INICIO DEL BORRADOR BORRADORSÍSIMO, JEJE.
En este trabajo debo seguir puntillosamente las palabras de Manuel Gamio: “Lo más importante es elegir en el mundo de lo historiable lo que nos conviene para determinado fin, e historiarlo sensatamente”.
Debo hacerlo pues la investigación es introductoria y revisa los seis años en que Lázaro Cárdenas presidió el país, tanteando una tesis: el sexenio desbordó el proyecto original y tal vez se acercó a una utopía mayor que el cumplimiento de los artículos sociales establecidos por la Constitución de 1917.
I
Cuando en la primera mitad de 1933 se preparan las candidaturas para una nueva presidencia de la República, México es una suma de utopías derrotadas: del proyecto magonista al anarcosindicalismo y las ligas agrarias influenciadas por la revolución rusa, de los años veinte, pasando por el Plan de Ayala, el villismo y el socialismo yucateco de Carrillo Puerto. Queda en pie sólo la que a su manera representa el articulado social del constituyente de 1917, sin materializar excepto en términos muy pobres, amenazando convertirse en palabra muerta o sustento de un régimen corporativo para beneficio de la corte caciquil que forma la familia revolucionaria y de los grandes propietarios, empresarios industriales, comerciantes y financieros del país y del extranjero.
Para ello y sobre una base creada por las leyes que emitió Venustiano Carranza, por los gobiernos de Álvaro Obregón y él mismo, el último caudillo vivo de la lucha armada, el sonorense Plutarco Elías Calles, en cuatro años ha dado sólidos pasos. Primero creó el Partido Nacional Revolucionario (PNR), como un mecanismo que centralice el poder disperso en multitud de aparatos partidarios estatales. Luego y copiando parcialmente a la Italia de Mussolini, promulgó legislaciones agrarias y laborales que supediten la inquietud popular a las necesidades del Estado, y hoy elabora un programa por el cual los periodos gubernamentales pasan de cuatro a seis años y que en el próximo seguirán una serie de líneas precisas en materia económica, educativa, de institucionalización del ejército, reparto de la tierra, etcétera: el Plan Sexenal.
Frente a él, el sindicalismo y el agrarismo independientes o de base, incluido el que genuinamente se expresó en la Guerra Cristera, y el radical del propio régimen, que han sufrido golpes muy duros. Pero no están muertos y en cierta forma y niveles muy diversos perpetúan los sueños expresados en las grandes utopías que debieron rendirse.
Con eso tiene que habérselas Cárdenas, cuando en el marzo de 1933 en el cual nos situamos, es un hecho su candidatura a la presidencia por el PNR. El camino no fue fácil, inició con el gobierno de Michoacán y en los meses recientes tuvo que deshacerse de otro par de precandidatos. A los ojos de muchos, los tres garantizan el proyecto callista, sin darse cuenta de lo que otros comprenden cabalmente: don Lázaro tiene una antigua vocación por pasar a la historia, posee las dotes de un estadista y un ideario que sabe cuál es el único camino para concentrarse: la sólida, activa participación de las mayorías, a través de organizaciones bien estructuradas y con las armas en la mano.
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Uno de los antiguos maderistas con preocupaciones sociales, al rechazar la oferta que un partido de oposición le hace para ser su candidato en las elecciones de 1934, hace el siguiente dibujo del país:
“…lo que está pasando en toda la república es tan serio y pavoroso, que causa vergüenza distraerse en discusiones bizantinas o en pirotecnias clubescas electorales.
“Una terrible epidemia de codicia, de concupiscencia, de ambición, de inmoralidad y de cieno inunda a nuestro pueblos (…) Y esa epidemia no se cura con artículos de periódicos, ni con convenciones democráticas, ni con elecciones…
“Lo que se necesita para salvar a este país no es una Constitución con su capítulo de libertades teóricas (…) Hay que ir directamente a la redención económica e intelectual de las clases desvalidas, invitándolas a la acción directa…”
Todo parece preparado para que Plutarco Elías, el único gran caudillo vivo del constitucionalismo triunfante tras la Revolución, imponga un proyecto por el cual los propietarios privados agrícolas, el empresariado industrial, comercial y financiero y una pléyade de caciques político-militares de nivel regional, establezcan al fin las bases de un régimen que modernice a México en su favor. Que lo hagan, lo intenten o lo presuman al menos, pues el atraso del país es gigantesco y una buena parte de ellos representa el terco pasado, de ambiciones personales sin interés por la situación nacional.
La mayoría del país se riega por ochenta mil poblaciones, el ochenta por ciento de ellas con menos de mil almas, y la mitad, por debajo de las doscientas cincuenta. Para conectarlas se cuenta con cuarenta mil kilómetros de vías férreas mayormente levantadas conforme a las necesidades de la minería y las grandes plantaciones agrícolas, que buscan el exterior y miran con desprecio los mercados locales y la vasta red caminera creada a lo largo de siglos o milenios. Veinte mil kilómetros de carreteras pavimentadas no aligeran en nada el problema.
Tras cuatrocientos años en que, luego de probar la viabilidad de vincular el castellano al nahuatl, al zapoteco, el otomí, etcétera, la Iglesia quedó responsabilizada de nuestra educación, el ochenta por ciento de los habitantes es analfabeta y un tercio en ella habla sólo una de las ciento cincuenta o doscientas lenguas y variedades lingüística en las cuales se guarda la riqueza del conocimiento profundo sobre estas tierras, su vegetación, su fauna, sus ciclos naturales.
