lunes, 6 de enero de 2020

Por una posible historia de estas tierras

Un hombre a quien injustamente se rendirá pleitesía organiza las fiestas por el centenario de la Independencia y convoca a un concurso poético. El estribillo de la obra que se premia canta a la “Suave patria” y será desnudado veinte años luego por otro vate: “México, creo en ti,/ Porque si no creyera(…)/ México, creo en ti,/ Como en el vértice de un juramento (…)/ Porque creyendo te me vuelves ansia…” 
México, nación, patria, tras la cual ocultar los países detrás suyo, amenazantes sombras. Necesidad semi irrealizada todavía en 1954, cuando se lanza la mayor campaña alfabetizadora de nuestra historia, que incluye un asombroso apéndice vocabulario para los instructores, pues van allí palabras desconocidas o empleadas con sentido propio en muchas regiones: pacto, cima, duelo (en tanto sinónimo de pelea), resto, potente, derrota, reto, coleta, calca, caspa, casco (como botella de refresco), cacto, tapete, metate, azteca -ni más ni menos, para nuestra ignorante sorpresa.
En 1959 el primer libro de texto gratuito no sabe cómo resolver su portada, donde debe plasmarse al país. ¿Cuál entre la infinidad de paisajes nos representa y qué maternal figura la presidirá: morena clara, cobriza, costeña, vestida con rebozo, según decidió aquél mismo concurso reinventado a la china poblana, entre cien tradiciones distintas?
Porque para quienes triunfan en el movimiento armado hay un primer, monumental reto: construir bien a bien nuestro Estado nacional, extendiendo también la noción de patria entre étnias y regiones que tienen otras, propias, aunque muchas han protagonizado el gran, reciente suceso.
Adelantaré que, según creo, no será hasta los años treinta, primero, y setenta, luego, cuando los sectores populares en auge, luchando, establecerán lazos para reconocerse como un todo, aunque desantendiéndose de la cuestión indígena, que no aparecerá tal cual sino hasta 1994.
Aquella china poblana del festejo 1921 es una pieza maestra en el proceso. Como ella visten a Ana Pavlova, eximísima baletista rusa que anda por aquí y desfilando por las calles representa al Suave México con su millón me muertos a cuestas -ni rumores al respecto parece haber escuchado López Velarde, cuya vida transcurre en una dulce plaza proviciana.
¿Se homenajéa a los campos, apabullantemente mayoritarios y todavía revueltos? ¿Sabe José Vasconcelos, organizador del evento, que esa china corresponde a las mujeres populares citadinas, dicharacheras y atreviada? Lo de poblana es un exceso, pues sin clara explicación así se llamó a cierta singular figura. Y, bueno, si nativa de la urbe conservadora, subsimir en ella a mayas, huaves, poponacas, chihuahuenses, mulatas, too much, ¿no?
Radio y cine completaron después esa simplona obra simbólica con el charro y la música ranchera, deformando tradiciones locales. Así lograron imaginariamente lo que a Obregón y Calles no les fue dable en la realidad y el país se pobló de prósperos propietarios rurales, aunque fueran jaliciencises, tan machos como los patroncitos revolucionarios, y al viejo mariachi, también ocidental, le nacieron trompetas por montón para competir con irresistibles orquestas estadounidenses y cubanas.      
        
SIGUE Y SIGUE Y SIGUE JJJ