Va por incluir cuanto se pueda, como borrador, en varias partes.
Los capítulos 1 y 2 irán cuando se dignen aparecer, jeje.
_______3. 1991-2000
En los 1980 ha evolucionado un
discurso que en los 1990 se propaga. Un artículo de la revista Vuelta es eco de
él, al comentar una encuesta de la Universidad de Colima en la cual se afirma
que la “mitad de los hogares mexicanos donde vive algún familiar con
licenciatura (es decir, cuando menos 16 años ´leyendo´) tiene menos de treinta
libros”_. Vuelta atiende súbitamente al panorama de la lectura en el país, con
lo que Felipe Garrido califica como una de las muchas “visiones apocalípticas”
sobre el problema.
Tales visiones suelen
relacionarse con la desazón ante el pleno predominio de los medios
audiovisuales y digitales y las millonarias cifras de consumo de cómics,
fotonovelas, revistas de espectáculos, de nota roja, de lucha, rosas, y se
inclinan a la nostalgia por un presunto pasado de mayor tiempo dedicado a la
buena lectura_.
Garrido responde “que en toda
nuestra historia, la situación descrita es la mejor que ha disfrutado o sufrido
el país”, y que las visiones apocalípticas revelan “la mucho mayor conciencia,
la preocupación creciente que ahora tenemos sobre estos problemas, y eso mismo
es un progreso”_.
Los números de nuestro trabajo
bastan para corroborar un hecho que por lo demás una investigadora pone a la
vista ahora, al revisar la obra posrevolucionaria en la materia_. A pesar de
ello el rezago de la república siguen siendo, en efecto, brutal.
Si bien el régimen estadístico
mexicano, no olvidemos, es de una terrible imperfección en nuestro tema,
resulta un referente obligado. En cuanto a educación fija una frontera precisa
marcada por el analfabetismo, que en 1990 en términos globales es del ocho por
ciento.
Al descomponer la cifra
encontramos un 13.7 por ciento entre los mayores a 15 años de edad, y una
población de cuatro a 14 años cuyo ingreso a la escuela está certificado en un
94.6 por ciento. El promedio de escolaridad de los primeros es de 6.6 años,
pero no es sino un promedio, y apenas uno de cada cinco de esos hombres y
mujeres ha completado la primaria y uno de cada seis la secundaria_.
El cuadro dista de ser alentador
en un doble sentido, por el determinante peso de la familia y del entorno
social próximo en niños y adolescentes, evidencia confirmada en el país y en el
mundo por la práctica y la investigación. Si en un mero ejercicio proyectáramos
mecánicamente los porcentajes de analfabetismo y los grados de instrucción de
los mayores de edad, encontraríamos que quienes cursan la educación básica,
elevada ya a nivel de secundaria, en un aproximado 20 por ciento de los casos
tienen padres de familia iletrados; en cerca de un 35 por ciento sin la
primaria completa, y sólo en otro tanto con estudios medio-superiores y
superiores_.
Es decir, y bajo el supuesto de
que en la educación preparatoria, técnica y universitaria leer es un hábito más
o menos bien arraigado, en cerca de dos tercios de los hogares no habría un
ambiente mínimamente propicio al contacto con formas más o menos elaboradas de
lectura. Aunque el supuesto es por demás discutible, de dar por bueno un estudio
de la Universidad de Guadalajara (U de G), cuya conclusión es que en sus
preparatorias el nivel de lectura promedio corresponde “virtualmente” al de
alumnos de “tercer grado de primaria”_, y de considerar la mencionada encuesta
de la Universidad de Colima.
En los 1980 se ha creado un nuevo
y ambicioso sistema para alfabetizar o permitir terminar sus estudios primarios
o secundarios a la población mayor a 15 años de edad, operado en su conjunto no
por maestros regulares, sino por voluntarios que reciben una compensación. El
sistema descansa en el Instituto Nacional de Educación Para Adultos y en una
serie de programas de la SEP y otras dependencias, y ha tenido un impulso
extraordinario.