El líder máximo, Calles, y los suyos se sienten muy optimistas por un reciente, notable crecimiento económico que aprovechando la grave crisis en la cual viven los Estados Unidos, substituye algunas importaciones procedentes de allí. Así dan la impresión de dejar atrás la caída de la producción y las exportaciones durante las dos última décadas de lucha armada e inestabilidad.
Para ello preparan un plan sexenal, de grandes reformas que empiezan justamente por extender de cuatro a seis años el gobierno de la presidencia de la república y los estatales. El lanzamiento se hará en diciembre desde la segunda convención del Partido Nacional Revolucionario (PNR), que don Plutarco creó en 1929 para concentrar el poder limitando la autonomía del sinnúmero de organizaciones partidarias creadas por los caciques locales. (RECORDAR AL LECTOR EL SIN NÚMERO, ILUSTRANDO A TRAVÉS DEL CASO MICHOACÁN. PORQUE ESO MUESTRA A LA CLASE POL-MIL CON LA CUAL SE LAS VE CÁRDENAS Y QUE DOMINAN LA SITUACIÓN CON LA CANDIDATURA. Y VER TAMBIÉN, COMO INICIÉ EN EL TEXTO MÁS ADELANTE, AL MOVIMIENTO DESDE ABAJO Y A QUIENES PUEDEN CONFLUIR CON ÉL; ES LA VISIÓN DE BARTRA, A FINAL DE CUENTAS, Y OPONERLA A LA DE WARMAN.)
Se puede tener la impresión de que cuando en enero de 1928 es el virtual próximo gobernador de Michoacán, Cárdenas vislumbra la oportunidad de convertirse en presidente de la república, tarde o temprano. La idea la sugieren sus apuntes personales, el ideario y la estructura desarrollados durante la gubernatura, y la desaparición de Álvaro Obregón, que deja las puertas abiertas de par en par a los callistas de más confianza, como él.
Adelante abundo en el tema y lo traigo ahora a cuento pues de ser así, don Lázaro tiene enfrente un reto mayúsculo incluso en 1932, al encargársele de súbito (¿DE VERAS ES DE SÚBITO?), digamos, la secretaría de guerra y marina, quedando claramente entonces como uno de los candidateables para las elecciones rumbo a las que nos dirigimos aquí.
El cargo que recibe es repentino y así común en la época, en la cual el titiritero, como llamaremos a Calles, continúa la práctica establecida por el mismo y por el otro sonorense, Obregón, al repartirse el poder una década atrás. Se han dedicado a coronar y descoronar colaboradores según les convenga, conforme, claro, a los vaivenes de ese compleja trama que resultó de la lucha armada, donde confluyen la familia revolucionaria, los grandes propietarios nacionales y extranjeros y el empuje popular por el impacto o no de utopías derrotadas y aun así vivas.
En verdad ese par de hombres ha sido muy hábil para controlar un régimen con instituciones extremadamente frágiles, que hoy a primera vista cobra estabilidad y dirección bajo la batuta del jefe máximo. A primera vista, subrayo, porque la república sigue siendo un polvorín y las grandes fuerzas continúan sueltas, comenzando por el propio PNR y el nuevo peso previsto para el ejército, el Congreso y las gubernaturas, a los cuales habrán de plegarse los señores locales y su casi interminable recomposición.
A Don Lázaro lo llaman a conducir las fuerzas armadas, por su carácter institucional y por el peligro que representa el agrarismo veracruzano de uno de los líderes cuyas aspiraciones a la presidencia se manifestaron demasiado pronto: Adalberto Tejeda, dos ocasiones al frente de la gubernatura, que primero cobijó a la liga campesina del comunista Úrsulo Galván y al renovador movimiento inquilinario, y luego dio forma a una red de comunidades y grupos en demanda de la tierra.
La tarea inicial del general michoacano es destruir esa red, tan cercana en propósitos a la que él acaba de construir en su estado. ¿Hace el trabajo a cabalidad como muestra de obediencia y para deshacerse del posible competidor en las aspiraciones presidenciales, si realmente se suma a éstas sin demostrarlo con descaro?
En Cárdenas parece haber una máxima compartida por su primer guía ideológico, Múgica: todo se permite excepto lanzar al país a una guerra civil, en aventuras como la fracasada de Saturnino Cedillo o de cualquier otra manera. En cualquier caso destruye así el mayor foco del agrarismo radical, que cohesionaba la inquietud del campesinado estatal. O sea, el principal tipo de fuerzas en que sustentó su administración como gobernador y a las cuales apelará para materializar la utopía mexicana, la viable tras 1917, en palabras de Adolfo Guilly, y tal vez algo más, si mi tesis de arranque atina. ¿Abre paso así, sin saberlo, al peor enemigo futuro del proyecto: el veracruzano Miguel Alemán, hoy un vivales a la sombra, quien muy probablemente no crecería en un santiamén de continuar en pie la obra de tres lustros representada por Tejeda.
:. el movimiento revolucionario. posible conquistar la , que deberían contribuir son grandes fuentes y por el papel en ella de quien en estas páginas presumo como el creador de una coyuntura utópica.
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OJO, TAL VEZ CORRIJA A TEXTO: “Variadas y varias son las versiones que surgieron para explicar el proceso por el cual e|l general Cárdenas fue designado candidato del Partido, así como también varias personas y grupos se endilgan el derecho a decir que ellos tuvieron que ver con tal designación. Aun hoy a la luz de los años, no es posibfe explicar certera y lógicamente, sin temor a equivocaciones o a parcialismos cual fue el acto o momento decisivo de esta sucesión. Portes Gil se pre
Una serie de variopintos gobernadores impulsan como candidato al secretario de guerra y marina en funciones, el general michoacano Lázaro Cárdenas del Río. REHACER Al jefe máximo no parece gustarle que se le adelanten en la iniciativa, pero ve con buenos ojos a quien piensa puede servirle para llevar a cabo sus planes.
