viernes, 19 de julio de 2019

¿El gozo al pozo?

Todos lanzan discursos sobre el cardenismo y no saben nada. Yo decidí reconocerlo. 
Lo que pretendo no se puede. Requiere explorar muchos archivos regionales y de diverso tipo, buscando con lupa qué, cuándo, quiénes, si existieron en verdad los desbordes supuestos.
Ver Cardenismo (por una investigación mínimamente dec...).
  

Queriéndolo o no, quien revisa la historia se proyecta y en un descuido encuentra lo que quiera.
Podría aplicarle esa afirmación solo a los "historiadores" sin academia, como yo, cuyo trabajo tiene pocos filtros, o ninguno si se dedican a la mera divulgación. Mentiría y para comprobar cuán común es el vicio basta asomarse a la voluminosa publicación conmemorativa que cité sobre nuestro tema: Lázaro Cárdenas: Modelo y legado, del INEHRM. ¡Dicen cada desatino allí!
En cualquier caso casi de un día a otro mi "tesis" nadea y aparecen obvias desmesuras al idealizar aspectos particulares: el campesinado y la clase obrera organizados, los motivos del Tata, sus mismísimos logros. 
Aun así no sobra ilustrar mi supuesto: hubo una revolución en curso, capaz de desbordarse. Para hacerlo debo ser fiel a la historiografia más seria, que me contradice.
Tanto Adolfo Gilly como Romana Falcón acentúan el papel del cardenismo en tanto culmina un proceso nacido durante la propia revolución. Aquél, por ejemplo, cuando se refiere a la utopía mexicana pone límites al sueño que se perseguía, involucrando incluso a los sonorenses. La segunda observa cómo Cárdenas continua el radicalismo oficial, de larga trayectoria para entonces.
A su vez no tienen lugar las especulaciones -que no comparto, ahí sí- respecto a una factible continuación del régimen. Don Lázaro sabe, por fuerza, cuánto sus enemigos se preparan para ello. Basta ver cómo permite moverse en Puebla a Maximino Ávila Camacho contra Lombardo y la CTM y el tácito aval a Fidel Velázquez para dar consecutivos golpes de mano.
Siguiendo con ejemplos, Armando Bartra en Los herederos de Zapata, que luego corregiría, parece demostrar la imposición a los campesinos al dotarlos con tierras de monocultivo, impidiéndoles sembrar milpas, única garantía para su supervivencia mientras lidian con condiciones impuestas por el capricho del mercado mundial. Luego, entonces, que parte del reparto agrario fracasara tras unos años, pareciera un destino anunciado, irresoluble para Mújica o cualquier otro sucesor cardenista, y quizás no es así y éstos habrían girado a tiempo y... etcétera. 
La descomposición cetemista se produjo en pleno régimen, sin intentos de correción que, en todo caso, no habrían sino adelantado los vicios corporativistas. 
Bueno, ni modo, jeje.