Sus alcances han sido muy
notables, logrando una inscripción promedio anual de 700 mil personas en
primaria y de poco más de 200 mil en secundaria. Sin embargo sus resultados han
estado muy lejos de cumplir las expectativas, con menos de cien mil alumnos por
año titulados y una deserción altísima, que suele producirse al cabo de los
primeros seis meses de estudio_.
El problema educativo general es
tanto mayor, reparando en el rápido deterioro de las condiciones de vida del
grueso de los mexicanos y mexicanas, que por fuerza deviene en la confirmación
de “las estratificaciones sociales y en la segregación de grupos y comunidades
enteras”, haciendo del “legado de la escritura” cada vez más un “patrimonio de
sectores minoritarios”_.
El hecho resulta paradójico si se
atiende a algunos de los fenómenos que caracterizan a la época. Por un lado,
los niveles de estudio de las jóvenes generaciones son muy superiores a los de
sus padres. Por otro, las mujeres se están integrando por primera vez en
condiciones de igualdad a la educación e ingresan al mercado laboral en un
porcentaje hasta hace poco insospechable_.
Finalmente, tienden a desaparecer históricos obstáculos nacionales para
el acceso a la educación y la información, al casi terminar de invertirse la
relación ciudad-campo (hoy de siete a tres a favor de la primera); al desarrollarse
de manera excepcional los servicios de comunicación (telefonía, radio,
televisión, carreteras), y popularizarse la computadora personal y el uso de
Internet.
Sin embargo, la masiva pérdida de
puestos de trabajo, la pauperización del empleo lo mismo en cuanto a salarios
que a prestaciones y condiciones generales, y la condena a la desaparición de
las fuentes de ingreso para la absoluta mayoría de los campesinos, producen
para la población joven una falta de oportunidades, en relación a sus antecesores
inmediatos, sin comparación en el último medio de siglo, e índices de pobreza y
pobreza extrema que al concluir la década alcanzan a cerca del 40 por ciento de
los habitantes del país, y que inciden, entre otras muchas cosas, en el
incremento del trabajo infantil_.
Los efectos del proceso sobre la
educación y sobre otros factores que afectan a la lectura, han comenzado a
hacerse sentir en las postrimerías del decenio anterior.
A partir de 1983 la matrícula de
la primaria se retrajo por primera vez en el México posterior a la Revolución_.
Podría explicarse por el inicio de la merma en las tasas de natalidad, pero
cuando se observa que en 1990 el 13.4% de la población de 6 a 14 años no asiste
a la escuela_, aunque el razonamiento no se descalifica por entero, no basta.
Así lo corrobora la baja sostenida, desde 1987, en el porcentaje de ingreso a
los grados posteriores a la primaria_, y en el descenso absoluto en la
secundaria durante 1989-1990: -2.02, frente al 10,38 de 1980-1981. Algo
semejante sucede en todos los niveles, incluido el superior, cuyo aumento por
año a principios de la década era de 7.40%, y que en 1989-1990 resultó
marginal: 0.81%_.
Este es el panorama con el cual
se encuentra la promoción a la lectura, en una república de profundos contrastes,
empezando por la distribución de su gente. Las cuatro ciudades con más de un
millón de habitantes (México, Guadalajara, Monterrey y Puebla), incluidas sus
áreas metropolitanas, reúnen al 27% de la población, con la capital federal y
su zona conurbada muy a la cabeza: 18.5% del total_. A cambio hay cerca de
2,200 localidades de entre 2 500 y 15 mil personas. Más allá, 154,016
asentamientos con menos de 2,500 habitantes_.
Son contrastes cuyas dimensiones
en términos de acceso a la educación, exhibe la eficiencia terminal por entidad
en la primaria: 28.2% en Chipas y 73.7% en Nuevo León, por ejemplo_.
En cuanto a las publicaciones, en
1990 no deben despreciarse los 13 millones de ejemplares semanales de diarios y
revistas, ni los 11 millones de libros por año, si bien en ninguno de los dos
casos se tiene idea del promedio de usuarios por cada uno de ellos. Un tema
éste de consideración, en la medida en que encuestas y estudios puntuales
demuestran la relativa frecuencia del préstamo y aun de la lectura en grupo.