MATIZAR Y MUCHO, PLANTÉANDOSE LA DUDA (NI SIQUIERA CUENTA CON LAS FUERZAS VIVAS DE SU ESTADO)El sonorense no se da cuenta que el ya virtual próximo primer mandatario viene definiendo un proyecto propio, desde la gubernatura en su estado natal entre 1928 y 1932. Y quién sabe cuánto se le escapan los preparativos que hace ahora don Lázaro, con el apoyo del general X Mujica y Heriberto Jara, los dos hombres más destacados en la formulación de los artículos sociales durante el constituyente de 1917.
El Tata, según lo llaman ya algunos, tiene una sólida base popular que creo como gobernador. Se trata de una base formada partiendo de abajo, a través de una federación en la cual participan comunidades campesinas que demandan la tierra y asalariados rurales y urbanos. Esta estructura es muy extensa, bien organizada y atrajo a los auténticos líderes naturales, sin faltar quienes participaron con Primo Tapia, un personaje fuera de serie que junto a otros fundó la Liga Nacional Campesina (LNC), de filiación comunista, muy influyente en su momento y aún viva.
Los X meses entre el barajarse de su nombre como candidato presidencial y su formal designación, parecen decisivos. En ellos el general da forma a un programa y una estructura básicas, que prefiguran lo que vendrá después y cuyas raíces nacieron durante la gubernatura de Michoacán quizás ya pensando en la oportunidad de dirigir al país. ESTO NO QUIERE DECIR, COMO ADVIERTO EN ESTE TEXTO MÁS ADELANTE, QUE CÁRDENAS AVANZARA MUCHO EN ESE PERIODO; LO MIDO POR LAS ORGANIZACIONES QUE LO APOYAN, Y EN ESPECIAL POR EL MOV. OBRERO Y LOMBARDO. ¿REVISAR DE VUELTA LAS HIST. DEL MV. OBRERO?
II
EL ENTRAMADO POLÍTICO-SOCIAL DEL PAÍS A TRAVÉS DE CASOS. GUERRERO BRONCO ME GUÍA, BUSCO EN MICH Y CREO QUE DEBO HACERLO EN LA LAGUNA. OBVIAMENTE EL PANORAMA QUE RESULTE SERÁ PARCIAL; ¿ENTRECRUZARLO CON GRANDES CARACTIZACIONES Y DATOS NACIONALES?
El grado de abandono que viven las mayorías campesinas en México sería pasmoso sino recordáramos cuánto y cuán a conciencia llevan esculcándolas, con el remate de la expropiación de las últimas tierras en sus manos, a partir de las ley de Reforma, que el porfiriato coronó de brutal manera.
Es así a pesar del protagonismo campesino durante 1910-1916, los repartos ejidales de la década 1920 y el agrarismo oficial y de base que continúa marcando la vida nacional en este 1933.
Apabullan las estampas de un comprometido maestro que más tarde dirigirá las escuelas normales rurales, al reflexionar sobre el terreno el estado de las comunidades con una visión modernista que quizá repelerían parcialmente José Revueltas, el gran escritor y militante comunista, y quienes reivindican la cultura tradicional.
CITAS
En 1933 otros sectores sortean e incluso aprovechan la depresión económica que resulta de la profunda crisis estadounidense. Las familias campesinas, cuya población representa casi el ochenta por ciento de la nacional, siguen padeciéndola (HERDEROS DE ZAPATA).
El país en su conjunto, con sus seculares rezagos, no se repone de los efectos del magno movimiento armado y NÚMEROS ECÓNÓMICOS A PARTIR DE LA REVOLUCIÓN.
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Cabrera es un antiguo radical maderista y carrancista a quien por una década el régimen posrevolucionario persiguió, y con el PNA, que representa al agrarismo hecho gobierno con Álvaro Obregón, ambos ya con poco peso, desaparecerán casi en la nada durante los próximos años.
perseguido , coautor de la ley agraria que Venustiano Carranza emitió antes de la Constitución, y recién termina la persecución política a la que el régimen lo sometió por una década ha sido un perseguido político del es en carracist que se reflejaría en la Constitución los más activos constitucinalistas de 1917 es uno y el PNA son uno de los peculiares productos de nuestra posrevolución y se perderán casi en la nada durante los próximos años.
Inicialmente, en 1933, la candidatura de Cárdenas la lanza un grupo de variopintos gobernadores norteños, respondiendo a una práctica muy usual en la familia revolucionaria: preparar el carro donde trepara su destino personal y, en ciertos casos, el de sus ideas. Si éstas no tienen mayor fondo en el momento, de una o de otra forma coinciden con el gran reto del régimen posrevolucionario: dar un gran salto que lo confirme y defina, en un México del cual hace un buen dibujo Luis Cabrera, a quien el opositor Partido Nacional Agrarista (PNA) ofrece competir por la presidencia de la república, dibuja así al país:
El hombre es un radical de larga historia y declina la candidatura con las siguientes palabras: “…lo que está pasando en toda la república es tan serio y pavoroso, que causa vergüenza distraerse en discusiones bizantinas o en pirotecnias clubescas electorales.
