jueves, 1 de octubre de 2015

Taller

SON LAS NOTAS PARA EL TALLER Y SE HACE UN DIARIO SOBRE LA RED.
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INICIA UN TALLER INFORMAL SOBRE LA HISTORIA DE ESTAS TIERRAS. DERIVA DE SUAVE PATRIA, UN ESPACIO VIRTUAL CON NOVENTA Y DOS MIEMBROS. 
SUELTO DE MI RONCO PECHO -EN REALIDAD DEBERÍA GRABAR Y NO ESCRIBIR-, CON EL MERO AFÁN DE COMPARTIR LO QUE SÉ O DEDUZCO.
PEDIRÉ PERMISO A UNA COMPAÑERA DEL SEMINARIO MEMORIAS Y CORPOREIDAD DE LA UACM TEZONCO PARA COMPARTIR EL ESTUPENDO RESUMEN QUE HIZO SOBRE LA EVOLUCIÓN DE LAS CORRIENTES HISTORIOGRÁFICAS. 
I
Sabemos relativamente poco de los pueblos prehispánicos y nuestra cultura mal puede entenderlos. Un famoso antropólogo se pregunta, por ejemplo, por qué los mayas tenían un conocimiento matemático incomparable para su tiempo en el mundo entero y no lo aplicaron para pesar u otras cosas que civilizaciones de otras partes tenían por fundamental. Un segundo llama la atención sobre la existencia de la rueda en muchas culturas mesoamericanas, empleada en juguetes y no en la tracción que revolucionó al Viejo Mundo.
Un historiador francés a quien gusta medir sociedades, afirma que el tiempo de trabajo promedio empleado en la producción aquí, era muy inferior al del resto del planeta, precisando así proteínas en cantidades bajas y casi por completo vegetales.
Las cosmovisiones y relaciones sociales resultan también un enigma, aunque pueden presumirse algunas cosas. 
"América" es un mundo en sí, sin vínculos con el resto de la humanidad desde tiempos más o menos tempranos. De los intercambios entre sus confines contamos con pobrísima información. 
En lo que hoy forman los países centroamericanos, México y los Estados Unidos, hallamos tres continentes: Mesoamérica, los grandes espacios nómadas y seminómadas a su norte, y los pueblos que practican la agricultura al este del Mississippi. 
En todos ellos el tiempo y el espacio son muy distintos físicamente a los de las regiones donde se emplea la tracción animal. ¿A cuánto equivale el aproximado millón de kilómetros cuadrados mesoamericano si se comparan, pongamos, con el mundo mediterráneo? ¿A cuánto, de tomarse en cuenta además que buena parte de él está sobre nudos serranos, cuyas laderas se ocupan con la agricultura, a veces intensivamente y así la superficie longitudinal debe reconsiderarse, como parte de una fenómeno vivo en los quinientos años tras la Conquista? Durante el siglo XIX, por ejemplo, en general los viajeros europeos que atraviesan tierras veracruzanas copian la ruta de Hernán Cortés, siguiendo el camino a la capital de la república. Escalan una de nuestras grandes cordilleras, sí, pero por sus lugares más accesibles, que señala la mejor carretera empedrada “mexicana”, y así gastan una semana o dos en el trayecto de cuatrocientos y tantos kilómetros a la antigua Tenochtitlan. A quienes se arriesgan por rumbos distintos del estado les lleva quince, veinte o más días recorrer treinta o cuarenta kilómetros a lomo de animal y a pie, topando una comunidad india tras otra.
En el siglo XXI hay zonas, como la intrincada sierra Mixe oaxaqueña, cuyo interior ha de recorrerse a caballo, en mulas y burros o caminando. No hay allí, como no lo hubo durante el avance colonial, tierras con las que el ser humano no tratara millones de veces.
“Apenas hay paisaje virgen en México –dice Guillermo Bonfil en un trabajo antes clásico-. Siempre se encuentran los rastros del quehacer humano, de su antiguo transitar por estas tierras. En todas partes, una vegetación largamente transformada por la mano y la inteligencia del hombre, un paisaje muchas veces inventado. Aquí, toda la geografía tiene nombre. Y lo que tiene nombre, tiene significado.”
Conforme a Europa y la gente sin historia, escrita por un antropólogo extranjero que conocía bien México, se tiene una pobre visión de las naciones nómadas todas, aplicables a nuestra chichimeca. Sin su interacción con los grandes Estados, dice, no puede concebirse el desarrollo civilizatorio.
No calculo con cuanta justicia veo en la población sedentaria precortesiana un fenómeno sistemático en otras partes: la continua explotación del campesinado por formaciones político-religiosas que aparecen y desaparecen. Creo observarlo, por ejemplo, en la andanada de invasiones venidas del área chichimeca durante el siglo XIII. 
Hay quienes interpretan el súbito abandono de Tula y ciertas ciudades mayas, por posibles levantamientos populares, si bien suele atribuirse al agotamiento de los suelos por sobrepoblación y sobrexplotación.