No le falta razón, entonces, a
quien ha prevenido de la dificultad para hablar de volúmenes e inclinaciones:
“Los editores y libreros manejan cifras de lectores que corresponden a las
ventas de sus libros (…) Los números que maneja la industria de la historieta
pueden hacernos pensar que, optimistamente, la alfabetización en México no ha
sido un esfuerzo inútil, así como, de manera pesimista, que la mayor parte de
la población es analfabeta funcional”_.
De cualquier forma, como señala
la estimación del mismo autor, quien se refiere a “entre 300 y 600 mil personas
en el país que pueden y quieren comprar libros”_, nuestros estándares son muy
bajos en relación a otros países. El hecho es particularmente dramático,
contemplando un entorno mundial marcado por esa revolución tecnológica y del
conocimiento cuyo ritmo no para de acelerarse; por la irrestricta
competitividad que cada vez más rige en una economía crecientemente
globalizada, y por el abundamiento de la brecha entre naciones ricas y pobres.
A partir de la crisis económica
de 1994 se asiste a un asombroso desplome en el número de ejemplares del tipo
de lectura más recurrente: las publicaciones periódicas. En seis años la cifra
desciende de 805 millones a 329_.
Este trabajo no está en
posibilidad de calcular los impactos de un suceso de tal magnitud, pero es
obvio el reflejo en él del retraimiento del gasto familiar en cuanto queda
fuera de las necesidades más perentorias, sin excluir la lectura. El mayor
número de libros producidos en la época, que pasa de 76 a 98 millones de
ejemplares y de 11 833 a 16 003 títulos_, no puede interpretarse como un avance
neto, sino si acaso en sectores muy pequeños de un país cuya población se
incrementa de 81 a 94 millones de personas_. Menos aún si observamos el auge
que justo entonces comienza a vivir la literatura de autosuperación, de
bajísima calidad.
Ciertamente, sin embargo, en la
década el Estado vuelve a destinar mayores partidas a la educación, que se
elevan del 4% del PIB en 1990, al 6.2% en 2000, permitiendo el aumento del
número de escuelas (de 156 589 a 212 860) y de maestros (de1 090 696 a 1 427
658), para mejorar de manera sustantiva la relación alumnos-docente (de 36 a
20)_.
El esfuerzo se acompaña entre
1992 y 1995 con la firma de un Acuerdo Nacional para la Modernización de la
Educación Básica y una serie de reformas y programas, que transfieren a los
gobiernos estatales la operación del grueso de los servicios de la SEP; que dan
fin al desafortunado método de enseñanza de la materia de español introducido
en los 1970, y que renuevan también la de maestros_.
La renovación incluye el sistema
para adultos, que descubre sus debilidades en la muy desigual preparación de
sus maestros voluntarios y en “la uniformidad de contenidos y la falta de
adecuación a las necesidades de edad, sexo y ubicación geográfica y social”_.
Se abre paso así a una
reconsideración muy amplia de la lectura. En 1995 el Programa de Desarrollo y de Fomento a la
Lectura y Escritura (PRONALEES), promovido por Margarita Gómez Palacio, se
propone “de manera especial” estimular “desde los primeros años, el gusto por
la lectura”_, y en 1999 se echa a andar otro, de vastas aspiraciones, para
dentro y fuera del sistema escolarizado: Leer para ser Mejores_.
En todo ello el nuevo fomento
juega un papel destacado como animador y transmisor de objetivos y fórmulas, en
un periodo que representa su definitiva profesionalización, el asentamiento de
las bases a partir de los cuales ha de levantarse su obra, y su pleno vínculo
con lo que en la materia hace el resto del planeta.
La profesionalización
El Programa Nacional de Lectura
puesto en marcha por el INBA en 1990, testimonia el apremio que en el momento
se siente por dotar de herramientas a quienes se dedican a una labor cuya
fuerza y cuya debilidad se encuentran en la dispersión de actores y actividades.
El proyecto, se dice en su presentación, “es el resultado de aglutinar la
diversidad de enfoques teóricos y experiencias”, conjuntándolas “en una
metodología multidireccional”_.