“Una terrible epidemia de codicia, de concupiscencia, de ambición, de inmoralidad y de cieno inunda a nuestro pueblos (…) Y esa epidemia no se cura con artículos de periódicos, ni con convenciones democráticas, ni con elecciones…
“Lo que se necesita para salvar a este país no es una Constitución con su capítulo de libertades teóricas (…) Hay que ir directamente a la redención económica e intelectual de las clases desvalidas, invitándolas a la acción directa…”
El justo cuadro hecho así repele las preocupaciones de los próximos a Plutarco Elías Calles, el jefe máximo que a descarada trasmano dirige al país desde el asesinato de Álvaro Obregón en julio de 1928: crear o solidificar las instituciones gracias a las cuales México avanzará en una modernización que de no emprenderse lo dejaría al margen de los extraordinarios cambios experimentados por el mundo en la época.
Las reformas sociales que este grupo considera se limitan a lo mínimo indispensable para el cumplimiento del objetivo. Sobre todo la educación de las mayorías, en un país de dieciocho millones de habitantes, ochenta por ciento de ellos analfabetas, para varios propósitos: hacer de la lengua escrita el articulador del Estado, a la manera de cualquier nación que se precie de serlo; privilegiar los modernos métodos educativos sobre los de la Iglesia por cuatro siglos encargada de nuestras escuelas; mejorar las terribles condiciones de salud en el campo y las áreas suburbanas, traducidas en una tasa de mortalidad infantil y un promedio de edad incompatibles con todo intento de progreso material; disponer de una fuerza de trabajo en capacidad de incorporarse a la industria y a los nuevos requerimientos del comercio.
No nos extrañe que el primer llamado a una educación socialista lo lance el propio Calles. Para él y su círculo cercano significa un sistema de enseñanza liberal contemporánea y no más.
Para el salto ideado, el callismo establece un nuevo periodo de gobierno, que pasa de los cuatro a los seis años, y prepara un Plan Sexenal. El jefe máximo no recibe del todo con agrado la iniciativa a favor de la candidatura de Cárdenas, quizás por el adelantamiento en una decisión que debe ser sólo suya. Y nada más que eso, considerando su confianza en el en ese momento secretario de guerra y marina merced al aval de él mismo. ¿Se le escapan los preparativos hechos por el candidato, en los cuales pueden advertirse giros no deseados?
Luis González y González es un historiador que rompe esquemas de la academia mexicana, y al acercarse a los orígenes de la administración cardenista se concentra en lo que llama epirevolucionarios: las elites de todo tipo lanzadas a la palestra en plena juventud durante el movimiento armado. Es decir, los trescientos o cuatrocientos hombres –exacto el uso del género, pues ninguna mujer participa- a quienes en 1934 ve decidirse a dejar atrás la caótica obra de los padrecitos o caudillos revolucionarios.
Uno de ellos es Narciso Bassols, el hacedor de la educación socialista de Calles y futuro representante de Cárdenas en Europa, incluyendo la Unión Soviética. Tres epis más representan el ala más avanzada y son el grupo de amigos íntimos del michoacano: Fracisco J Múgica, Heriberto Jara e Ignacio García Téllez.
Un quinto, Vicente Lombardo Toledano, también muy visible, no cuenta con la confianza del Tata y su presencia debe presumirse en el periodo preparatorio en el cual estamos, por un aspecto central: la formación de una red de organizaciones y líderes sociales en quienes sustentar el proyecto. Proyecto, digo, y el término parece impreciso.
La segunda convención del Partido Nacional Revolucionario, creado por don Plutarco en 1929, tiene dos puntos a tratar. El que se privilegia es la aprobación del Plan Sexenal. El otro, el nombramiento del próximo, virtual presidente de la república, debe quedar en segundo plano, se dice, restando importancia a la figura de Cárdenas.
No tenemos tiempo para detalles quizás decisivos, y debo conformarme con informes a lo grueso sobre las desavenencias que surgieron ya entre las cúpulas del partido, respecto al Plan. Se concentran en dos grandes temas sociales, el reparto de tierras y la educación, y nada indica que produzcan rupturas graves, tal vez por la presunción de Calles de dominar la asamblea.
Las críticas en torno a la cuestión agraria las encabeza Graciano Sánchez, que proviene de la Liga Nacional Campesina Úrsulo Galván (LNCUG), cuyos orígenes son las organizaciones creadas a inicios de los veintes por éste mismo y por Primo Tapia, dos socialistas revolucionarios. El personaje encabeza una reciente escisión producto de la carrera electoral en curso. Advirtamos que apenas en 1930 se deslindó de un rompimiento por la derecha en la propia Liga, y que ahora confronta a sus antiguos compañeros, quienes con el Partido Comunista Mexicano (PCM) apoyan a otro epirevolucionario: Adalberto Tejeda, un agrarista radical bien acreditado por al apoyo desde la gubernatura de Veracruz a Galván y al ejemplar movimiento inquilinario de 1922.
Don Lázaro atrajo a Sánchez en un acto mucho más que de mera precampaña, si consideramos las bases en las cuales sustentó su gobierno en Michoacán, adelanto de la obra nacional para la que ahora se prepara.
II
La obra de Cárdenas debe juzgarse desde las alternativas de la época, y por regla se da por descontada en ellas a los grandes actores populares, presumiéndolos pasivos desde la derrota del zapatismo y el villismo.
Digo que al menos en parte, pues su fuerza descansa en una movilización activa o potencial con un rasgo característico: disponer ya o estar en posibilidad de que así sea, del gran recurso puesto en juego por la Revolución, muy a la mano en los años veinte y combatido por el callismo: las armas.
En Los herederos de Zapata, Armando Bartra encuentra allí, en la persistencia de un pueblo posrevolucionario armado, una de los dos firmes legados de las grandes utopías sociales cuya derrota dejo libre el camino al constitucionalismo hecho gobierno por los caudillos sonorenses.