No sé qué recomendar como una buena, sola lectura sobre el tema, en parte porque estoy atrasado en su conocimiento.
En Europa y la gente... hay un acercamiento a aquéllas invasiones del siglo XIII, como la mexica. Son dinamizadoras y al mismo tiempo repiten a mis ojos el proceso que observo en todas las culturas del Viejo Mundo: las soporta el campesinado, única garantía de continuidad en la cadena que sostiene al mundo. Las familias dedicadas por siglos o milenios a la agricultura contemplan el paso de nuevas élites guerreras, religiosas, administrativas. Transforman tecnologías y relaciones de las cuales ellas muy posiblemente se beneficiarán. El conocimiento acumulado sin el que nada resultaría factible, es suyo.
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América es conquistada con una compulsión única en la historia, que parece vincularse a los orígenes del capitalismo más como causa que efecto.
El asalto del Nuevo Mundo produce una revolución del tiempo y el espacio, no comparable siquiera con la exploración del cosmos, dice un académico estadounidense. “Todo lo sólido se desvanece en el aire”, reza el Manifiesto Comunista refiriéndose “a la capacidad del capitalismo de disolver los vínculos sociales” y a mucho más.
El conocimiento del Viejo Continente no tiene dónde meter el descubrimiento de humanidades y naturalezas por entero nuevas a sus ojos. Procede entonces a una reinvención que Edmundo O´Gorman reconstruye por primera vez y en términos limitados.
Seguí los pasos de éste en un trabajo que me tomó ocho años y no puede encontrarse –gracias a San Miliano, pues es un material profundamente indigesto-. Dos estupendas investigaciones que luego citaré, revisan la total incomprensión del pensamiento europeo sobre nuestras tierras y nuestra gente en el siglo XVI y durante la Ilustración y el surgimiento de la ciencia y la filosofía modernas. Se debe en buena medida a la compulsión aquélla, por la cual los días y los kilómetros quedan reducidos a horas y metros, en razón sobre todo de los viajes trasatlánticos.
Contemplando a su sociedad avanzando por las Indias Occidentales, Miguel de Montaigne escribe en los propios años mil quinientos: “Nuestros ojos son más grandes que nuestros estómagos, y nuestra curiosidad mayor que nuestra capacidad de entender; creemos asirlo todo y apretamos sólo viento.”
No es posible establecer bien a bien, por ejemplo, el número de mesoamericanos previos a la Conquista. La Escuela Berkley (EB) lo calcula en veinticinco millones en el ámbito del imperio azteca, a quienes suman tres del área maya. Equivaldrían así al total de la Europa feliz en la época -Inglaterra, Francia, Italia y España- y en cualquier caso un siglo después se habrán reducido a millón y cuarto, tras una masiva mortandad comprobada. El consumo pues de la colonización quizá se eleva al noventa por ciento de la humanidad de una civilización con al menos cuatro mil años de historia.
Lo levantado por los españoles en ese periodo, equivale a las inversiones totales de la futura Revolución Industrial (de acuerdo también a la EB). Cuantas ciudades habrá en el México futuro en el centro sur novohispano se levantan entonces, con centenares de magníficos edificios religiosos, carreteras, miles de núcleos productivos, todo sustentado en los cultivos, los conocimientos y la fuerza de trabajo especializada indígenas.
Algo parecido sucederá a partir de los años 1640 en los hoy Estados Unidos. Los conquistadores-colonos se encuentran con los campos, bosques y ríos más ricos del mundo y los dilapidan a un ritmo que no iguala ni el voraz avance neoliberal del siglo XXI. Para hacerlo necesitan de naciones sedentarias y nómadas que califican de bárbaras. La primera fundación, creada por el Walter Raleigh que hizo su fortuna destruyendo Irlanda, está a punto de sucumbir cuando los indios les entregan las “gallinas de la tierra” que luego servirán para el gran rito nacional (el día de Acción de Gracias). Luego les dan el divino regalo, el maíz, esa planta cuyo desarrollo tomó miles de años de auténtica ingeniería genética desde un esqueje de dos centímetros, que tiene rendimientos diez o más veces superiores a los cereales del Viejo Mundo. Y más tarde el tabaco, un producto de exportación que trae carretadas de dinero. Con él la jitomate, la calabaza y otros productos fundamentales para la dieta del país, cuyo noventa por ciento de alimentos procesados en el siglo XXI contendrán en alguna forma derivados del propio maíz.
Todo en América es tan misterioso para los cristianos, que cuando en los 1540 Orellana y Aguirre exploran el Amazonas están constantemente en riesgo de morir por hambre. “Desierto” llaman a las trozos de las más pródigas selvas de la tierra donde no encuentran población nativa, pues no tienen modo de saber cuáles son las plantas, los peces, los animales terrestres útiles o peligrosos.