Es necesario, se establece allí:
“Constituir de manera permanente un núcleo operativo especializado que
desarrolle las siguientes tareas: a) formación y capacitación continua de
promotores de lectura, que puedan capacitar a otros monitores. b) investigación
bibliográfica para realizar antologías de lectura de apoyo a los cursos de
capacitación (…) d) orientación y asesoría permanente”_.
En los diez años a continuación,
el espectro de los nuevos especialistas se vuelve muy amplio y abarca de
funcionarios públicos a voluntarios de instituciones de asistencia privada,
pasando por maestros, editores, creadores, investigadores. Su grado de
profesionalización resulta, por lo obvio, muy dispar.
El sector más comprometido
profundiza enormemente en el conocimiento teórico-práctico, en todas la áreas y
funciones, involucrando en diverso grado a decenas de miles de personas. Su
actividad trasciende a la prensa, a las comunidades, a las esferas
intelectuales, entre las cuales, empero, no recibe sino un vago eco.
En 1996 un editorial de Espacios
para la Lectura, publicación periódica de la Red de Animación del FCE, muestra
la inquietud de los nuevos profesionales y el entorno en el que se desenvuelve:
“Cuando Espacios (…) era sólo una
idea, algunos amigos nos preguntaban si el tema daba para hacer una publicación
periódica. La pregunta no era fatua. Revelaba cómo ese ámbito, que por otra
parte es muy difícil de delimitar para la mayoría de las personas, incluso para
los intelectuales, está más lleno de verdades aceptadas que de incertidumbres.
“La lectura es –todos lo
reconocemos- tal vez es más valioso instrumento para la comunicación de las
ideas y del pensamiento. Pero, cuando intentamos definir con mayor precisión a
qué nos referimos con ese término, descubrimos una complejidad insospechada.
Sumergirse en esa complejidad es la única vía para esclarecer las muchas dudas
que surgen en la práctica a quienes estamos de alguna manera vinculados con
ella”_.
Según veremos más adelante, la
investigación es sistemática y hay un constante intercambio de conocimientos
con el resto del mundo, que ahondan en la riqueza sobre la cual Espacios
advierte. Ésta muestra a su vez la que ilumina el trabajo de los promotores.
Para uno de ellos, Gerardo
Cirianni, ocupado en tareas de capacitación en Rincones de Lectura, y cuyas
reflexiones y propuestas empiezan a servir de guía a algunos, no hay jornada,
en especial en las zonas rurales, pero no sólo en ellas, en la cual deje de
parecerle que afloran orígenes lingüísticos de alumnos y maestros, que suelen
darse por desaparecidos, sin efectos sobre el presente.
En Tetelcingo, Morelos, la
capacitación a docentes que servirán a su vez de capacitadotes, le recuerda una
más o menos larga experiencia entre maestros tzotziles, tzetzales, choles y
zoques chiapanecos, “bilingües”. Había entendido con ellos “que el hecho de que
una persona formalmente diga que habla castellano, no implica que lo hable
realmente, sino que tiene en el castellano una lengua que utiliza para cosas
muy específicas, con la que puede resolver problemas muy específicos”_.
Lo curioso es que en Tetelcingo
hacia 1992 el nahua, habla tradicional de la zona, se considera extinta. De
todas formas, la manera de dar vueltas alrededor de un tema, sin ir directo a
él, al promotor le trae a la mente su estancia en Chiapas. Entonces cae en
cuenta de que los maestros con los cuales trabaja, en su mayoría de 35 a 40
años de edad, han crecido en una región en la que en los 1960 el porcentaje de
quienes empleaban aquella lengua indígena era muy alto. Puede suponer, pues,
que “aprendieron a hablar el castellano en la escuela, etcétera, pero
convivieron permanentemente con el nahua”_.
La experiencia y la observación
sobre ella, a la cual el propio Cirianni no confiere valor de verdad
comprobada, demuestran qué tan intrincada es la materia en la cual se introducen
los profesionales en desarrollo.