Cuando en un respetado trabajo previo a su paso al salinismo, Arturo Warman el experto campesinista interpreta el fin de la bola a través del zapatismo morelense, escribe:
“¿Quién ganó la revolución? Muchos zapatistas de Morelos se hacían esta pregunta en 1920 (…) La respuesta era dolorosa: todo se había perdido para ellos (...) Su experiencia les indicaba que el nuevo régimen era una feroz reencarnación del porfiriato. El ejército constitucionalista había hecho palidecer con sus acciones los peores recuerdos de la brutalidad del ejército federal. El incumplimiento de la ley agraria de 1915 y de la constitución de 1917 confirmaban el juicio de Zapata, que las había considerado baratas maniobras demagógicas que sólo servían para aislar y desprestigiar a los movimientos agraristas.”
A este cuadro les faltan varios algos que agrega Bartra. El primero es que la Revolución deja un campesinado nuevo gracias esencialmente a sí mismo, a las luchas e idearios de entonces. El articulado social de 1917 no es una concesión de la cúpula carrancista, quien no cree en mucho de lo nuclear en el documento, empezando por la cuestión agraria.
Las demandas populares que se reflejan en la Constitución fueron puestas sobre la mesa por la Convención de Aguascalientes, dominada apabullantemente por zapatistas y villistas, con la reprobatoria ausencia de don Venustiano, quien vuelve a fracasar en su constituyente de tres años después, que reforma el proyecto presentado por él, en una combinación de iniciativas de su propio grupo de radicales y de ambiente social adverso al inmovilismo.
El articulo 27 no es el demandado por el punto más alto de los ejércitos campesinos, como señala Warman, y aun así puede ser rescatado por los herederos de ellos, que siguen significando una amenaza para el flamante régimen, obligado a un reparto siquiera simbólico, cuyas reglas, contrarias al espíritu del Plan de Ayala y del desarticulado agrarismo villista, a cambio despejan el camino a unas comunidades que reclaman y están entonces a años luz de su condición por completo contra la pared durante el porfiriato.
El quid de la capacidad de reclamo, dice Bartra, es la conservación y hasta el aumento de las armas en sus manos, que los gobiernos de Obregón y Calles les entregan para combatir a sus enemigos internos y a ese otro campesinado irreductible en el cual se convierte la guerra cristera antes de la traición de sus confesionales dirigentes.
Junto a los gobiernos, varios tipos de agrarismo requieren armar a sus bases. De un lado están los caciques de la peor especie, quienes sólo así pueden erigirse en factores de poder. Por otro, el agrarismo paternalista de una fracción de la misma familia revolucionaria, que adquiere genuinos tonos cuando choca de frente con el poder central. La tercera tendencia nace de abajo ayudada de forma decisiva por sostenedores de la nueva gran utopía: sobre todo el zapatismo con vista al mar, en el Yucatán de Carrillo Puerto, y también las ligas agrarias del comunismo criollo de Primo Tapia y Úrsulo Galván, la liga nacional derivada de él, y hasta los llamados a la acción directa en el campo de parte del anarcosindicalismo cegetista.
En las proximidades del cardenismo, el jefe máximo declara una campaña en regla para desarmar a los pueblos y a grupos urbanos que tengan en las manos este gran instrumento democrático, según lo llama Bartra, palabras más o menos.
Este compañero nuestro, cuya atención se concentra en el movimiento, no aprecia en su justa medida, creo, el acento que a lo largo de su gira como candidato don Lázaro pone en la necesidad de repartir nuevas armas a los agraristas, ni en la obra de su gubernatura.
III
Desde los quince años Cárdenas escribe diarios sobre su vida. En ellos se dice seguro de que el destino lo aguarda para grandes cosas, sin precisar cuáles. No es poco lo logrado, si se piensa en el hijo de una mujer emparentada con las familias de bien de Jiquilpan, y de un comerciante modesto con excelente reputación entre los pobres y aceptado por los ricos, de acuerdo al estupendo resumen biográfico de Luis González.
Llega al gobierno de la entidad habiendo sido antes ya su jefe militar, y pertenece al círculo político de los elegidos, sólo por debajo de los magnos caudillos revolucionarios, mientras, por ejemplo, los amigos íntimos y una vez sus iguales o maestros están prácticamente desaparecidos del mapa. Bastaría con la obra que se apresta a realizar.
Observando con un poco más de detenimiento el panorama general en el enero de 1928 en que don Lázaro es seguro próximo gobernados, la óptica cambia por el asesinato meses atrás de Obregón, uno de los dos actores de primer plano y no al que él está asociado. De ese modo se despeja el camino a la presidencia de la república, de cuántos ostentan medallas suficientes para ello. Si de momento Cárdenas no pareciera tenerlas, las puede ganar en un relativo breve tiempo, por la extraordinaria cercanía a Calles, que queda como el único gran factor de poder y lo cuenta entre los hijos predilectos. Así lo demostrará su elevación a la secretaría de guerra y marina dentro de tres años, cuando el Jefe Máximo dé comienzo a la restructuración del Estado.
El hombre que desde la adolescencia se siente llamado a cumplir tareas muy altas, sin duda atisba la oportunidad y muy posiblemente no lo hace a solas sino con aquél trio de amigos. En sus charlas se referirán por fuerza a lo que preocupa a todos los epirevolucionarios, y el encargo de gobernar la entidad permite que ponga a prueba su sencilla, contundente plataforma de ideas: el postergado cumplimiento de una Constitución cuyos más activos hacedores tiene al lado.
