llaman Antillas por derivación del nombre dado a una mítica isla cuya imprecisa imagen rebota en la mentalidad mediterránea desde la antigüedad y una vez residencia de las áureas Siete Ciudades de Cíbola
Sintomáticamente los asesinos del
Savannah buscan esas Siete, con la misma febril locura que sus primeros antecesores en el Nuevo Mundo. Cuanto éstos hallaban estaba tocado por un delirio fantástico que junto a sirenas como las certificadas por el propio Almirante, manifestaciones de San Miguel Arcángel en aliento suyo, y cosas así, creían ver oro y joyas a granel. Por eso bautizaron las tierras a su paso como Puerto Rico, Costa Rica, Villarica, etcétera, según comprobaremos más tarde, si tenemos tiempo, claro. 
En la segunda década de la ocupación antillana, otro puñado de conquistadores abandona Santo Domingo tras rumores de abundatísimos depósitos de oro al occidente. Según algunos estudiosos, la región, a la manera de las islas antillanas en su conjunto, es rica en seres humanos. 
Ni rastro queda de ellos tras la furia que produce asesinatos masivos. Esa mitad de la isla queda desierta en un santiamén y se repoblará más tarde con esclavos que la negritud entrega a los costos quizás más altos en la historia.  
¿Qué clase de sarcástica, dolorosa mueca se dibujaría en el rostro de Montaigne si asistiera a los eventos? Solo viento en las manos que aprietan hasta el ahogo.
HASTA AQUÍ, OSCAR, Y EN BORRADOR QUE POR LO TANTO NECESITA LIMPIARSE ORDENANSE.


Cada pequeño aspecto que tocamos, nietos y Corte, es extraordinariamente rico en actos, símbolos, pasado a sus espaldas. 
Las mitológica isla llegó a mis oídos buscando los orígenes del pueblo tradicional irlandés, al cual pertenece Brian O´Donnell. Lo hizo gracias al fantástico viaje de San Bandrán, un monje que encontraría así el paraíso perdido, como parte del gran suceso fundacional en el ser a quien Brian y los suyos representan.  
Recordé entonces una playa semioculta que conocí en tierras de mi abuelo. San Balandrán se llama y haciendo referencia al religioso aquél parece referirse más bien a otra legendaria aventura, derivación de la primera, emprendida por obispos ibéricos cristianos que huyendo del Islam contemporáneo a Battuta y Jaldún,en una isla atlántica fundan Cíbola. 
De seguir la pista a estos relatos orales o escritos, iríamos por aquí y allá en la Antigüedad del Viejo Mundo, topando a Simbad, entre otros muchos. 
Riquísima herencia, pues, que para la conquista de América tiene ya un sólo, voraz sentido, inconcebible, por lo demás.