jueves, 14 de mayo de 2020

El año de encontrar la luz


Escrito con las nalgas, ni modo.
Ya quedamos: se puede publicar libros y ser ágrafo funcional.

El crecimiento de industria y de la población en Ecatepec, había coincidió con la transformación del mundo laboral en el país.
Cuando hacia 1959 en el municipio las plantas y la gente empezaban en verdad a reproducirse, se consolidaba la nueva clase obrera que venía apareciendo con el gran desarrollo industrial, iniciado casi veinte años antes. Era una clase obrera que ahora tendía a concentrarse en las empresas de capital privado, procedente sobre todo de las zonas rurales o semirurales.
Ante ella el sindicalismo oficial, corporativo, controlado, charro, iniciaba su “década de oro”[1], tras la represión en aquél año a las corrientes democráticas representadas en el movimiento ferrocarrilero, magisterial, petrolero, electricista, postal.
A finales de 1971, en el momento en que en el municipio en la Kreimerman, con una nueva razón social, se reiniciaba el intento de crear un sindicato independiente, y la imitaban Talleres Ochoa, Vaciados Industriales, Gas Metropolitano y Traimobile de México, la república vivía un renacimiento de las luchas de los trabajadores y las trabajadoras.
El suceso mayor era la aparición de la Insurgencia Obrera, que nacía en noviembre a iniciativa de Demetrio Vallejo, Rafael Galván y sus colaboradores[2]. El primero, símbolo de las batallas de 1958-1959, liberado después de once años de prisión, procuraba el rescate del gremio ferroviario. El segundo dirigía uno de los dos sindicatos de la Comisión Federal de Electricidad, defendiendo su autonomía y sus prácticas democráticas contra la sistemática ofensiva del otro: el SNTF de la CTM, origen del que tres años después ordenaría romper la huelga en General Electric. 
En torno a ellos y a lo largo de 1972, en multitud de puntos se expresaron y tomaron fuerza movimientos de fábrica o centro de trabajo y de carácter regional y nacional. Nada semejante se había visto desde aquéllos últimos años 1950, esta vez abarcando a una voluminosa industria privada. A su lado daba principio una reactivación de los históricos reclamos campesinos y se formaban los fermentos del movimiento urbano popular.
La Insurgencia Obrera convocó a cinco jornadas de manifestaciones simultáneas, que alcanzaron hasta medio centenar de ciudades, sin incluir al Distrito Federal. En la más exitosa reunió a 16 mil personas en Puebla, 13 mil en Tampico, 10 mil en León, 3 mil en el puerto de Veracruz, Monterrey y Chihuahua, más de mil en Celaya, Aguascalientes, Acapulco, Colima…
A ellas se sumaron otras locales o regionales del STERM de Galván, la toma de unas 17 secciones de su sindicato por el Movimiento Sindical Ferrocarrilero de Vallejo, y en algunas ciudades la formación de frentes en los cuales la Insurgencia participaba.    
La agitación no se reducía a lo impulsado o amparado por el movimiento principal. En Cuernavaca los trabajadores y trabajadoras de grandes y medianas fábricas (Textiles Morelos, Nissan, Rivetex, Textiles los Gallos, Mosaicos Bizantinos, Nobelis Lees, Electro Cap, Artemex), se liberaron de los charros saliendo o no de las centrales de éstos, y en varios casos lograron notables éxitos en las revisiones de contrato colectivo, usando la huelga, los paros “locos” solidarios y las demostraciones conjuntas.
En Monterrey las 1500 obreras de Medalla de Oro protagonizaban una lucha que resonaba en el país, por sus duros choques contra la mafia sindical y la policía y por la marcha que, venciendo obstáculo tras obstáculo, llegó a la ciudad de México y de inmediato fue detenida y vuelta a casa por las fuerzas del orden, para continuar.
El Frente Auténtico del Trabajo, determinante en los avances de Cuernavaca y que desarrollaba una estrategia de formación de sindicatos nacionales independientes, por rama de producción, en el Bajío alentaba con éxito la revuelta en pequeñas y medianas fábricas, empleando imaginativos recursos.
El Movimiento Revolucionario del Magisterio, de larga historia, en varios puntos abría de regreso las puertas del gremio a la oposición, chocando de manera frontal contra la dirigencia cetemista y el Estado. La Liga de Soldadores preparaba combates de una excepcional radicalidad en las plantas de PEMEX que ayudaba a construir, y en diversas secciones de la agrupación petrolera el descontento se organizó. En Yucatán se sentaban las bases del Frente Sindical, uno de los proyectos que a partir de 1973 se confrontaría más directamente con los empresarios y la autoridad.
El experimentado Sindicato de Panaderos se reactivó, las disidencias autonómicas en correos y Telégrafos trataron de recobrar las posiciones perdidas, y en Teléfonos de México aparecieron los primeros síntomas de descontento en mucho tiempo. Los trabajadores de la industria nuclear y los empleados y empleadas bancarios constituyeron sindicatos nacionales, y volviendo de cabeza la estructura vertical de la universidad, surgió el STEUNAM para servir de ejemplo a otras instituciones de educación superior, que en diciembre hicieron paros en Oaxaca, Veracruz, Puebla, Tlaxcala, Sinaloa, Monterrey, Zacatecas, Guerrero.