Se trataría entonces de una empresa de conjunto y no la limitada a tales o cuales aspectos, que Adolfo Guilly llama utopía del México posrevolucionario.
Cuando en ese 1928 lo lanzan como candidato y seguro ganador a la gubernatura, Cárdena dispone de una red personal formada a partir de la misma revolución, dice una historiadora. La académica encuentra esbozos y no más, y a cambio nos presenta la cargada de los dos partidos locales, en cuya asamblea para fusionarse intervienen seiscientos delegados. La elevada cifra resulta elocuente y presume la extensión de previsibles cacicazgos hasta el último punto de la entidad.
Antes de seguir es forzoso recordar la utopía de la liga agraria de Primo Tapia, cuya muerte sucedió apenas en 1926, dos años de por medio, pues, del lanzamiento de don Lázaro y luego de un lustro de actividad. Cierto que la lucha de Tapia se concentró en una región más o menos pequeña, en una zona indígena cercana a la capital estatal (Zacapu, Naranja, Tiríndaro y Tarejero) y allí tuvo como protagonistas a comunidades purépechas en reclamo de las tierras despojadas a ellas y a la naturaleza –la disecación de la laguna de Zacapu- por un solo latifundio.
Y verdad a la vez, que el líder de extraordinarias luces (además de su lengua y el español, hablaba inglés y francés y estaba familiarizado con el italiano, el alemán y el ruso) tenía una larga formación socialista y una rica historia de lucha, adquiridas en los trece que pasa en Estados Unidos sin nexos con nuestro movimiento armado y a cambio estrechamente ligado al magonismo y a la poderosa central anarcosindicalista estadounidense, y que se tradujo en el país en la incorporación al Partido Comunista y a las organizaciones campesinas que en algunos lugares tuvieron con éxito.
Primo no era un lugareño, en consecuencia, y su acción se irradió desde el núcleo purépecha. La forma en que halló la muerte, con el aval directo del presidente Calles, es también ilustrativa, en tanto exhibe los extremos a los cuales están dispuestos a llegar los poderes económicos, políticos-militares y religiosos con que Cárdenas trata. Tras la captura, la tropa lo lleva al interior de la sierra, lo marca y mutila con bayonetas al rojo vivo y le da el tiro de gracia.
¿Qué queda a fines de 1928 de su organización, que justo cuando fue ajusticiado daba el salto, con la veracruzana de Galván y otras menores, a la Liga Nacional que se partirá en el proceso electoral de 1934? ¿Entre los seiscientos delegados a la asamblea partidaria de la que hablamos, hay alguno de los suyos, y si es así, se mantiene fiel a las ideas? Nada nos dice la historiadora, quien no relaciona los dos momentos, y no dispongo sino de tres nombres.
Cárdenas agradece el apoyo de la asamblea y, en un acto particularmente significativo, no confía en ella, pues crea la Confederación Revolucionaria Michoacana del Trabajo (CRMT). Tres son sus cumplidas condiciones: la amplitud (de entrada, también seiscientos delegados pero que en este caso representan a treinta y siete mil trabajadores del campo y la ciudad y experimentan un vertiginoso crecimiento); la estricta disciplina a la dirección y la “representación de clase”.
El Tata vela de modo directo el buen funcionamiento de ella, en calidad de presidente honorario, y pone el acento en atraerse a líderes naturales, entre los cuales va la totalidad o parte de los compañeros de Tapia y “otros miembros” no precisados de la Liga Nacional en el estado. Sobre esta base el organismo, que también tiene participación electoral adhiriéndose al PNR, para 1935 contará con ciento cincuenta mil miembros y ¡cuatro mil comités agrarios! que se agrupan en cooperativas.
Detrás tiene una pobrísima herencia de reparto de la tierra en el estado, hacia la cual nos dirige la vista un investigador israelí. En 1927 su predecesor “creó solamente cuatro ejidos nuevos y amplió uno existente. En ese mismo año se presentaron sólo 18 solicitudes ejidales de diverso tipo (…) Michoacán estaba ubicada en el décimo lugar entre los estados mexicanos en la suma de solicitudes ejidales y creación de nuevos ejidos, mientras que en población constituía el sexto estado.
“Este cuadro no era casual. La existencia de una fuerte oligarquía agraria y clerical, poderosa y bien organizada en sus propios marcos; una estructura económica latifundista-feudal que, contrariamente a la mayoría de los estados de México, se fue fortaleciendo justamente a partir del año 1910, aunque sólo en el aspecto demográfico; una infraestructura muy limitada que impedía contacto y control significativos del centro en Morelia con los distritos del sur del estado; un gobierno municipal muy conservador; un gobierno federal también conservador que, tanto por razones políticas como por falta de una clara definición ideológica, no apoyó las reformas radicales y puso trabas a todo gobernador que procuró ponerlas en marcha, todos éstos parecen haber sido los principales factores que frenaban la penetración de la revolución en Michoacán. Como si éstos no fueran suficientes, la rebelión cristiana [cristera] creó un desorden general en el estado. A causa de la rebelión, la comunicación entre Morelia y la mayoría de los distritos había empeorado, lo que dificultaba el accionar de un gobierno efectivo”.
