Adolfo Gilly inicia su trabajo ya
clásico sobre nuestro tema, citando los Apuntes escritos por Cárdenas el
9 de marzo de 1938. Éste estuvo en el ingenio de Zacatepec, que por
requerimiento de Rubén Jaramillo, ex oficial zapatista, se inauguró hace poco
para entregar a campesinos morelenses, administrado por el propio solicitante.
Regresando a la ciudad de México
don Lázaro se detiene y charla con Francisco J. Múgica, su mejor y más antiguo
amigo. “… le hice conocer mi decisión de decretar la expropiación de los bienes
de las compañías petroleras si éstas se negaban a reconocer el fallo de la
Suprema Corte de Justicia”(SCJ), anota el general en ese diario que lleva desde
la adolescencia.
Gilly escoge la escena por buenas
razones y nuestro modesto trabajo debe tener cuidado con ella, pues nos
presenta a un Cárdenas redentor, que obra con el único, más bien pasivo apoyo
de Mújica. Siguiendo esa línea veríamos cuatro años atrás al Tata aparecer como
mágicamente, para salvar a México del callismo, convertido así a su vez en
tendencia homogénea y con claros propósitos, que domina por completo el
panorama nacional.
Estaríamos, pues, ante el bien y
el mal con aires bíblicos, y alrededor coros griegos que representan a un
pueblo observador, esperando las decisiones de su líder. Transportada a etapas
anteriores y posteriores, esa perspectiva nos plantea preguntas espinosas sobre
el propio don Lázaro. ¿Por qué guardó silencio mientras la familia
revolucionaria controlaba despóticamente al país y se enriquecía a manos
llenas? ¿Cómo no acusarlo de entreguismo al permitir que Maximino Ávila
Camacho, Miguel Alemán y otros impongan a su sucesor para dar un terrible giro
al proyecto? ¿No se volvió así en el facilitador de la dictadura priista,
nacida poco después?
Más adelante Gilly agrega una
carta de nuestro personaje, sobre el manifiesto necesario para acompañar la
expropiación: "que los industriales establecidos en el país sepan que el
actual gobierno desea seguir contando con la cooperación del capital privado
así sea nacional o extranjero”. Y remata el historiador: “La decisión,
trabajada durante años en las cabezas de los gobernantes de ese México de
entonces, había madurado a lo largo del conflicto de las empresas petroleras”.
Nuevamente, sin contexto, podemos
tener una idea equivocada sobre el cardenismo todo, que parecerá contradecir la
imagen de un sexenio sin par, oasis entre el desierto representado por
caudillos militares y civiles a quienes campesinos y obreros no les preocupan
en absoluto.
El general presidente michoacano,
confieso, era un hombre sin mayor chiste a mis ojos, pues lo comparaba con la
pléyade de grandes luchadores sociales surgido en torno a nuestra Revolución.
Contemplándolo durante su
administración presidencial me parece alcanzar altos vuelos, por lo advertido:
el estrecho nexo que tuvo con masas populares y clases medias radicalizadas y
el dejarse llevar más allá de lo previsto. El propio Gilly subraya esta última
característica y busca el preciso momento en que don Lázaro decide expropiar:
diez días antes de hacer la declaración pública.
Tal rasgo aparece con frecuencia
durante el sexenio, en Cárdenas y en otros protagonistas del régimen, cuyos
hechos consumados si suele validarlos formalmente la presidencia, a veces pasan
inadvertidos para ella. Nos encontramos, pues, con un proceso en que los actos
revolucionarios de diverso grado son naturales. Solo así, vale pensar, puede
desbordarse a la clase política y militar que domina hace tres décadas y se
vuelve una enemiga más bien silenciosa y no del todo solapada, pues los
cardenistas advierten su peligro.
Para el historiador
mexico-argentino la expropiación es el momento decisivo no solo por sus
profundas consecuencias sobre la soberanía nacional, y al seguir con minucioso
detalle los hechos señala otras grandes cuestiones.
Recordemos que las fricciones
inician en 1936, cuando los sindicatos de empresa petroleros constituidos en
uno nacional (STPRM), emplazan a huelga para obtener un contrato colectivo de
trabajo. Las compañías no hacen caso y estallan en paro de veinticuatro horas,
decidiendo a don Lázaro a intervenir conciliadoramente.
Un año después vuelve la demanda
sindical y los empresarios se burlan, concediendo apenas en reclamos menores.
El STPRM forma parte de la CTM recién creada, que entre cosas recoge una más o
menos vieja inquietud: cumplimiento de lo establecido por el artículo 27
constitucional para rescatar nuestros recursos naturales. El seis de enero
siguiente, la dirección cetemista impulsa la huelga y el Tata interviene para
disuadirla.