Justo por esos años Julio
Hernández Zamora realiza una investigación en secundarias públicas del estado
de México “para conocer las concepciones y prácticas pedagógicas sobre la
lectura y la escritura”_. Entrevistando a 25 maestros, encuentra sin falta la
afirmación de que a los alumnos “ni les gusta ni saben leer”, y a cambio
observa la frecuencia de lecturas “no pedidas por la escuela” (“Ese tipo de
lecturas. ¿Perdida Inocente?, o ¿Nacida Inocente?, sobre drogas y todas esas
cosas”), que los jóvenes se prestan unos a otros y a veces leen colectivamente
en voz alta_.
El investigador inicia así un
camino crítico que en los años 2000 le llevará a decir: “Un punto crucial de
todo debate serio sobre la lectura y los lectores en las sociedades
democráticas contemporáneas es quién define lo que es leer. En México, este
debate es simplemente inexistente”_.
La aseveración va a
contracorriente de las opiniones de cuando menos un sector de quienes en los
1990 se dedican al fomento. Nuestro propósito al incluirla es no más que
ejemplificar la complejidad a la cual nos referimos, entre una proliferación de
encuentros, cursos y seminarios nacionales e internacionales.
Una breve mirada de conjunto
Salvando sexenios el gran
programa escolarizado de fomento, Rincones de Lectura, crece sin parar igual en
publicaciones que en escuelas, alumnos y maestros alcanzados, y en actividades
de promoción, capacitación y seguimiento, y se da forma a otros bien
sustentados, institucionales y no institucionales, que aspiran a desarrollarse
en zonas urbanas y rurales. La red bibliotecaria no para de ampliarse en
establecimientos y actividades destinadas a familiarizar al usuario con los
libros y mejorar sus hábitos lectores.
Las publicaciones orientadas por
el fomento también fuera del sistema escolarizado, en particular para niños y
adolescentes tempranos, son de una calidad y un número inimaginable hace apenas
unos años, gracias antes que nada a las colecciones de CONACULTA y del FCE, y
las grandes ferias creadas en los 1980 sirven de modelo a las que ahora
empiezan a extenderse por el país. El flujo de conocimientos con el conjunto
del mundo, como queda dicho, es intenso, y ciertas acciones en común con
Latinoamérica se concretan más allá del corto plazo.
Los avances se hacen contra
inercias y ópticas sociales e institucionales, sobre las cuales a lo largo del
decenio Felipe Garrido hace una serie de apuntes. Uno es de los años iniciales,
cuando presenta a la U de G, por cuya iniciativa se ha creado la FIL de
Guadalajara, un proyecto de Centro de Estudios de la Lectura, cuya pertinencia
debería quedar comprobada para la institución por el estudio sobre los hábitos
lectores de sus alumnos de preparatoria, al cual nos hemos referido. La
respuesta que encuentra es un seco no: la universidad cree con la FIL cumplir
su responsabilidad en cuanto al problema_.
Más tarde Garrido topa con un
concurso de lectura en las escuelas de Guanajuato, que le recuerda la
persistencia de viejas prácticas devenidas del régimen posrevolucionario, sin
importar que éste se halle en declive. Se trata de hábitos en los cuales las
virtudes del lector se estiman en cuanto a “postura, fluidez, acentuación,
puntuación y pronunciación clara”_, sin atender en absoluto a la real apropiación
de lectura.
En 1996 mueve otra vez la cabeza
de un lado a otro, contemplando las conclusiones a las que llega la revista
Vuelta, de las cuales hablamos. Aunque lo que en verdad le preocupa es que “en
muchos esta conciencia no haya pasado de una etapa enunciativa”_. Y lo dice
cuando se ha convertido en el nuevo titular de Rincones de Lectura:
“difícilmente podremos encontrar a ninguna autoridad política ni educativa que
se manifieste en contra de la lectura”, pero al “pasar a los hechos (…) la
situación cambia. Cuando se trata de asignar presupuestos y personal a los
programas de formación de lectores, se descubre que esas mismas autoridades no
tienen ninguna intención de combatir el problema”_.
En las siguientes páginas, al
final de cada ámbito recurrimos a los balances que en 1999 hace Leer para ser
Mejores, el programa global concebido por el gobierno de Ernesto Zedillo para
ése año y el siguiente, último de su administración.