Un colaborador estatal de Cárdenas aparece ahora a nuestros ojos: Enrique Ramírez Aviña, el reciente gobernador, reconocido radical (SU CANDIDATURA DEBIÓ VENCER A LA DEL GOBERNADOR SALIENTE Y A LOS “RADICALES DE MÚGICA”; CON ÉSTE HAY TAMBIÉN UN ALA MODERADA. OJO: GUERRERO BRONCO SIRVE PARA APRECIAR LOS MATICES EN EL AGRARISMO RADICAL Y DESDE UNA PERSPSTIVA LOCAL, DESDE SU MARALLA) cuya pobre obra agraria debe explicarse entonces por la firme oposición que encuentra y tal vez, nada más tal vez, por el periodo en el cual le toca actuar, marcado por la guerra cristera. De nuevo mi investigación no tiene modo de detenerse en momentos sin duda muy importantes para ahondar en el tejido social, organizativo, etcétera, con el que trabaja don Lázaro. El único hecho escueto que extraigo del nexo con Ramírez anterior a 1928, es la confirmación de la inexistencia de una estructura básica a la mano con la cual Cárdenas arranca. De los dieciséis meses de gobierno de Múgica entre 1920-1921, nada rescatable ahora pues, al menos a primera vista, en lo relativo a los aportes materiales e informativos al inicio de la administración local cardenista.
Volvamos a recordar que para los actores políticos la mayor enseñanza de la Revolución es el empleo del descontento social a través de la movilización. Lo sabe la interminable serie de caciques locales de diverso nivel que basan en ello su fuerza. Y por supuesto lo sabe don Lázaro, quien se apura a crear esa CRMT cuyos números en acelerado desarrollo llaman la atención.
En la campaña presidencial de 1934 se refiere con frecuencia a la "moraleja de Michoacán". "Se necesita que la clase trabajadora organice sus filas –dice en un acto-. Estoy convencido, particularmente por mi experiencia como gobernador de Michoacán, que no basta la buena intención del mandatario, ni una legislación acertada, para llevar progreso al pueblo: es indispensable un factor colectivo, que representan los trabajadores.”
Estas palabras casan con las de su entrega del mando en la entidad cuatro años después, en las cuales no es arriesgado advertir una voluntad de cambio a nivel nacional: "una preocupación constante por agruparse en un solo frente, por despojarse de los prejuicios que estorban su marcha ascendente, por arrollar todos los obstáculos que se opongan al triunfo de los postulados de renovación social".
Si para la clase política en su conjunto, y no necesariamente ya para todo ella, el tema de la movilización está claro, el quid se haya en el cómo y, recordando las consideraciones de Bartra, el michoacano hace a un lado un presupuesto falso de los historiadores que contemplan de lejos a los sectores populares: éstos viven en pleno desánimo o en el llano acostumbramiento a sus miserables condiciones de vida.
En el manifiesto con que se echa a la contienda electoral por la gubernatura, declara su agrarismo y relaciona de manera indisoluble los reclamos por la tierra y en defensa de los derechos laborales, con el empleo de un término extendido en la época: "las masas proletarias". Al hablar de obreros se refiere, como todas las organizaciones gremiales postrevolucionarias, no sólo al asalariado industrial y los y las trabajadoras de los sevicios. Incluye a la franja más cuantiosa, con mucho, de la fuerza de trabajo: los peones agrícolas.
Bartra nos ha señalado la importancia de la democracia de las armas para el campesinado, y Cárdenas tiene clara conciencia de la necesidad de que la movilización popular disponga de ella. Si hay en él un paternalismo bien documentado, el discurso que acabamos de leer indica la complejidad del vínculo entre los dos factores. Con actitud paternal se alienta la organización del descontento a través de aparatos que lo conduzcan, como la confederación michoacana ahora. Pero no hay garantía de control y el carácter armado de al menos una parte de esa inquietud, despeja el camino hacia una presión desde abajo capaz de desbordarlo todo.
De hecho creo que casi cuanto el Tata emprenda a lo largo de sus años como presidente de la república, está expuesto a rebasar la iniciativa originaria, empezando, claro, por las enormes dimensiones de un país y no de un estado a final de cuentas sujeto a la voluntad del centro. Más, al considerar que los dos primeros tercios del proceso, la jefatura formal del ejército estará en manos de quien no sólo no es un estrecho colaborador, sino un enemigo en potencia, a quien colocará en el puesto justamente para tenerlo en la mira?
Produce una especie de vértigo imaginar el horizonte al cual a lo largo de seis años le pondrá la cara el general, en lo interno y lo externo, justo durante el pleno ascenso del fascismo y los preparativos y el inicio de la Segunda Guerra Mundial.
¿De 1929 a 1932 qué tanto avanza la gubernatura, cómo evoluciona la relación con el Maximato y cuáles son los apoyos para operar el proyecto? ¿Hay desde este momento una izquierda del cardenismo?
IV
Inicié la investigación buscando a la izquierda cardenista y al poco pensé: la izquierda del régimen es el propio Cárdenas. La idea respondía al asombro que me causó el Tata. Más adelante volví sobre la frase para agregar con mayúsculas: y los movimientos sociales. Faltaban dos tipos de protagonistas: los epirevolucionarios radicales y un sector de las jóvenes generaciones de clase media.
De allí parto, consciente de que no resultará fácil comprobarlo en el breve tiempo a mi disposición.
El sexenio de don Lázaro marcó un antes y un después en la historia del México moderno y sus instituciones y mentalidades continuarían obrando por décadas y harían posible resistir muchos de los peores efectos de la dictadura perfecta creada por los gobiernos posteriores a 1940.
Casi por regla los historiadores se acercan al cardenismo desde arriba, interesados en los círculos del poder y el contexto económico nacional y mundial. Quienes ven hacia abajo suelen contagiarse y encuentran en las mayorías de la época un actor dependiente. Entre los que creen hablar por los sectores populares, son costumbre las perspectivas como las de A. Warman, que ya escuchamos, o las de Arturo Anguiano, quien encuentra en el sexenio el establecimiento de un Estado de bienestar sobre el cual se sustenta el control de los y las trabajadoras, necesario para la construcción al fin de un sólido modelo posrevolucionario, que se consolidaría después.