Tras aquella súbita charla del
presidente había, pues, dos años de una presión gremial en la cual estaba
contenido, sin explicitar, el propósito expropiatorio, y mucho más. Si cuando
ordena redactar el manifiesto a la nación, sin duda tiene en mente a todas las
clases sociales, a nuestro bajo pueblo, de diversas formas involucrado en su
proyecto, por fuerza lo convoca a manifestarse con tanta beligerancia como se
requiera.
Las conocidas imágenes de mujeres
humildes entregando sus ahorros son tristes representaciones melodramáticas.
Quizá algunas fueron por súbito impulso. El resto debieron estar vinculadas a
instancias populares beneficiarias ya o en potencia de los avances agrarios y
obreros, o las animaron miles de cuadros que operaban para el régimen.
De hecho, para el cardenismo ese
artículo 27 empezó a materializarse dos años atrás y como parte nodal del
régimen, con lo que una estupenda historiadora* llama “una de las más profundas
transformaciones que sufriera la sociedad mexicana desde fines del siglo XVII”:
el reparto agrario.
Entre los demás grandes efectos
que, creo, Cárdenas considera con la expropiación, está el nuevo espacio
internacional adquirido por México. Su régimen y no solo su gobierno, desde
1936 son los dos únicos apoyos a los republicanos españoles durante la Guerra
Civil. Avala así una causa que mundialmente se reconoce como cruzada contra el
fascismo. Coincide entonces con la Unión Soviética, a quien da trato
privilegiado a través de los mejores diplomáticos cardenistas.
Para ese momento el Tata tiene
claro: en términos planetarios la sociedad oscila entre dos tendencias: lo
individual y lo societario, y él y cuantos tiene cerca se afilan a esa última.
Entre los muchos ejemplos que pueden citarse, escojo la declaración hecha por
el Dr. Ignacio Chávez, padre de la cardiología mexicana y director de nuestro
gran hospital, el General: sin medicina social no hay medicina.
De hecho este fenómeno ha
influido poderosamente desde que en 1917 triunfó la revolución bolchevique. El
impacto producido por ésta es profundo. Se aprecia, ya vimos, por los avances
del marxismo entre nuestra intelectualidad vinculada en diversas formas al
régimen oficial. Lo hace más aún con sus grandes artistas, pertenecientes al
Partido Comunista.
Hay también una estrecha relación
con la República Española desde sus inicios. Y si bien ésta no es un proyecto
de revolución, resulta inconcebible sin la poderosa influencia que tienen los
anarcosindosincidalistas y el socialismo obrero, y pronto se convierte en un
escenario privilegiado de la confrontación con el fascismo internacional.
La educación socialista concebida
en varias etapas del maximato, está nutrida también por el extraordinario
impulso transformador que representa la pedagogía de Francisco Ferrer Guardia,
cuyo primer vehículo fue una figura política republicana instalada en México.
En cualquier caso, ¿cuándo acaba
en términos reales la Revolución, nos dejan pensado los razonamientos de Gilly?
¿Al finalizar el movimiento armado o durante estos momentos, que concretan el
articulado social y nacionalista establecido por la Constitución? Para él está
claro, porque ve al cardenismo como realización de la “utopía mexicana” y así del
proceso suspendido por la “revolución interrumpida”.
Por supuesto, no me atreveré a
discutir con quien desde nuestra izquierda más ahondó en esos seis años. Queda
solo en suspendo la esperanzada duda cuya huella sigo: ese desborde producto de
los singularísimos tiempos mundiales, actuando incluso en el gran momento por
donde Gilly inicia.
Por
supuesto, no me atreveré a discutir con quien desde nuestra izquierda más
ahondó en esos seis años. Queda solo en suspendo la esperanzada duda cuya
huella sigo: ese desborde producto de los singularísimos tiempos mundiales,
actuando incluso en el gran momento por donde Gilly inicia.
Don Adolfo
documenta cuán prudente fueron Roosevelt y su embajador entre nosotros,
respecto a los actos previos a la expropiación petrolera. Y eso pareciera
únicamente posible gracias a la coyuntura internacional que amenaza liquidar a las
democracias capitalistas y conduciendo al New Deal debe confrontarse con el
movimiento obrero estadounidense.
Los cardenistas apoyan con armas al gobierno legítimo
español y nadie sino la Unión Soviética hace otro tanto. México salta así al pódium
planetario como nunca antes ni después. Y al frente de la demanda por esta
solidaridad se halla nuestra gran central obrera, cuya fuerza no puede compararse
con cualquier otro esfuerzo previo de los y las asalariadas nacionales.