martes, 10 de marzo de 2020

“Utopía mexicana”, movimiento popular y coyuntura mundial


Adolfo Gilly inicia su trabajo ya clásico sobre nuestro tema, citando los Apuntes escritos por Cárdenas el 9 de marzo de 1938. Éste estuvo en el ingenio de Zacatepec, que por requerimiento de Rubén Jaramillo, ex oficial zapatista, se inauguró hace poco para entregar a campesinos morelenses, administrado por el propio solicitante.
Regresando a la ciudad de México don Lázaro se detiene y charla con Francisco J. Múgica, su mejor y más antiguo amigo. “… le hice conocer mi decisión de decretar la expropiación de los bienes de las compañías petroleras si éstas se negaban a reconocer el fallo de la Suprema Corte de Justicia”(SCJ), anota el general en ese diario que lleva desde la adolescencia.
Gilly escoge la escena por buenas razones y nuestro modesto trabajo debe tener cuidado con ella, pues nos presenta a un Cárdenas redentor, que obra con el único, más bien pasivo apoyo de Mújica. Siguiendo esa línea veríamos cuatro años atrás al Tata aparecer como mágicamente, para salvar a México del callismo, convertido así a su vez en tendencia homogénea y con claros propósitos, que domina por completo el panorama nacional.
Estaríamos, pues, ante el bien y el mal con aires bíblicos, y alrededor coros griegos que representan a un pueblo observador, esperando las decisiones de su líder. Transportada a etapas anteriores y posteriores, esa perspectiva nos plantea preguntas espinosas sobre el propio don Lázaro. ¿Por qué guardó silencio mientras la familia revolucionaria controlaba despóticamente al país y se enriquecía a manos llenas? ¿Cómo no acusarlo de entreguismo al permitir que Maximino Ávila Camacho, Miguel Alemán y otros impongan a su sucesor para dar un terrible giro al proyecto? ¿No se volvió así en el facilitador de la dictadura priista, nacida poco después?
Más adelante Gilly agrega una carta de nuestro personaje, sobre el manifiesto necesario para acompañar la expropiación: "que los industriales establecidos en el país sepan que el actual gobierno desea seguir contando con la cooperación del capital privado así sea nacional o extranjero”. Y remata el historiador: “La decisión, trabajada durante años en las cabezas de los gobernantes de ese México de entonces, había madurado a lo largo del conflicto de las empresas petroleras”.
Nuevamente, sin contexto, podemos tener una idea equivocada sobre el cardenismo todo, que parecerá contradecir la imagen de un sexenio sin par, oasis entre el desierto representado por caudillos militares y civiles a quienes campesinos y obreros no les preocupan en absoluto.
El general presidente michoacano, confieso, era un hombre sin mayor chiste a mis ojos, pues lo comparaba con la pléyade de grandes luchadores sociales surgido en torno a nuestra Revolución.
Contemplándolo durante su administración presidencial me parece alcanzar altos vuelos, por lo advertido: el estrecho nexo que tuvo con masas populares y clases medias radicalizadas y el dejarse llevar más allá de lo previsto. El propio Gilly subraya esta última característica y busca el preciso momento en que don Lázaro decide expropiar: diez días antes de hacer la declaración pública.
Tal rasgo aparece con frecuencia durante el sexenio, en Cárdenas y en otros protagonistas del régimen, cuyos hechos consumados si suele validarlos formalmente la presidencia, a veces pasan inadvertidos para ella. Nos encontramos, pues, con un proceso en que los actos revolucionarios de diverso grado son naturales. Solo así, vale pensar, puede desbordarse a la clase política y militar que domina hace tres décadas y se vuelve una enemiga más bien silenciosa y no del todo solapada, pues los cardenistas advierten su peligro.
Para el historiador mexico-argentino la expropiación es el momento decisivo no solo por sus profundas consecuencias sobre la soberanía nacional, y al seguir con minucioso detalle los hechos señala otras grandes cuestiones.
Recordemos que las fricciones inician en 1936, cuando los sindicatos de empresa petroleros constituidos en uno nacional (STPRM), emplazan a huelga para obtener un contrato colectivo de trabajo. Las compañías no hacen caso y estallan en paro de veinticuatro horas, decidiendo a don Lázaro a intervenir conciliadoramente.
Un año después vuelve la demanda sindical y los empresarios se burlan, concediendo apenas en reclamos menores. El STPRM forma parte de la CTM recién creada, que entre cosas recoge una más o menos vieja inquietud: cumplimiento de lo establecido por el artículo 27 constitucional para rescatar nuestros recursos naturales. El seis de enero siguiente, la dirección cetemista impulsa la huelga y el Tata interviene para disuadirla.