Armando Bartra, vimos también, subraya las grandes transformaciones experimentadas de 1910 a 1921 por el campesinado, en buena parte gracias a sí mismo. Algo equivalente, aunque responda a otros factores, debe hacerse con el grueso de los de abajo y en medio, creo, antes del gobierno de don Lázaro y a lo largo de él. A mis ojos eso significa que un número considerable de la población es un agente activo del proceso.
Hay en ellos una ruptura profunda con sus predecesores del porfiriato y de la propia Revolución, que en parte resulta de su voluntad en circunstancias inéditas para México.
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Es muy obvio el grave problema que topamos, aquí y en el medio obrero: el proyecto no surge de abajo. El pueblo, en las palabras de los zapatistas recogidas por Warman, perdió la gran lucha. Sus reclamos se tradujeron en un articulado constitucional que elimina la segunda, insustituible parte de la consigna: tierra y libertad. Sin ella, la primera está condicionada por la voluntad de quien procede al reparto y a la que, como muestra el caso de Morelos, incluso si fuera la mejor, le faltará el espíritu de los demandantes –de ese modo, por ejemplo, los campesinos sureños no fueron restituidos, conforme demandaban, sino dotados, en forma de una propiedad no enajenable, sí, pero parcelada por familia.
Las consecuencias podrán apreciarse en la porción más significativa del reparto cardenista, hecho sobre las ricas superficies dedicadas a la agroindustria de exportación –algodonales, henequenales, cañaverales-, opuesta al sentido histórico del campesino que la recibe y queda al capricho del mercado internacional, con su constante mudar de los precios y de la demanda.
¿Sí? En Los herederos de Zapata, Armando Bartra dedica un capítulo al tema, que comienza así: “A primera vista el periodo cardenista parece la confirmación máxima de que, clausurada la etapa armada de la revolución, el agrarismo se ha hecho gobierno.
La poderosa y visionaria iniciativa política de Cárdenas, su espectacular despliegue de acciones agrarias y el excepcional apoyo popular a un presidente que es capaz de apelar al movimiento de masas han colaborado a crear la imagen del cardenismo como un agrarismo de Estado. En esta perspectiva las transformaciones rurales del periodo parecen obra de un gobierno todopoderoso, cuyo proyecto reformista radical se impone de arriba a abajo y despierta la adhesión popular.
Algo hay de eso, pero es tarea de la historia social rescatar los movimientos populares de la época y revaluar su papel en la definición y radicalización del proyecto agrario cardenista”.
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Al emprender la campaña presidencial en diciembre de 1933, Cárdenas no el simple buen hombre dispuesto a ir al rincón más recóndito para escuchar de viva voz las quejas populares, que José C. Valades retrata. Se trata de un estadista de altos vuelos reconocidos por cuantos lo conocen, que desde la ciudad de México viaja con organizadores agrarios y obreros de implante nacional o que en cada región convoca.
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A la manera de cuanto importa desde el fin del movimiento armado, la designación de Cárdenas como candidato del PNR se decide desde los círculos más altos de la familia revolucionaria. En el periodo que inicia con la muerte Obregón, la figura clave es Calles, quien no obra nunca del todo a solas.
En diciembre de 1933 se reúne en Querétaro la segunda convención del Partido Nacional Revolucionario (PNR). Tiene dos propósitos de igual importancia. El primero, nombrar al virtual presidente de un gobierno de la república cuyo mandato pasara de los cuatro usuales hasta el momento, a seis. El segundo, aprobar el Plan Sexenal que lo normará, avanzando sobre grandes cambios iniciados el propio año con la reforma al artículo tercero de la Constitución, por la cual se establece “la educación socialista”, y la elevación a Departamento de la oficina responsable del reparto agrario.
Todo es iniciativa original de Plutarco Elías Calles, jefe máximo que a clara trasmano dirige al país desde el asesinato de Álvaro Obrero en 1928. Todo excepto el primer impulso a Cárdenas hacia la candidatura, que de acuerdo a las memorias de éste corrió a cuenta de algunos gobernadores norteños y del primer mandatario en funciones. Según alguien bien informado, en principio Calles expresó un silencioso malestar por la noticia, aunque al futuro Tata se le tiene por uno de sus tres amigos íntimos desde el fin de la Revolución. Claro, eso no significa mayor cosa, considerando que de los dos restantes, a uno lo mando matar y a otro lo mantiene bajo una subordinación absoluta. En cualquier caso, ahora otorga el aval a Cárdenas y diseña un gabinete de incondicionales para acompañarlo.
La convención aprueba un tercer capítulo de envergadura, sobre los estatutos, de manera de crear una sólida estructura centralizada que suprime la autonomía de los partidos locales que confluyen en el nacional.
Poco después la fracción del PNR en el congreso obliga a introducir reformas de fondo en el Plan. El encargado de presentarlas dice luego que pone su carrera en juego, se habla ya de un grupo de cardenistas en las cámaras y, a la brevedad, cercanos a don Plutarco protestan tan airadamente ante él, que corre la especie de una salvadora intervención de su hijo, saliendo garante por el michoacano.
El Plan lo elaboraron dos comisiones. En una de ellas participó el propio don Lázaro, secretario de guerra y marina en turno. Bueno, de hecho fue a la vez el primer impulsor de la educación socialista. Testimonios diversos afirman que al general se le aparece la idea tras las charlas semanales con universitarios rojos de Michoacán, en el último lapso como gobernador de ese su estado.