La Unidad Obrera Independiente, fundada por un abogado laboral, alentaba la implantación de sus propios sindicatos en las industrias automotriz, textil y hulera (Volkswagen y Goodrich Euzkadi, entre otras empresas en esos momentos), y la huelga triunfante de los mil trabajadores del Ánfora en la ciudad de México, se convirtió en el más conocido logro en la asesoría de los Castillejos y Fernández del Real. El Frente Sindical Independiente, al que daba vida el Partido Comunista Mexicano, se sumó al esfuerzo.
Teniendo nexos o no con esta serie de fuerzas, por la geografía nacional una buena cantidad de asalariados se revolvieron contra las condiciones en las cuales trabajan, topando de inmediato con la hostilidad de sus sindicatos corporativos: en Fundidora de Monterrey, Termoeléctrica del Valle de México, Diesel Nacional, Mechas de Dinamita de Durango, Celanese Mexicana de Zacapu, Coca Cola de Celaya, Pepsi Cola y departamento municipal de Aguas de Chihuahua; en la sección de Limpia del municipio de Torreón, Vekel de Aguascalientes, las tres plantas de Berkel de México, los transportes urbanos de Tijuana y farmacias de Tampico; en Olivetti, CIMA, Hilos Cadena, Aceros Esmaltados, Singer Mexicana, H. Steel, talleres de la Buick, líneas de autobuses Insurgentes-Bellas Artes y Santiago Algarín-Potrero, Panadería México, FANAL, FANTA, Tintorería Francesa, Radio Aereonaútica Mexicana, Berkton Dickinson, el grueso de éstas en la capital de la república.
Hubo despidos, huelgas siguiendo los cauces legales y de hecho, mítines y manifestaciones, choques con los grupos de seguridad patronales y sindicales, con la policía y, ocasionalmente, con el ejército. Se conquistaron o perdieron sindicatos independientes y secciones liberadas del aparato corporativo.
En septiembre el STERM de Galván se sintió obligado a la unificación con el SNEF, para plantearse la lucha interna formando la Tendencia Democrática en el único sindicato nacional electricista que de ese modo quedaba: SUTERM. La Tendencia seguiría sirviendo de referencia en distintos lugares del país, pero los vallejistas continuaron a solas su áspero enfrentamiento, y desapareció el paraguas nacional que protegía a otros.
Aun así las centrales oficialistas, que conservaban el control de la absoluta mayoría de las fuentes de trabajo, por primera vez en trece años aparecieron, sin rastro de duda[3], a la defensiva; sus valandronadas de convocar a demostraciones multitudinarias, quedaron en nada, y sus actos ceremoniales del primero de mayo aquí y allá fueron perturbados por la oposición.
Se forjaba de ese modo un laboratorio de la emergencia de los asalariados urbanos, que descubría o redescubría una enorme variedad de formas de acción, y se subvertía la vida cotidiana, personal, colectiva, pública. En ese sentido ni siquiera los movimientos de 1958-59 se le comparaban.
Y es que una buena cantidad de quienes se rebelaban ahora, descubrían por primera vez su lugar en la sociedad y la alternativa de un futuro distinto: las mujeres, los que no tenían antecedentes en el trabajo fabril y quienes se empleaban en instituciones históricamente cerradas a la sindicalización.
En meses, decenas de miles de trabajadoras y trabajadores habían experimentado una revolución interna. El mejor ejemplo eran las obreras de Medalla de Oro, de los textiles de Cuernavaca y de la confección de Irapuato. Desde antes de la Revolución sus predecesoras habían sido tan atrevidas como ellas frente al poder. Ahora, sin decirlo, se convertían a la vez en la real vanguardia del feminismo mexicano.
El tiempo dedicado a defender sus derechos y su beligerante presencia en las calles, las confrontaba con sus esposos, padres, hermanos y, a ratos, con sus compañeros de trabajo. No pocas terminarían convirtiéndose en madres solteras, dispuestas a experimentar la libertad en todos los ámbitos.     
¿Cuánto de eso recogían la Kreimerman y el resto de las pocas luchas que en la época estaban en proceso en Ecatepec, casi todas en la Industrial Xalostoc y relacionadas por medio del despacho de los Castillejos y Fernández del Real?
¿Cuánto en un México enorme, en vertiginoso crecimiento demográfico y continuo cambio social, donde los medios de comunicación se habían convertido en un imperio experto en transfigurar la realidad, y en el cual las familias trabajadoras recibían con cierta confianza sólo las noticias que circulaban entre ellas, recelando por el instinto de encerrarse en sí mismas?


[1] La cita viene del libro El principio, de Francisco Pérez Arce, que es el Paco Ceja al cual se refieren estas páginas. Esta editado por Editorial Itaca.
[2] La principal fuente de información es el periódico La causa del pueblo, en el cual colaboraba nuestra Cooperativa de Cine Marginal.  
[3] La afirmación viene del trabajo de Francisco Pérez Arce que se ha citado.