Tras aquella súbita charla del presidente había, pues, dos años de una presión gremial en la cual estaba contenido, sin explicitar, el propósito expropiatorio, y mucho más. Si cuando ordena redactar el manifiesto a la nación, sin duda tiene en mente a todas las clases sociales, a nuestro bajo pueblo, de diversas formas involucrado en su proyecto, por fuerza lo convoca a manifestarse con tanta beligerancia como se requiera.
Las conocidas imágenes de mujeres humildes entregando sus ahorros son tristes representaciones melodramáticas. Quizá algunas fueron por súbito impulso. El resto debieron estar vinculadas a instancias populares beneficiarias ya o en potencia de los avances agrarios y obreros, o las animaron miles de cuadros que operaban para el régimen.
De hecho, para el cardenismo ese artículo 27 empezó a materializarse dos años atrás y como parte nodal del régimen, con lo que una estupenda historiadora* llama “una de las más profundas transformaciones que sufriera la sociedad mexicana desde fines del siglo XVII”: el reparto agrario.
Entre los demás grandes efectos que, creo, Cárdenas considera con la expropiación, está el nuevo espacio internacional adquirido por México. Su régimen y no solo su gobierno, desde 1936 son los dos únicos apoyos a los republicanos españoles durante la Guerra Civil. Avala así una causa que mundialmente se reconoce como cruzada contra el fascismo. Coincide entonces con la Unión Soviética, a quien da trato privilegiado a través de los mejores diplomáticos cardenistas.
Para ese momento el Tata tiene claro: en términos planetarios la sociedad oscila entre dos tendencias: lo individual y lo societario, y él y cuantos tiene cerca se afilan a esa última. Entre los muchos ejemplos que pueden citarse, escojo la declaración hecha por el Dr. Ignacio Chávez, padre de la cardiología mexicana y director de nuestro gran hospital, el General: sin medicina social no hay medicina.
De hecho este fenómeno ha influido poderosamente desde que en 1917 triunfó la revolución bolchevique. El impacto producido por ésta es profundo. Se aprecia, ya vimos, por los avances del marxismo entre nuestra intelectualidad vinculada en diversas formas al régimen oficial. Lo hace más aún con sus grandes artistas, pertenecientes al Partido Comunista.
Hay también una estrecha relación con la República Española desde sus inicios. Y si bien ésta no es un proyecto de revolución, resulta inconcebible sin la poderosa influencia que tienen los anarcosindosincidalistas y el socialismo obrero, y pronto se convierte en un escenario privilegiado de la confrontación con el fascismo internacional.
La educación socialista concebida en varias etapas del maximato, está nutrida también por el extraordinario impulso transformador que representa la pedagogía de Francisco Ferrer Guardia, cuyo primer vehículo fue una figura política republicana instalada en México.               
En cualquier caso, ¿cuándo acaba en términos reales la Revolución, nos dejan pensado los razonamientos de Gilly? ¿Al finalizar el movimiento armado o durante estos momentos, que concretan el articulado social y nacionalista establecido por la Constitución? Para él está claro, porque ve al cardenismo como realización de la “utopía mexicana” y así del proceso suspendido por la “revolución interrumpida”.
Por supuesto, no me atreveré a discutir con quien desde nuestra izquierda más ahondó en esos seis años. Queda solo en suspendo la esperanzada duda cuya huella sigo: ese desborde producto de los singularísimos tiempos mundiales, actuando incluso en el gran momento por donde Gilly inicia.

Por supuesto, no me atreveré a discutir con quien desde nuestra izquierda más ahondó en esos seis años. Queda solo en suspendo la esperanzada duda cuya huella sigo: ese desborde producto de los singularísimos tiempos mundiales, actuando incluso en el gran momento por donde Gilly inicia.
Don Adolfo documenta cuán prudente fueron Roosevelt y su embajador entre nosotros, respecto a los actos previos a la expropiación petrolera. Y eso pareciera únicamente posible gracias a la coyuntura internacional que amenaza liquidar a las democracias capitalistas y conduciendo al New Deal debe confrontarse con el movimiento obrero estadounidense.
Los cardenistas apoyan con armas al gobierno legítimo español y nadie sino la Unión Soviética hace otro tanto. México salta así al pódium planetario como nunca antes ni después. Y al frente de la demanda por esta solidaridad se halla nuestra gran central obrera, cuya fuerza no puede compararse con cualquier otro esfuerzo previo de los y las asalariadas nacionales.